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El asesino cerebral de Stephen King

El novelista pone fin a su trilogía policial con "Fin de guardia".
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El escritor estadounidense stephen king.

Primero, recibe un mensaje de texto: "Gustavo, llámame. En cuanto puedas. Importante". No le da mayor importancia, pone el teléfono en silencio y espera que lo hagan pasar a la consulta del doctor Stamos. Ahora lo llaman, dos veces, hasta que decide contestar. El que habla es su ex compañero Pete Huntley: "Estoy en el escenario de lo que parece un caso de asesinato y suicidio. Me gustaría que vinieras a echar un vistazo (…) ¿Te dice algo el nombre de Martine Stover?".

Gustavo Bill Hodges recuerda de inmediato esa mañana de 2009 en que el sicópata Brady Hartsfield atropelló a más de cien personas en un Mercedes-Benz robado en el Centro Cívico. Mató a ocho e hirió de gravedad a quince. Una de las supervivientes fue Martine Stover, quien quedó paralizada desde el pecho hacia abajo. Ahora, Huntley le cuenta que la madre de Stover la asesinó y se suicidó.

La de Stover será sólo la primera de las muertes. Una serie de personas ligadas de alguna forma a la tragedia del Centro Cívico se comenzarán a suicidar. Mientras, Brady Hartsfield lleva más de cinco años en estado vegetativo en la habitación 217 desde los sucesos de Mr. Mercedes. Aunque al parecer, tras su mirada ausente, su mente parece estar despierta y en busca de venganza.

Esa es la historia que recorre "Fin de guardia" (Plaza & Janés), la última novela de Stephen King (1947), que cierra la trilogía policial que inició con "Mr. Mercedes" (2014) y luego siguió con "Quien pierde paga" (2015), y que marcó su arriesgado y exitoso debut en la novela policial a sus 67 años.

La evolución de la trilogía es también un bosquejo de la narrativa de King: en "Mr. Mercedes" mostraba al extraño y asesino masivo de Hartsfield, mientras que en "Quien pierde paga" vemos a un lector obsesionado con un escritor que parece haberse vendido a la publicidad; hasta llegar a "Fin de guardia", donde expone poderes mentales desatados y la tecnología como germen de los peores horrores.

Por el debut tardío del escritor de Maine en la novela negra, se pasean obras como "Misery" (1987) o "Blaze" (2007). Bardy Harstfield, el demente del Mercedes Benz, vuelve mentalmente del coma luego de que un médico tan ambicioso como lúcido comience a administrarle drogas experimentales que le permitirán mover objetos y entrar a las mentes de otros.

Hodges, acechado silenciosamente por Hartsfield, comienza a sospechar del comatoso asesino y se obsesiona con resolver la misteriosa ola de suicidios, pero tiene el tiempo en contra: un cáncer de páncreas lo está consumiendo.

King va tejiendo una historia adictiva y aterradora. Desconcertante y cercana. En "Fin de guardia", el corazón narrativo no está en la locura y deseos de venganza de Brady, sino que en Hodges. En su agotamiento, en su dolor. En cómo vemos su tránsito hacia la muerte, en la certeza que tiene que este caso extraño, increíble, será el último.

Así, el autor de "El Resplandor", inagotable y con un manejo narrativo descollante, termina su aventura policial con el punto más alto de la trilogía. Quien durante muchos años, tal vez demasiados, ha sido agrupado injustamente con escritores menores, vuelve a entregar una obra mayor.


"Fin de guardia"

Stephen King

Plaza & Janés 518 páginas

$14.000

Por Javier Correa

AP Photo/Francois Mori

Eres tú, Eva

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A la altura del breve delirio que acaba de escurrírseme de la manera más natural y precisa, Eva irrumpe en la mañana en mi cuarto. Es posible que afuera haya un sol, como se dice, brillante, pero mi cuerpo flota en un torbellino de aguas que en nada se distingue del sueño. Eva habla y yo la oigo como si alguien me llamase desde el fondo de un pozo o desde el otro lado de un muro. Eres tú, Eva, hace frío. ¿Esa hoja que se mueve con tanta lentitud en el vacío es tu mano, Eva? Detrás de ti la nieve cae sobre una tierra de música.

Pasan algunos minutos y entonces sí que verdaderamente Eva está a mi lado y hablamos largo de la noche anterior. No hay duda que hemos visitado sitios nocturnos donde el alcohol y la música entran en juego casi de modo absoluto. Pero entre algunas cosas que Eva hace revivir hay algunas dignas de mención como, por ejemplo, la desamparada presencia de la Torre de los Diez, en la calle Santa Rosa; la estatua de San Martín y su número de circo; la Estación Mapocho con sus tres párpados cerrados; y el río que a esa hora no es sino el negro Sena de Rocambole y cuyo sueño rumoroso despierta en Eva un extraño fuego o un impulso hacia algún lado roto -¿cuál?- de su destino.

Pero la evocación de la noche llega a tomar la forma de una pequeña hoguera a cuyo alrededor la memoria cobra tal ruido que, sin saber cómo, ella y yo a la vez, recordamos ciertas experiencias alrededor de cuya llama parece imperar lo que se conoce con el nombre de "la fuerza del destino". Porque de Eva es este principio de sueño: "He visto a un hombre que llevaba una mano encendida…".

¿Recuerdas que un día leíste con extraña avidez este título a cuatro columnas en un periódico: "Asesinato de una niñita de cinco años"? Luego, según tú misma, en un loco impulso, entraste en una alegría tal que alguien cantaba en ti. No olvido la sangre que caía entonces de tus manos como un agua deshecha, ni la manera con que, instantes después, desesperada, parecías interrogarte:

-¿Quién puedo ser yo a estas horas?

-¿No fue eso precisamente lo que, según tu propio relato, pudo haber entrado en ti una vez?

La hoguera de Eva se reanima. "Fue un domingo-ella es la que habla-, día, en que, por supuesto, los paseos están llenos de gente. ¿El mundo cuenta con un día para cambiar de espíritu? En fin, éste no es mi asunto. Iba yo, cómo decir, paseando sobre sí misma. De pronto, un hombre. Tú sabes la pequeña farsa que sucede en estos casos. Después vamos ya de camino uno al lado del otro, circunstancialmente atados. El sol caía con su pie tibio sobre nosotros. Es decir, cayó largamente, por supuesto, hasta el anochecer. Tengo que confesar que mi vida entonces estaba al margen de todo. De todo, ¿comprendes?, yo me daba cuenta perfectamente lo que significaba ir, de modo imprevisto y en tal día, al lado de un hombre, es decir, de un desconocido. ¿Cómo entré en la existencia de ese hombre? Después he pensado en esto. Desde luego y al revés de las mujeres que se encuentran en la calle, no me conduje como una futura o irremediable presa, es decir, inaccesible.

Adelanto del libro "Eva y la fuga" (Editorial La Pollera), de Rosamel del Valle. Páginas 22 y 23.

"Pasan algunos minutos y entonces sí que verdaderamente Eva está a mi lado y hablamos largo de la noche anterior".