El 1 de enero dejaré de fumar. El próximo año me pondré a dieta y entraré a un gimnasio. ¡Terrminaron los excesos! Voy a beber mucho menos. ¡Se acabaron los carretes y las "happy hours! Trabajaré mucho mejor y seré un profesional o técnico de categoría superior.
Me esforzaré por ser un muy buen marido y padre. Compartiré más tiempo con mi mujer y mis hijos. Seré un mejor ser humano y viviré preocupado de dar. No de recibir. Me preocuparé más de mi padre y mi madre. Entenderé que no los tendré para siempre. Ahorraré para viajar junto a los míos, conocer otros lugares y nuevas alegrías.
Seré mucho menos egoísta y no viviré preocupado sólo de comer bien, beber tragos importados y pasarlo bien con mis amigos. Prometo no ser la alegría de la calle y la oscuridad del hogar. A toda costa, dejaré de ser consumista. Visitaré menos los malls y los outlets. Dejaré de comprar cosas innecesarias. No estaré pendiente del nuevo modelo de automóvil o de celular. En la misma dirección, no compraré productos inútiles sólo para impresionar a los demás. Asumiré que a otros les importa un comino lo que yo tenga o no tenga.
Apagaré el televisor cada vez que pueda e intentaré conversar con los míos en la mesa o en cualquier parte de la casa. Entenderé que "la tele", como la llaman los chilenos, no puede hacer cariño. No puede brindarme ternura ni afecto y se trata de un mundo irreal. No discutiré por tonterías ni me irritaré por razones banales. Aprenderé a escuchar. Dejaré de estar pendiente de la farándula, que tanto espacio ocupa en la TV y los medios impresos. Asumiré que la cultura en pantalla es más que ver comer a los "rostros" y seguir sus falsos ejemplos de vida.
No pretenderé que, por saber computación, soy el más inteligente del mundo. Aceptaré, con humildad, que los gigabytes y similares no son sinónimo de felicidad.
Éstas son algunas de las múltiples promesas que millones de chilenos hacen los últimos días de diciembre, y particularmente la noche de Año Nuevo. Y que jamás cumplirán. Promesas que, está demostrado, se olvidan sistemáticamente el 1 de enero. Primero, se dejan para "después de las vacaciones". Luego, "en cuanto pase Semana Santa". Y a continuación, para nunca jamás. ¿Por qué la gente promete lo que no va a cumplir? Para brindarse conformidad y tranquilidad, lo cual podrían lograr de muchas otras formas, todas más sencillas, que se resumen en una sola expresión: calidad humana.
Lo que puedo prometer a los lectores de "Crónica Chillán" es que deberán soportarme durante todo 2018, si el director no dispone otra cosa. ¡Feliz Año Nuevo! Pero que de verdad dure 365 días, y no sólo algunas horas.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.