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Psicoactivantes y familias quebradas, el cargamento que trae "Dead candi"

CINE. El jueves se estrena en las salas nacionales el filme dirigido por el santiaguino Eugenio Arteaga.
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Amelia Carvallo

Este jueves se estrena en salas nacionales una nueva producción de cine chileno basado en hechos reales. Es la historia de dos hermanos adolescentes que empiezan a vender drogas sintéticas y que muy pronto terminan precipitados en un homicidio.

"Dead candi" es el debut del director Eugenio Arteaga, quien fecha sus primeras incursiones visuales cuando tenía 15 años, con un primer cortometraje que, "era una especie de comedia que grabé con mis hermanos chicos basada en el juego de 'el que pestañea pierde'".

Christopher Nolan fue uno de sus directores de cine favoritos en esa etapa porque "sus historias complejas me dejaban muchos días reflexionando perplejo sobre todas esas capas intrincadas que tienen sus películas".

-¿Cómo llegaste a la historia de tu película?

-Está basada en un hecho real que pasó en el año 2009 y llegamos a ella como parte del proceso académico de titulación de mi carrera, que parte por elegir una idea para ser llevada a cabo de entre todos los alumnos. La idea era de un compañero al que le tocó vivir más o menos de manera cercana esta historia. En un segundo proceso eligieron los roles y me postulé a dirección mediante varios trabajos. Al cabo de un semestre tuve la suerte de salir escogido como director.

Cuenta que el casting duró dos meses y que recorrieron varias escuelas de teatro poniendo carteles, además de contactar por redes sociales. Finalmente llegaron al trío protagónico de los dos hermanos y su madre, roles que asignaron a los actores Armin Felmer, Nicolás Durán y María Olga Matte.

"El papel que considerábamos más difícil era el de Elías, el hermano menor que es súper desenfrenado, muy atrevido y rebelde. Tenía que tener un gran desplante escénico y al minuto de ver a Nicolás supimos que él era. Al otro hermano, a Lucas, lo casteamos primero para el otro rol pero nos dimos cuenta que calzaba mejor en el papel del mayor. Cuando empezaron a interactuar hubo un clic, entendieron en qué parada estaba el otro y cuál era el papel de cada uno".

Arteaga se muestra satisfecho con lo que plasmó en imágenes. "Una película fuerte, sobre dos jóvenes hermanos, con una estética psicodélica y algo de thriller", resume.

-¿Quieres dar algún mensaje en la película respecto a las drogas?

-La verdad es que lo que más me gusta es dejar los temas abiertos y que el espectador quede libre a la reflexión, si quiere pensar que las drogas fueron el mayor problema está bien, o quien crea que no tuvieron gran influencia también. Yo creo que la película abre temas: el de las drogas, la disfunción familiar, la relación incestuosa o este triángulo amoroso que nunca se concreta con la polola del hermano, la película deja varios cabos sueltos y eso es a propósito para que el espectador los piense.

-¿Cuán ceñido estuviste a la historia real?

-Casi nada ceñidos a la historia real, en el guión está transformada, sólo usamos el hecho de que un tipo de 15 años apuñaló en la cabeza a otro de 18 y también tiene hartas anécdotas de la propia vida.

La madre

Por su parte, la actriz María Olga Matte es la madre y cuenta que llegó a participar luego de un camino largo y arduo. "He trabajado varias veces con la Universidad del Desarrollo, en 2014 hicimos "La madre del cordero" y desde "Dead candi" me pidieron que los ayudara con ejercicios que se hacen antes de filmar. Pasó un buen tiempo hasta que me llamaron a casting y luego de dos audiciones quedé para el rol de la madre.

Cuenta que aprende bastante con estos procesos de estudiantes de último año, que son personas que tienen muy claro lo que quieren y saben explicarlo. "Creo que están en una situación en que se la juegan minuto a minuto y hay buen apoyo de sus profesores así que ninguna aprensión de lo que pueden lograr".

Sobre la historia y su personaje, tiene algunas críticas hacia su actitud, "no tiene la culpa pero sí hay cierta responsabilidad de ella en su negligencia maternal, un poco el no saber cómo hacerlo, otro poco pegada por el abandono del marido, no supo sacar estos hijos adelante, ponerles límites. Es una historia bastante terrible y desalentadora de jóvenes que buscan amor, atención".

Por cierto, este 21 y 22 de abril María Olga Matte presentará el primer monólogo de su carrera en el Teatro del Lago, en Frutillar. Por esas fechas dará vida a la pianista alemana Clara Schumann, esposa del famoso compositor romántico, dramatización basada en la novela de Elizabeth Subercaseaux.

semanas demoraron en grabar la película, con un grupo de trabajo de apenas 10 personas. 4

personajes principales del filme: dos hermanos (Armin Felmer y Nicolás Durán) y su madre (María Olga Matte). 3

Seguir la autoridad, ese placer

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Un editor cercano se quejaba del síntoma cultural de que no pocos consumidores habituales de la prensa seguían con cierta devoción a los críticos de vino y gastronomía, y no así a los críticos literarios o de cine (obviando a los del espectáculo), comparándolo con la época de Alone y, después, Ignacio Valente, que dominaron la escena crítica en parte del siglo XX. Este desplazamiento supone, además de un cambio de las costumbres del consumo cultural, un desafío teórico-práctico para el mercado del libro. En el caso del cine, este suele ser parte del aparataje del espectáculo, cubierto por la parafernalia mediático televisiva de la farándula.

Lo que es bastante obvio es que el mercado del vino y la gastronomía es bastante más convocador a nivel de mercado que el del libro, aunque los tres sean fascinantes y muy complementarios. El problema es que la crítica literaria en algún momento se academizó y se hizo muy lejana del lector de periódicos, y de aquel amante de la literatura que buscaba guías de lectura para orientar su gusto estético, aunque suene ingenuo. Cuando la crítica se "especializa" y asume otros paradigmas de análisis literarios, más cercana a la mitificación de los autores y a las estrategias editoriales o a las modas, o simplemente hay un cambio generacional en que surgen jóvenes que asumen otros modos de enfrentar la cuestión estético literaria, la crítica o, a veces, el comentarios literario, se va haciendo más difícil para el lector común o para cierta tradición. Desaparece el gurú que hacía casi de guía espiritual.

Con el vino, por ejemplo, incluida la gastronomía, a pesar de las manipulaciones que hace el mercado, al parecer, vuelve una nostalgia, algo que se echaba de menos en cierto sector social, el efecto de autoridad en relación a recomendar un consumo. Hay mucha gente, culta, por lo demás, que es capaz de gastar mucho dinero en un buen vino o en un plato sofisticado y no así en un libro. El glamour asociado al vino y la gastronomía es un dato de cultura actual que hay que asumir, es todo un giro de las costumbres, asociado tanto a la movida emprendedora, como consumidora que da cuenta de un hombre moderno que es capaz de gozar de la vida, y que luego de ir a un restaurant, en donde bebió un gran vino y comió comida thai, va a un concierto rock.

El vino, en particular, restaura las jerarquías perdidas, la autoridad y legitimidad de ciertos procedimientos y de los sujetos que los representan, como los enólogos y vitivinicultores, y de los someliers y de los catadores. En el mundo de la crítica de las disciplinas artísticas, en cambio, se democratizó mucho la producción del canon y surgieron muchos referentes al respecto, y esa diversidad confundió a la clientela y convirtió al arte en un dominio multifacético de perspectivas en donde campea un libertinaje de juicios que hace perder especificidad al objeto. En el fondo, es apelar a una modernidad o a un aspecto de ella que tiene que ver con esa tensión que provoca el cambio de paradigma cultural. La cultura y el arte del siglo XX quiebra con muchas certezas que hacían más o menos cómoda la relación con el usuario del objeto artístico. Nos referimos al surgimiento de las vanguardias y de la voluntad revolucionaria en el arte que transforma radicalmente la estética contemporánea y su discurso. A pesar de que hubo áreas o zonas de resguardo, como la ópera y cierta museología que fijan patrimonialmente algo que no debía variar en su esencia.

El vino, simbólicamente, su valoración y su consumo como un ritual glamoroso, y que apunta a una tradición que viene de la tierra, corresponde a una identidad, que los que tributan de ella, sienten una profunda conexión. Recordemos que el vino en Chile y otras partes, está asociado a una cultura aristocrática originaria que, incluso tenía ciertos rasgos de nobiliaridad restaurataria. Recuerdo que en mi primera novela, El Huidor (marcada por lo experimental) había un análisis de las etiquetas de vino de un cierto periodo y la ficción implicada, todas aludían a una historia colonial familiar de escudos de armas, con nombres tales como "Oidor de la Real Audiencia", "Marquez de Casa Concha", etc. Hoy, en cambio, el vino pertenece a la cultura del emprendimiento, por eso proliferan las viñas boutique.

La cata, el acto de prueba o consumo analítico, por así decirlo, que se traduce en el análisis estructural del vino que jerarquiza los niveles de presentación del objeto, como cuando se aísla el nivel visual, el aromático y el palatal, entre otros, equivalentes u homologables a los niveles de la acción (narrador, personajes y dimensión espacio temporal) en el arte narrativo. El problema es que uno siguió la línea de la estética contemporánea que apela a una dispersión del deseo y la subjetividad. Y, por otro lado, el objeto vino, como un nuevo rito que repone o recompone el concepto de autoridad.

Marcelo Mellado

* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .