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"El gurú hermético"

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Hirsutas cejas casi le tapaban los ojos que, en sus últimos años, sus gruesos anteojos hacían aparecer más grandes e intranquilos, con un dejo de tristeza. Su mirada era penetrante, su rostro insinuaba algo doloroso; su voz era ronca, su hablar, pausado, y su actitud muy cauta y a veces ingenua. Era muy amable, muy educado, pero nunca hacía alarde de su gentileza. Se vestía formalmente, siempre con chaqueta aunque estuviera en el campo o en la playa. Una de sus favoritas era una chaqueta cuadrillé, bajo la que se ponía sweaters escote en «V» de colores sobrios cuando hacía frío.

Así lo recuerda su alumno y colega Juan Enrique Serra: "Evoco su imagen algo desgarbada, por qué no decirlo, un poco descuidada en su apariencia. Daba la impresión de que le importaban otras cosas. Tenía algo de asceta, semejante al retrato de un vegetariano frugal, cetrino, melancólico…".

Era un hombre al que le costaba hablar con soltura de lo cotidiano, no así de ideas y grandes temas. Su poco manejo en las relaciones con los demás se expresaba también en su gran cautela, que lo hacía sopesar bien las situaciones antes de tirarse al ruedo. Esto lo hacía parecer poco espontáneo a veces. Tal vez tomaba esta actitud porque temía cometer alguna injusticia con alguien, es así como la periodista Odette Magnet interpretó la falta de espontaneidad de Millas. En esa entrevista, Magnet (1981) habló también de sus frecuentes vacilaciones, unidas a su dificultad de tomar resoluciones ya que «hacerlo le era doloroso». Se le acusaba, contó, «de querer quedar bien con todos, de 'falta de compromiso', de "temor a matricularse", lo que atribuyó a un profundo temor a ser utilizado.

La otra cara de la medalla era su afición a conversar. Dicen que tenía siempre anécdotas cortas y simpáticas y un humor afilado que a veces desembocaba en alguna tomadura de pelo, siempre hecha en tono amable y cálido y acompañada de una sonrisa, "[por lo] que uno quería estar siempre con él" (Oyarzún 1995).

Era el ser más entretenido para sus tres nietos, dos niñas y un varón, descendencia de su hijo adoptivo Miguel Espinoza. A la mayor, Millas le puso "la abeja", la segunda era "la chispa" y el pequeño, "run-run". Verónica Espinoza, alias «la chispa», cuenta que les narraba las aventuras del Quijote para hacerlos dormir y que le encantaba elaborar juegos de ingenio, refranes, contarles cuentos y describirles los procesos de la naturaleza. Compartía con sus nietos adoptivos en su parcela de Alto Jahuel, al sur de Santiago. Allí, a Millas le gustaba caminar, leer en su biblioteca y escribir a máquina con algunos de los tres nietos en brazos o jugando por ahí. Pasar la Navidad con ellos y después armar los regalos para los niños era un gran panorama para él. La única vez que Verónica recuerda a su abuelo enojado fue cuando no pudo montar la autopista que le había regalado a su hermano.

Adelanto del libro "La Alegría de Pensar"

Por María Elena Hurtado