Miguel y Enrique son dos adolescentes, que contrariamente a los muchachos de su edad, tienen ideas definitivas, sobre temas que son ciertamente delicados. De hecho, disponen de un carácter fuerte y, por lo tanto, pretenden imponer sus criterios, desafiando, muchas veces, la experiencia de sus mayores. Léase padres y profesores. En esa línea no es extraño, que descalifiquen a los escritores clásicos. Aquéllos que como Lope de Rueda, Miguel de Cervantes, Góngora, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, etc. Que se estudian en la enseñanza media. Para ambos son todos una lata. Ya pasaron por el Mío Cid en sus primeros encuentros con la literatura española. Para peor, tuvieron que leerlo en castellano antiguo. Ahora están en tercero medio, luchando contra la lectura de don Quijote. ¿Qué pasa con él? ¿No les gusta? Claro que no, me contestan, si hasta el volumen se nos cae de las manos por lo pesado que es ¿Para qué nos hacen leer libros, que ya tienen 400 años? ¿Por qué mejor nos comprometemos con autores de nuestro tiempo? Miguel y Enrique ¿Han pensado seriamente alguna vez que si vuestros profesores les exigen la lectura de los clásicos, es porque esos autores fueron capaces de llegar con sus libros hasta nuestros días como si los hubieran escrito ayer? ¿Ustedes se atreverían, entre los músicos a descalificar a Mozart, a Beethoven o a Bach? Y entre los pintores a Miguel Angel o Leonardo Da Vinci, si ellos han sido clasificados como clásicos, es porque han tenido la capacidad de proyectar sus obras a los tiempos que vivimos, que son absolutamente distintos a los que ellos vivieron. Y, ¡Es innegable su vigencia! Por otra parte, no hay incompatibilidad entre los clásicos, los modernos y hasta los contemporáneos. Pueden leer y admirar a todos ellos. Miguel y Enrique se caracterizan por su desenfado y su irreverencia. No se rinden fácilmente. Insisten en que Don Quijote y Sancho son personajes ridículos, ajenos a nuestra época, como lo son la testarudez de Rodrigo Díaz de Vivar, la frivolidad de la Celestina, la ingenuidad de Segismundo y la terca porfía de don Juan Tenorio. Después de escucharlos, me atrevo a preguntarles ¿Han leído completas las obras donde esos personajes aparecen? No -me contestan- con la misma convicción. Siempre nos quedamos en las primeras páginas.
Ambos adolescentes, son jóvenes inteligentes, sanos, despiertos. En buena medida, representan a los muchachos de su generación. Al escuchar sus razones, tengo la sensación que no han sido suficientemente informados, en primer lugar, para discutir en debate abierto y finalmente, no han tenido la posibilidad de ingresar al ámbito de espacio y tiempo, en que la obra fue escrita. Toda una tarea para los maestros.
Por Carlos René Ibacache I. Miembro Correspondiente
por Chillán de la Academia Chilena e La Lengua.