Escribo estás líneas en medio del descrédito que nos hemos ganado como curas. Y al igual que muchos de ustedes y como se ha dado en otras circunstancias, enterándome por la prensa y gracias a ella, de una realidad dolorosa y criminal. En mis trece años de ministerio sacerdotal, he servido en Los Volcanes, en Pemuco y ahora en Bulnes.
Leyendo los comentarios de las noticias de la Iglesia, me pregunto: ¿para qué sirven los sacerdotes? Para muchos lectores, todos los curas somos una tropa de criminales. ¿He sido un criminal en estos trece años? Con aciertos y desaciertos he procurado servir, animar, enseñar, acompañar e iluminar a muchas personas; no sólo porque se quieren casar, bautizar, o salir perdonados de sus experiencias, sino también alimentando la esperanza que sólo Jesucristo nos regala respondiendo así a la espiritualidad que nos hace más humanos. Misiones, campamentos, retiros, celebraciones de fe que nos transforman y cargan las pilas para emprender una vez más. Para qué decir la cantidad de funerales en que es imperdonable que un cura no acompañe en tan doloroso momento.
Comparto con los movimientos laicales, y doy gracias por tantos laicos agentes pastorales que dan el pescado en las necesidades y a tantos otros, que enseñan a pescar, para alcanzar esa tan necesaria autonomía y libertad que Dios te da. Es el Dios de las segundas oportunidades, el Dios que perdona a la mujer adúltera, el que sana y acoge al leproso. El Dios que te da las fuerzas para enfrentar con fe el cáncer, y al que transforma el dolor en prueba que te fortalece. He visto pequeños y grandes milagros, en que he sido instrumento.
Pero para el mundo de hoy, y junto a los obispos, soy y seré un criminal. No te pido que me creas, pero sí, que me entiendas. Entiendas que soy humano, que como y que me enfermo; que tengo que pagar las cuentas y hacer rendir los dineros para seguir atendiendo a muchos que nos exigen estar, pero que no creen y cuestionan por detrás; asegurando que sin duda lo harían mejor.
Queridos lectores, al igual que tú no creo en el derecho canónico, que regula y ordena a la Iglesia, ya que su fin es curativo; y ante un delito te mandará a rezar el rosario. No hay sacerdote, ni obispo, ni nuncio que esté por sobre la ley civil. Para que estos crímenes se transparenten, de corazón pido que para eso haya justicia civil, fiscalía, y agentes investigativos en los que debemos confiar y colaborar. Dejemos a la justicia civil, haga su trabajo. Y así podamos entendernos, aunque no creas en mi vocación.
Pbro. Alejandro Cid Marchant, Licenciado en Filosofía, Obispado de Chillán.