Gracias a modernos conocimientos científicos, apoyados con testimonios gráficos irreversibles, el desagradable episodio en que un abogado se declaró dueño de una playa fiscal del lago Ranco parece haber llegado a su fin. Luego de la intervención de autoridades de gobierno y especialistas, se estableció definitivamente que era un espacio público. Quedaron atrás su actitud prepotente, su supuesta propiedad del terreno y sus supuestos conocimientos legales sobre el tema. No quedo tan atrás, pese a que presente excusas obligado por la realidad, el trato vejatorio que dio a personas que "osaron" querer disfrutar del lugar.
La preocupación de este columnista se concentra en una expresión del profesional en medio de la discusión con tres mujeres: "¡Yo soy abogado.No me venga a discutir a mí!". La sola frase es redundante, por contener dos pronombres personales. Pese a ello, parece convencido que con un abogado no se puede discrepar.
Llegó el momento de decirlo con claridad. Si bien en Chile, como en el mundo entero, hay abogados de gran calidad, también existen muchos que creen que, por el solo hecho de haber completado estudios de Derecho, elaborado memoria, rendido examen de grado y jurado ante la Corte Suprema, adquieren la calidad de omniscientes. Es decir, saberlo todo, sobre las cosas reales y posibles. No es así. Tener un título universitario no los convierte en seres superiores al resto de la humanidad.
Lamentablemente, con ciertos abogados, médicos, académicos y otros profesionales, la gente demuestra una actitud reverencial, debida a que recurren a ellos cuando está afligida. Refugiados tras sus escritorios, se dan el lujo de hablar, y no de escuchar en forma activa. Muestran carencia absoluta de habilidades sociales que, en conjunto, importan la capacidad de entender a las personas.
En todas las profesiones, hay algunos buenos, otros medios y muchos muy malos. Es más, están muy lejos de saberlo todo. Aunque olvidado, ahí está el caso ocurrido hace algunos años, cuando un magistrado de Puerto Montt devolvió escritos a diversos abogados porque contenían faltas de ortografía.
No hay ni habrá profesionales, técnicos ni omniscientes en general. Cada uno estudia y se titula. Pero eso no equivale a convertirse en una enciclopedia universal. Se puede discutir y discrepar, sobre todo cuando el acceso a la sociedad del conocimiento se hace cada día más fácil.
Harían bien los admiradores de Matías Pérez, el hombre con el cual no se podía discutir por ser abogado, en recordar al insigne Sócrates, filósofo griego, quien murió envenenado por cicuta.: "Sólo sé que nada sé". La soberbia de creerse sabio y superior hoy y siempre da malos resultados. Puede envenenar el pensamiento y el alma.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.