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Regreso al corazón de África

"Tubab" (Alfaguara), novela de viaje al continente negro de Beltrán Mena, es reeditada a diez años de su publicación original. Fue escrita con poco equipaje y amor por "la vida peligrosa".
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Un libro de otra época es "Tubab". Sus más de 500 páginas son un recorrido profundo por el continente negro en los años ochenta, fuera de las zonas habitualmente turísticas. Gambia, Mali, el desierto del Sahara, Tombuctú, entre otros, son los terrenos recorridos por Beltrán Mena (1959), quien aparte de escritor ha sido médico, piloto, productor de cine y fotógrafo.

Con tantos oficios es difícil definir al autor, pero eso quizá explica la decisión de embarcarse en un largo viaje en solitario y después convertir la experiencia en novela. "La vida peligrosa" era el lema del periódico poético Noreste que Mena fundó. Y ese mismo riesgo fue a buscar a África. Solo, sin dominar la lengua, sin tecnología. A la suerte y voluntad de los habitantes que lo llamaban "Tubab" o extranjero blanco.

Quizá por esa incomunicación, el viaje se convirtió en un agudo análisis de la trayectoria vital del autor. La obra tiene un carácter novelado: "Si hay un género que está lleno de falsedad es la literatura de viajes, porque uno se encuentra en la disyuntiva de contar con objetividad un territorio nuevo de personas nuevas, pero al mismo tiempo ofrece la oportunidad de que el narrador 'se tire las partes' con la aventura. Incluso hay textos romanos sobre las mentiras que existen en los libros de viajes. Ellos sospechaban de los griegos. Tenían un dicho: 'Mentiroso como griego'. Porque todo lo mezclaban con mitologías y héroes. El desafío para una persona que se mete en ese género es ser convincente, realista en lo que narra".

-De la galería de personajes que están en su novela, ¿hay alguno con el que volvería a conversar?

-Hay varios que les agarré profundo cariño. Uno es el camionero Labat, que maneja hacia los pozos que están al norte de Tombuctú, en el desierto del Sahara. Es un verdadero ejemplo de integridad, oficio, honestidad, un tipo muy admirable del que siempre he guardado recuerdos. Otro es Danyé, un ex luchador de lucha libre, que también es un ejemplo de persona de una sola pieza. También Salah Adduon, que instaló solo 400 hitos de cemento para marcar la ruta entre Argelia y Níger. Me gustaría volver a topármelos. Están siempre en mi cabeza, como ejemplos.

-¿Hay alguno que no quisiera volver a ver?

-Queda claro en el libro: hay personajes terribles. Cuando un blanco recorría esos países, por lo menos en esa época, se notaba al tiro. Uno tiene una cara que es como una ampolleta en calles que son racialmente distintas, te destacas en ese mundo negro. Es un señuelo atractivo para quienes se acercan con malas intenciones. Sobre todo en las capitales. Pero son personajes menores, la gente que trata de aprovecharse, te estafa y te roba es poca. Pero es la realidad de un viaje, en todos lados.

-Llevabas un breve equipaje para el viaje y un potente sentido mental.

-Todo viajero lleva una carga de prejuicios, su biografía, amores y asuntos inconclusos. En general en la narrativa de viajes -en especial la inglesa- trata de ser más objetiva, en el sentido de ser un observador neutro, medio hijo de la ilustración, que refleja fielmente lo que ve, como un antropólogo. Pero a mí no me gusta esa figura -es imposible la neutralidad- uno siempre ve las cosas desde el ojo propio, desde los problemas que uno tiene. Quise hacer presente en "Tubab" que la persona que viaja no es el ojo de un OVNI. Por eso insistí en los aspectos personales del viaje. Los prejuicios que uno tiene se disparan frente al shock cultural, pero van cambiando durante el libro.

-¿Qué reflexión permite el desplazamiento?

-El viaje como posibilidad reflexiva te abre una serie de situaciones que uno no tiene en la vorágine cotidiana, todo lo básico deja de ser automático. Entonces uno se ve obligado a ver de nuevo la comida, la cama, los caminos, la orientación. Todo se convierte en una pequeña lucha contra el idioma, el estómago, las enfermedades. Todo lo que se da por garantizado en el pueblo que deja, cobra realidad en el viaje.

-Es un viajero solitario. ¿Por qué?

-Es muy importante que el viaje sea solitario, no tiene nada que ver con un viaje con un grupo de amigos. La soledad te pone en una situación de fragilidad y tomas muy en cuenta lo que está pasando alrededor tuyo. "Tubab" está lleno de espacios obligatorios. Cada vez que un camión no parte, un barco no llega; cada vez que hay que esperar una visa, se producen situaciones a las que no estás acostumbrado en la cotidianidad. Uno siempre está capturado por la agenda propia, entonces en un viaje eso desaparece y te deja enfrentado a tres días de espera en un muelle o en una estación de tren. Eso empuja al pensamiento a volverse sobre sí mismo y ponerse a pensar cosas sobre las que no has vuelto la mirada. Es la posibilidad de reflexionar sobre toda la vida, no solo del lugar que estás recorriendo.

-La fragilidad se exacerba considerando que no tenía las herramientas o aplicaciones actuales del celular.

-Este libro te pone en una situación de viaje que hoy es difícil de acceder. Tiene que ser intencional apagar o irte sin celular, ponerte artificialmente en aislamiento. Yo no hablaba francés, mi cuaderno de esa época está lleno de conjugaciones. No había buenos mapas, no sabía cómo lucía nada más allá de la próxima curva. Un viaje consistía en estar desconectado de todo, no había posibilidad de comunicación, salvo una carta que podría demorar en ida y vuelta un mes.

-¿Cuándo cambió todo?

- Me quedó grabado cuando empezaron los cambios cuando vi un póster donde salía la foto de unos mochileros pasándolo bien cerca de la Roca del Indio, en Aysén. Y decía: "No pierdas contacto con tus seres queridos". El viaje antes se trataba justamente de perder contacto con los seres queridos, cortar esas amarras y verte sometido a tí mismo. No viajas si hay tentáculos desde el hogar. Ahí se produjo un punto de quiebre. Afortunadamente todavía hay miles de lugares donde se puede ir de vacaciones, en que los retornos son difíciles. El mundo aún es muy grande. No se ha acabado, está desplazado. Queda viaje en otros lugares.

-En sus talleres de escritura de viaje, ¿los alumnos pueden estar conectados a internet?

-Hace dos años hago el taller en Tierra del Fuego: allá no hay comunicación. La gente tiene que viajar harto, llegar a Punta Arenas, después siete horas en camioneta, cruzar el Estrecho de Magallanes para llegar este lugar donde no hay vecinos, no hay nada. Estamos encerrados ocho días en unas cabañas al interior de la Isla Grande. Nos instalamos, leemos textos, se hacen tareas, vamos en camioneta a algunos lugares, conversamos en la noche. Los alumnos se hacen más simples en datos, pero más profundos en percepciones. No hay luz, se echa a andar un rato con generador, después se apaga. Todo lo que se discute se debe hacer de memoria, no hay posibilidad de chequear en Google como hacen los estudiantes que siempre están adelantándose para poder lucirse. Sócrates en "Fedro", uno de sus diálogos desconocidos, no tiene buena opinión de la escritura. Dice que el único conocimiento es el que se tiene dentro, en ningún otro aparato ni ortopedia externa, sea un papiro o un celular.

-Tienes intereses tan diversos. ¿Por qué se habrá perdido la universalidad en la gente?

-En mí es una cuestión de personalidad: después de un par de años de rutina me aburro y cambio de tema. No sé por qué eso no le pasa a todo el mundo. Puede haber algo de susto, de estar necesitando mucha plata. La vida está cara, estamos acostumbrados a gustos caros. Hay una necesidad de ingresos demasiado alta. Otra, es que en Chile hay oficios que no se estudian, o no se realizan. Por ejemplo, domador de caballos. Las personas aquí eligen una carrera, toman decisiones de ese tamaño muy temprano en la vida. En tercero medio tienen que elegir entre humanista y científico y en cuarto medio tienen que elegir una profesión. En vez de ir acotándose a un área de a poco, toman decisiones drásticas en las que invierten tanta plata y tanto tiempo que les da temor abandonarlas. Un tipo que estudió una carrera piensa que solo puede ejercer ésa, porque ya invirtió, o se endeudó, y las carreras son muy rígidas, duran de cinco a siete años.

-Como tú, con la Medicina.

-Recuerdo que me decían a cada rato cuando salí de Medicina "perdiste siete años". Pero, ¿a qué puedes dedicarte que pierdes siete años? Cómo va a ser perdido, si puede ser el mejor tiempo de tu vida. Ahora estoy hablando por teléfono contigo desde el patio de una Universidad. Unos estudian, otros conversan, otros pololean, otros duermen, pero tenemos metido en la cabeza que es un tiempo de privilegio. Y ese período tienes que recuperarlo, como si fuera pagar un recreo para la sociedad. Todas esas cosas atentan contra el movimiento y no tiene nada de raro que uno cambie. Para mí lo raro es que uno no cambie.

en el libro de Beltrán mena hay imágenes como esta, tomadas pot el autor, en su viaje ochentero por áfrica y tombuctú.


Rumbo a la rebelión Tuareg

El camino estaba pavimentado, el bus en buenas condiciones, mi asiento era numerado y lo había reservado con un día de anticipación. Eso bajo el acápite «orden», el resto era caos.

Me encontraba en la carretera, en las afueras del pueblo de Tahoa, llevábamos una hora detenidos. Delante nuestro se extendía una fila inmóvil de 50 camiones, un convoy en que ocupábamos las últimas posiciones. Como la carretera daba una amplia curva, podía ver la larga fila de vehículos. La otra pista estaba libre, sólo la recorrían vehículos militares, equipados con metralleta punto 30 operadas por soldados en uniforme de campaña, cargados de huinchas de municiones. Oficiales de anteojos oscuros gritaban instrucciones desde sus jeeps. En esa pinta la actividad era frenética, como si estuviéramos bajo bombardeo, o preparando el asalto final. Todo era en realidad rutina.

La causa era la rebelión tuareg. Esta tribu nómade había recorrido por siglos Sahara en sus camellos. Bravos, crueles, independientes y poco confiables, eran grandes conocedores del desierto. Sólo entraban a las ciudades para comprar lo indispensable o para saquearlas y perderse en la arena con el botín. Según la época, habían sido piratas, guías, bandoleros, asaltantes, conquistadores (alguna vez tomaron Tombuctú y la gobernaron malamente, acelerando su agonía), incluso héroes, en la resistencia contra el imperialismo francés a comienzos del siglo XX. Pero siempre volvían al desierto y rara vez se bajaban del camello. Vestían túnicas de un azul índigo profundo. Esto habían sido los tuaregs durante siglos. Pero ahora áfrica tenía fronteras y, sin saberlo, estos nómades eran formalmente ciudadanos de un país u otro. Las naciones respetaban tácitamente su libertad, mientras se mantuvieron en las arenas, lejos de las ciudades y sin molestar, menos aun asaltar a nadie.

Pero así como los tuaregs pasaban por encima de las fronteras, también lo hacía el aire. Y los gases industriales de países muy lejanos formaban remolinos, cambiaban el clima y hacían al desierto extenderse hacia el sur. La selva se volvió bosque; el bosque, sabana; la sabana, tierra baldía, y finalmente las arenas cubrieron todo. Los pozos escondieron sus aguas y por eso allá en Tombuctú, Guy el belga enviaba a Labat y su camión para cavar más hondo.

La sequía empujó a los tuaregs hacia el sur, primero acercándose y luego entrando a las ciudades. Tomboctú, Gao, Tahoa, Agadez…, incluso las capitales, Bamako y Niamey, habían visto sobrecargadas sus frágiles economías con la llegada de los tuaregs pobres y orgullosos. Éstos a su vez habían encontrado un orden que no reconocían: un gobierno, una ley y soldados con armas.

Forzados a buscar un trabajo que no existía, su humillación desencadenó enfrentamiento, golpizas, abusos e incluso masacres.

Finalmente la rebelión. Las fronteras fueran cerradas. Las caravanas comerciales dejaron de circular entre el norte y el sur. Todo se detuvo. El fin del comercio empeoró las cosas y la frontera se volvió un caos. Los tuaregs descubrieron que asaltar era un buen negocio, que por lo demás era parte de su tradición. Los opositores al gobierno descubrieron que la verdadera oposición consistía en pasarse al bando tuareg. Los soldados descubrieron que era más rentable el otro lado y se cambiaron de bando, llevándose armas y jeeps. El gobierno -dictatorial -descubrió que ese difuso enemigo del norte le conseguía apoyo popular.

Beltrán Mena

Editorial Alfaguara

552 páginas

$16 mil


Tubab

Por Cristóbal Gaete

beltrán mena

Extracto del libro "Tubab"

de Beltrán Mena

"Después de un par de años de rutina me aburro y cambio de tema. No sé por qué eso no le pasa a todo el mundo".