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El autor chileno y su libro por qué soy católico

Por qué soy católico

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El escritor Rafael Gumucio está acostumbrado a las complicaciones que a veces generan sus opiniones. Son, por así decirlo, su modo de pensar y escribir. Fruto de esa decisión publicó su último libro, "Por qué soy católico", una combinación de divagaciones, recuerdos y argumentos sobre la importancia política del cristianismo en su vida y de cómo esa fe, hoy en día, le ha permitido sustentar su forma de interpretar al mundo.

-¿Por qué te interesaba contar que eres católico?

-Cada vez que decía que era católico en la radio (Zero) lo hacía para argumentar algo que al otro le parecía muy poco católico. Sobre todo, me funcionaba mucho entre los conservadores. Venía, por ejemplo, José Antonio Kast y yo le decía "bueno, como yo soy católico y tú no". Algo parecido sucedía entre mis amigos. Por otra parte, siempre he pensado que argumentar desde la fe y desde un credo que tiene varios milenios es más rico que argumentar desde la duda o el escepticismo.

-¿Cuál es tu relación con la lectura de la Biblia?

-Nunca fui muy fanático de su lectura. Hace un tiempo, me hice una apuesta de leer la Biblia entera, pero lo dejé en Levítico, porque no pude seguir con ese rosario infinito de leyes. Luego leí los Evangelios y el Apocalipsis, aunque me aburrí porque desafió mucho mi imaginación; que hubiera una bestia con cuatro cabezas se me hacía muy difícil de leer.

-¿Y qué opinas de la figura de Jesús en la Biblia?

-Es muy interesaste la forma como van construyendo al personaje. Siempre me pareció un personaje altamente contradictorio, incluso en los mismos evangelios. El Jesús de la mansedumbre frente al loco que destroza todo en el Templo, por ejemplo.

-¿Qué te parece esa locura?

-Es muy difícil de entender. Creo que en el libro digo que es incomprensible que Jesús no sea Dios. Es incomprensible que el mundo se haya rendido frente a un personaje al que, finalmente, le fue muy mal, y que duró muy poco, que predicó un par de años en una provincia perdida, se fue a la capital y lo mataron. Todos los cristianos pensamos que resucitó, pero de eso no hay constancia tangible. Además, la secta que creó tampoco fue muy exitosa dentro del contexto judío. Eso me parece fabuloso. El único ejemplo similar es el de Sócrates, pero no es para nada religioso.

-En "Por qué soy católico" hablas de otros mitos, como el de Caín y Abel. ¿Qué te interesa de esas historias?

-Lo que hemos ido perdiendo con los años, como cultura y civilización, es la capacidad de creer sin creer realmente. En algún momento de la historia, particularmente en el siglo XIX, la gente empezó a investigar si Adán y Eva, o el Diluvio Universal habían ocurrido realmente. En ese momento la cultura humana perdió, creo yo, gran parte de su riqueza. Soy un convencido de que los judíos que escribieron el Génesis estaban totalmente seguros de que Dios creó el mundo en siete días, pero sabían, a la vez, que no había sido así. Esa capacidad de entender que lo que se lee es y no es me parece asombrosa y muy importante. Por eso, hemos perdido la capacidad de entender que Caín y Abel son la manifestación del mundo agrario contra el mundo ganadero, símbolos de las dificultades de la hermandad, entre otras cosas. Por otro lado, también es difícil asumir que Dios es muy injusto, y que fue la antipatía de Dios la que creó la mayoría de los problemas que suceden en la Biblia.

-¿Y la figura de Dios?

-Se va poniendo cada vez menos caprichoso, va madurando, y conforme pasan las páginas se va volviendo alguien más benevolente y afectuoso. La Biblia es todas esas cosas. Es una especie de testimonio de cómo los hombres han ido creyendo, cómo se han refinado y transformado su forma de creer. Otro ejemplo es la leyenda de Abraham e Isaac, que Kierkegaard toma en su libro "Temor y temblor". La verdad es que los arqueólogos han llegado a la conclusión de que este relato fue la forma en que los antiguos judíos se enfrentaron al sacrificio humano. Otras religiones tenían sacrificios humanos, pero ellos, a través de este relato, niegan el sacrificio.

-¿Has seguido en algún momento los rituales católicos?

-Sí, pero mi flojera ha sido más fuerte. Cuando me convertí hice la primera comunión y fui algunas veces, pero los domingos por la mañana son difíciles.

-En tu libro dices que el catolicismo se centra en la amistad. ¿Cómo llegaste a esa idea?

-Quizás es mejor un ejemplo: uno de los primeros gestos de Jesús fue, justamente, separarse de su familia para irse con los amigos. Jesus es un Rolling Stone, que se va con sus amigos de gira. Y así hay varios episodios en que Jesús demuestra su predilección por la amistad. Por eso creo que el cristianismo, en todas sus vertientes, es una religión social. La respuesta que da a todos los problemas, sean individuales o grupales, mundanos o místicos, es la misma: no es tu problema, es un problema de todos, o que se resuelve entre todos.

-¿En qué punto el catolicismo se centró en la familia y el sexo?

-El catolicismo, como entidad política y de poder, necesitó sustentarse en el control de la familia y de la natalidad, simplemente. De ahí el matrimonio, los hijos y la familia.

-¿Cómo crees que se vive el catolicismo en Chile?

-Como vivimos en un país católico, el catolicismo es sinónimo de todo lo malo, de las desigualdades y el abuso. Lo cierto es que han ganado a pulso ese mote, y por eso mi relación con la religión es mucho más política que existencial. Por eso digo que ante el vacío político en el que está sumida la izquierda mundial, el cristianismo es la única respuesta que existe. La izquierda no puede seguir con el progresismo, sino que tiene que volver al cristianismo.

-¿Y cómo enfrentarse a las prohibiciones sexuales?

-La decencia común tiene claro que el deseo sexual es demasiado fuerte, y que reprimirlo no lleva a ninguna parte. Pero la idea de autocastrarse por Dios, que es clave del cristianismo, sigue siendo una trampa.

-Algo parecido sucede con la idea de Jesús de que incluso pensar en la mujer del prójimo es signo de pecado.

-Todo tiene que ver con una idea muy básica para el cristianiso: los actos y los pensamientos son iguales. Esto vale para bien y para mal. Si yo pienso en hacer el bien y nunca hice nada bueno, estoy bien. Si pienso en algo malo, aunque no haya hecho nada malo, soy malo.

-En algún momento del libro dices que el neofeminismo tiene la misma base de negación del deseo sexual.

-Las mujeres marchan ahora para no tener miedo, pero uno no puede marchar para eso. Yo despierto todos los días con miedo, pero acabar con eso no tiene ningún sentido. El cristianismo está, en ese sentido, emparentado con la siguiente idea: desear la mujer del prójimo ya es pecado, y habría que arrancarse un ojo y todo eso. Pero, a la vez, Jesús nos dice "nadie puede juzgar al otro", porque el juicio es demasiado complicado. Dado que las almas y las personas son tan complejas, resulta imposible juzgarlas. Lo que está diciendo él, en definitiva, es que todos somos unos miserables pecadores.

En el cristianismo "los actos y los pensamientos son iguales", dice gumucio.

Rafael Gumucio

Literatura

RandomHouse

122 páginas

$ 9 mil

Cuando Rafael Gumucio pensó en Dios

Pablo Tomasello