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Amor y quiebre en la era Tinder, según Patricio Pron

El escritor argentino Patricio Pron ganó con "Mañana tendremos nuevos nombres" el Premio Alfaguara de Novela de este año. Esta es una historia de desamor y emoticones.
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Los protagonistas de la última novela de Patricio Pron no tienen nombre. Son Ella y Él, parte de una relación tan común como la de todos. Viven en Madrid y, luego de cinco de años, terminan. A partir de esa ruptura, ambos deben enfrentarse a un mundo amoroso completamente nuevo. No sólo porque las aplicaciones y las redes sociales cambiaron el modo de relacionarse, sino porque las relaciones mismas cambiaron. Ese es el centro de "Mañana tendremos otros nombres", la obra con la que el escritor argentino ganó el último Premio Alfaguara y que lo ha mantenido de gira por toda Latinoamérica. Conversamos con Patricio Pron sobre su libro y la forma en que él observa las relaciones amorosas en nuestra época.

-¿Cuál fue la razón por la cual empezó a escribir esta novela?

-El disparador de la novela fue una situación que vi un día en el metro de Madrid. Cuando levanté la cabeza del libro que estaba leyendo vi una especie de paisaje distópico: un montón de personas, sin vinculación aparente entre ellas, que estaban viendo un aparato en la que aceptaban o descartaban a gente en Tinder. Eso me hizo pensar mucho en el valor atribuible a la vida humana, en un momento en el que puedes eliminar a alguien de tu vida con algo tan simple como el gesto de un dedo.

Pron añade que "a la vez, tuve muchos otros estímulos. Entre ellos, fue que me encontré con varios amigos, más o menos de mi edad, que se separaban y se encontraban en un paisaje amoroso que había cambiado por completo en los últimos años. Cuestiones tan decisivas como el consentimiento, el abuso, y en general las muchas líneas rojas en las relaciones entre hombres y mujeres que cruzábamos en una época con displicencia, ahora los descolocaban. Todos ellos, además, eran conscientes de que el tránsito que se había producido entre la moralidad imperante hace algunos años y la actual es el tránsito que habitualmente se produce entre una generación a otra. Además, una suma de estadísticas y ensayos fue muy relevante a la hora de documentarme acerca de estas cosas, más las polémicas públicas. Ellas me hicieron pensar que había algo sobre lo que hablar, y que, curiosamente, no se estaba hablando en la novela contemporánea en español".

"Todo ello me llevó a pensar que se había producido una especie de desfase temporal entre la representación de la experiencia amorosa en la novela contemporánea en español. Este momento que vivimos, la experiencia amorosa se ha visto muy modificada y condicionada. Por un momento de desarrollo, en muchos sentidos muy positivo, nos ponen ante la dificultad de determinar qué es una relación y cuál es el desarrollo 'normal' de una relación. O cuál es el 'final feliz' de una relación amorosa en una época en que hay tantas visiones de amor como personas", agrega.

-Luego de que existiera este cambio sobre el modo en que vemos las relaciones amorosas, ¿le fue difícil escribir desde la perspectiva de una mujer?

-No fue en absoluto difícil. De hecho, lo que resultó más dificultoso para mi fue asumir la perspectiva masculina, o un tipo de perspectiva masculina que se apartase de la mía y fuese, en ese sentido, más "masculina". Muy por el contrario, y debido al hecho de que por lo general a lo largo de mi vida he estado rodeado sobre todo de mujeres, y con cuya sensibilidad he conectado de forma casi automática, no era precisamente la perspectiva femenina la que me preocupaba. Creo que ese asunto no es importante si tienes empatía por los demás y los ojos abiertos, una cuestión mínima para cualquier escritor.

De todos modos, el hecho de que me atreviese a narrar qué es lo que yo creo que pasa en la cabeza de una mujer en este tipo de circunstancias puede ser cuestionado. El feminismo más radical podría decir que por mi mera calidad no podría narrarlo. Y por otra parte este tipo de miradas puede ser condicionada por aquellos que considerarían que la perspectiva femenina no es importante.

-¿Qué tan central se ha vuelto el asunto amoroso en esta generación?

-La discusión en la que estamos todos embarcados ha exigido una redefinición del consentimiento, y ha supuesto una multiplicación de las posibilidades amorosas. Hay miles de personas allí afuera pensando en parejas de más de dos personas, hay personas que están pensando en parejas cuya finalidad no es la reproducción, que proponen una separación total entre la sexualidad y el apego, y hay personas que por el contrario están proponiendo un retorno a un proyecto cultural que implique la unión de ambos. La multiplicación es tan grande que ha puesto fin a las taxonomías que imperaban y es uno de los desarrollos más interesantes de este momento histórico. Mucha gente ve como un momento de incertidumbre, de pérdida de valores, pero en realidad es un eufemismo que tan solo oculta el temor de que hay un potencial revolucionario mucho mayor al que creíamos, ya que la finalidad de estas luchas no es la recuperación de la soberanía de las mujeres sobre sus cuerpos, sino más bien la transformación de unas relaciones económicas y políticas entre las personas y la pérdida de privilegios por parte de ciertas elites.

-¿Cree que esta forma de relaciones, más que una nueva forma de consumo, son una expresión del fin de la dominación que suponían las relaciones amorosas?

-Esa es una visión liberal de las cosas. Es bonito creer que el nuevo régimen hacia el que nos encaminamos al menos nos asegura la posibilidad de que, en tanto mercancías del mercado amoroso, tengamos más posibilidades. El caso es que incluso en el ámbito de las aplicaciones para encontrar pareja se ponen de manifiesto cuestiones de clases. Sabemos que los algoritmos determinan la compatibilidad de las personas a partir de cuatro criterios: ingresos, lugares donde viven, actividades a las que dedican el tiempo libre y su nivel educativo. Así que bajo la promesa de un mercado justo, el algoritmo rechaza la movilidad de clase.

El aburrimiento

-En una ocasión, el protagonista se pregunta por qué lo dejaron y entre las razones aparece el aburrimiento. ¿Cómo lidian con el aburrimiento en las relaciones los personajes?

-El aburrimiento es inevitable, y no solo en las relaciones amorosas. Es inherente a cualquier actividad que se realice con cierta regularidad. Pero, creo que más que tedio, lo que los personajes sienten, es el temor de que no haya otra cosa. Todos aquellos que hemos estado en relaciones de cierta duración nos hemos preguntado, al margen del amor, si no estamos perdiéndonos de algo. Y que los personajes hacen es ser generosos con el otro, le dan la posibilidad de experimenten esas otras vidas que le habían sido negadas. Y lo que sucede, sin querer revelar el final de la novela, es que toda elección supone necesariamente una norma de responsabilidad, tanto para uno mismo como para la persona que es el objeto de selección. Y esta norma debe importar. Es superior al tedio o al deseo de querer tener otras cosas.

Morir de amor

-¿Cuál cree que es la razón por la que duele tanto el amor para los personajes?

-La generación previa a la nuestra, que es la generación de la liberación sexual, que propuso una escisión absoluta entre el deseo y el vínculo amoroso, se vio interrumpida por condicionantes específicos como la epidemia del SIDA. Y tuvo, como todo desarrollo, aspectos negativos: una línea de sombra que acompaña a cualquier transformación social: decenas de matrimonios rotos, o una permisividad sexual que fue aprovechada incluso por algunas personas con tendencias pedófilas. Nuestra generación, por consiguiente, a modo de respuesta inconsciente, trató de unificar o de reunir el deseo con el apego, y que nos convierte en una generación ligeramente más conservadora, incluso más unida al amor romántico. Además, hay un profundo temor al otro. Es lo que atraviesa a nuestra sociedad en este momento, junto con una incomunicación profunda entre las personas. Un buen ejemplo de ello, y lo menciono en el libro, la extensión promedio de los mensajes que los chicos mandan a las eventuales parejas con las que han hecho match es de 25 caracteres, al tiempo que las mujeres ocupan 150 caracteres. Aún así, al margen de cómo suceda la relación, y en una absoluta incomprensión del otro, tarde o temprano termina enviando una foto de su pene o violentándote de una manera u otro. Eso pone de manifiesto esa incomunicación, y que ayuda a que el amor duela.

-En una escena el protagonista habla de la importancia de la palabra mientras una mujer le envía emojis. ¿Qué tan importante se han vuelto las palabras en las relaciones amorosas actuales?

-Singularmente, en las aplicaciones en la que lo determinante pareciera ser el aspecto físico de las personas, y los condicionantes económicos, aún hace pasar la seducción por la palabra. Cuando se produce el match se abre la pantalla de chat y es ahí donde se juega la posibilidad de que esta coincidencia devenga en relación. No había pensado en eso, pero efectivamente hay una especie de percepción intuitiva por parte de los diseñadores de la herramienta de que la palabra importa, y mucho.

Al margen de ello, las propias compañías de algoritmos, que son las principales informantes en torno a qué es lo que pasa allí, dan cuenta de que el vínculo entre la palabra y la seducción es más complejo de lo que uno podría pensar. Por ejemplo, hay dos datos que me parecen desconcertantes. En primer lugar, que los hombres y mujeres que se comunican mediante emoticones tienen más éxito que los que lo hacen mediante palabras. Y en segundo lugar, es que las personas que escriben sin faltas de ortografías, no acortan las letras y siguen las reglas de puntuación son consideradas obsesivos, complicados u homosexuales. Así que, en el marco de estas herramientas, escribir bien es escribir mal. Esto me parece muy desconcertante y es algo de lo cual hay que pensar.

Por Cristóbal Carrasco

"Un montón de personas (...) que estaban viendo un aparato en la que aceptaban o descartaban a gente en Tinder".

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