El eco de los jaguares
Luis López-Aliaga vuelve a la novela con una historia que conmocionó al país en 2008: el caso Rocha. "La casa del espía" ficciona ese crimen, pero entreviendo los mecanismos ocultos que refieren a una década anterior, la del exitismo a cualquier costo.
Es difícil olvidar lo que en su momento fue el caso Rocha. Una historia tan trágica como pasional que tuvo como personaje clave a un empresario del mundo de la educación: Gerardo Rocha, fundador de la Universidad Santo Tomás. El fatal desenlace que cobró la vida de la víctima -un martillero público- y del victimario -el propio Rocha- fue portada de todos los diarios y titular de los noticieros de televisión en mayo de 2008.
A más de diez años de su ocurrencia, la historia vuelve a cobrar notoriedad por la vía de una novela: "La casa del espía" (Planeta). Su autor, el escritor Luis López-Aliaga, no ha querido tanto reconstruir los hechos como descubrir los mecanismos que subyacen a una trama digna de la mejor novela policial. En un tono que a ratos roza la parodia, donde lo esperpéntico asoma como característica vital de sus personajes, López-Aliaga construye una historia que tiene la velocidad de una serie de televisión y que se explica por una lógica que se articuló en los 90.
"Mientras investigaba el caso para la escritura de una serie de televisión, descubrí precisamente que sus resortes dramáticos se encuentran en los 90 y están asociados a cierta épica de entonces, a una lógica ambiental que primaba en esos años: la de alcanzar el éxito sin importar los medios que se ocuparan", dice López-Aliaga.
La de los 90 es la década de la recuperación de la democracia, pero por sobre todo son los años en que los chilenos se convirtieron en los jaguares de América Latina a consecuencia de la estabilidad política y la bonanza económica. También es la época de los contactos. No bastaban los méritos para salir adelante, lo fundamental era conocer a la gente adecuada.
"La gente ponía a sus hijos en buenos colegios porque ahí radicaba la posibilidad de dejarlo bien contactado. Entonces nos parecía más o menos lógico el naturalizar el tráfico de influencias e ir contra la meritocracia En este sentido, fue una época bien turbia que pasa colada porque es la década de la recuperación democrática. Sin embargo, fueron años en los que se fraguó mucho del lado perverso de nuestra sociedad. De alguna manera, esta historia es una excusa para escenificar eso", explica el escritor.
La historia
Es precisamente en esa década cuando los tres personajes masculinos más importantes de la novela alcanzan su ascenso. Gerardo Rojas hace su fortuna con los negocios en torno a la universidad privada; el martillero Jaime Olivos , el supuesto amante de la mujer de Rojas, saca réditos de su PYME de tráfico de influencias, y el detective Bruno Paravic ve florecer su negocio de espionaje.
Hay una correspondencia entre lo que plantea la novela y lo que ocurrió en la realidad, lo que es consecuencia de una investigación ardua sobre el caso Rocha. Esto porque inicialmente la idea de retomar la historia surgió de la idea de dos jóvenes guionistas -Bárbara Saavedra y Sebastián Vivero- que se acercaron a López-Aliaga con la propuesta de una serie sobre el caso. Comenzaron a trabajar en ello pero en el camino al narrador le ganó la impaciencia y terminó escribiendo la novela.
"En la novela hay una manera de contar lo que sucedió, una mirada que uno le impone a los hechos. En ese sentido opté por lo carnavalesco. El carnaval era una época del año en la que el pueblo se disfrazaba para burlarse del poder, a partir de una representación grotesca. La novela recoge también ese ánimo subversivo de la burla. Por lo mismo varié mínimamente los nombres reales, era parte del juego, de la parodia. Quería alejarme de cierta lógica documental", dice el autor.
-Imagino que en la investigación que hiciste hubo vacíos que fue necesario llenar para poder contar la historia. La novela reproduce un diálogo a puertas cerradas entre Rojas y Olivos, antes de que este último muera, del que dudo haya registro, ¿cierto?
-La ficción puede llegar a zonas a las que ni el periodismo ni la historia pueden llegar. Está acreditado que ellos estuvieron encerrados en el segundo piso de la casa de El Quisco un tiempo determinado antes de que ocurriera la explosión. El martillero murió ese día y el empresario nunca habló, toda su agonía fue en silencio. Entonces no hay posibilidad de que se haya reproducido lo que ahí pasó ni lo que se dijeron exactamente. Ese es el ejercicio que hice: imaginar cómo pudo haber sido ese encuentro a puertas cerradas en base a las cuestiones que sí están documentadas.
-El detalle de la causa del incendio que mencionas en la novela, ¿también es real?
-Sí, fue un error de cálculo. La idea original era matar al martillero y quemar la casa con él dentro para borrar cualquier huella. Previo a eso él lo interrogó. Y llevó elementos que compró en "La casa del espía", entre ellos el bastón de electroshock. Eso está acreditado en la investigación. No calculó que una vez que roció el lugar con bencina la descarga del bastón iba a provocar la explosión y el incendio posterior. Fue poco inteligente, lo que obliga a poner en duda lo que su entorno repetía sistemáticamente sobre el personaje: que era un genio, un tipo brillante, de una espiritualidad muy profunda. Él dice en un momento que la plata es como la burundanga: te anula la voluntad y la memoria. Era lo que él hacía. Hay varios episodios violentos con otros personajes que él silencia a cambio de varios millones. Eso es la burundanga.
-Sin ánimo de justificarlos, ¿empatizaste con alguno de los personajes?
-Insisto con la idea de que es una novela que trabaja más sobre la parodia, sobre lo esperpéntico. Me divertí en la construcción de estos personajes grotescos, pero no me pasó eso de empatizar con alguno. Quizá con el detective en su versión más chambona, y con algunos personajes que son propiamente ficción, como es el caso del paco Nieto, me pareció especial que fuera un paco leído, que manejara mucha información.
Una anomalía más
Otra de las cosas que llama la atención "La casa del espía" es que no se parece a nada de lo que López-Aliaga había escrito hasta la fecha. No es posible establecer un puente con alguna de sus obras anteriores.
"Es una anomalía más. Lo digo en serio. Yo no tengo una obra entendida como algo orgánico. Esa carencia ha derivado en la posibilidad de escribir de lo que se me dé la gana. No tengo que ser fiel a lo que ya hice, a la continuación de una obra. Por ahí es una ventaja esto de no estar atrapado por lo que ya hiciste, el no responder a cierta expectativa", añade el escritor de "La casa del espía".
-¿Es una opción intencional?
-Sería bacán que te dijera que lo tengo pensado… Pero es una carencia personal que prefiero convertir en un plus. Una carencia que tiene que ver con cierto temperamento, con mi biografía.
Por Marcelo Simonetti
mónica molina