El lugar sin límites
José Donoso, autor chileno, es uno de los novelistas latinoamericanos más importante, figura del Boom, quien jugó un rol fundamental en la gestación de la "nueva narrativa chilena". Donoso nos introduce a la novela con un notable epígrafe de Marlowe, del Doctor Fausto: El infierno no tiene límites, ni queda circunscrito a un solo lugar, porque el infierno es aquí donde estamos y aquí donde es el infierno tenemos que permanecer…
La estación El Olivo es lo más parecido al infierno, una réplica exacta del autoritarismo, de la desesperanza, donde la justicia es un sonido inaudible para los habitantes, un balbuceo interminable que jamás termina por articularse. Las diferencias sociales solo se limitan a don Alejo Cruz, latifundista visionario, dios todopoderoso, siempre ambicioso de más, por lo cual se hace diputado, teniendo la clara disposición que el bienestar social es solo una ridiculez inventada por la gente insatisfecha de sus migajas, que en general, son todos los habitantes del pueblo.
En esta novela, la figura de la Manuela, encarna más que el desvarío de "la loca", travesti, que se cree artista, indispensable en las casas de puta de mitad del siglo XX, llena de alegría impostada para la farra, con la dolorosa consecuencia de asumir las burlas y golpes de los hombres que la desean en secreto, maltratándola por ser lo que es. Pobre y desdentada, flaca y vieja, El Olivo se convierte en su casa a raíz de una "apuesta" que hiciera don Alejo Cruz a la Japonesa, puta dueña de la única y célebre casa de huifas del territorio. La apuesta nace de la precariedad en la que se encuentra la Japonesa, sin ser dueña del lugar en el que habita y trabaja, don Alejo, futre dueño de todo y sustancialmente señor de un morbo considerable, le propone a la Japonesa "hacer hombre" a la Manuela a cambio de la casa, eso sí, con ellos mirando los "cuadros plásticos" para creer en la veracidad del cumplimiento del trato. Fue así como la Manuela se va quedando, ahora convertido en padre-madre de una hija a quien le proporciona el nombre de la Japonesita.
Otro de los personajes representativos de esta historia es Pancho Vega, hombrón de tomo y lomo, rebelde frente a la autoridad del futre, quien no comparte la detestable sumisión y ceguera del pueblo, huyendo en busca de un futuro menos pobre y más independiente, lejos de los "favores" de don Alejo, quien en su también condición de diputado, promete servicios básicos que nunca llegan, un "modus operandi" fácil de reconocer, incluso en estos días, donde se ha corrido el tupido velo y la ceguera que impera es solo provocada por balines, cortesía de la autoridad. Donoso instala al poder político como un aprovechador de la pobreza y la ignorancia, en donde cualquier acción disidente se reconoce como violencia, como un "atentado" al orden de las cosas ya dispuesto por este poder, que poco aporta a lo social desde la territorialidad a la que representa.
Las cosas que terminan dan paz y las cosas que no cambian comienzan a concluirse, están siempre concluyéndose. Lo terrible es la esperanza. Nos dice Donoso en esta novela bien lograda, capaz de estremecer por su explicita sordidez, llevada al cine mexicano a fines de los 70 por el director Arturo Ripstein.
Por Laura Daza Valenzuela.