¿Quedará alguien que se atreva a decir la frase ritual "Feliz Navidad" el próximo 25 diciembre? Será difícil, después de los 2.358 episodios de violencia y destrucción vividos por el país y todos sus hijos, a partir del 18 de octubre. Las cifras son implacables: 21 muertos, casi 2 mil lesionados, 929 saqueos, 277 atentados incendiarios, 811 ataques a unidades policiales, 30 buses quemados, 30 centros comerciales destruidos o semidestruidos, 206 edificios públicos vandalizados. Asimismo, 180 instituciones financieras atacadas, 375 parques y plazas y 56 colegios con severos daños, 83 estaciones de Metro incendiadas y con daños gravísimos. A esto se suman 30 plazas de peaje, 41 estaciones de servicio y templos de diferentes denominaciones.
¿Cómo explicar a los niños que el Viejo Pascuero no podrá llegar porque existe el riesgo de que una turba de antisociales monte una barricada de fuego o escombros en su camino o que le pinten su trineo con groserías? ¿Cómo hacerles entender la diferencia entre manifestantes pacíficos y encapuchados que destruyen, agreden roban y quedan en libertad 24 horas después? Las respuestas serán difíciles porque los pequeños, en su proverbial inocencia, sólo esperarán una noche mágica y recibir regalos, precisamente por su condición de inocentes.
Los adultos tendremos que hacer un esfuerzo gigantesco para entonar "Noche de paz, noche de amor", en un país donde ha imperado la destrucción. Un día, en el hogar de mi hijo, escuché a mi nieta preguntar: "¿Por qué están peleando allá fuera?" Se le explicó que había algunos hombres buenos, que pedían, con razón y respeto, cosas justas, y hombres malos, que sólo se dedicaban a hacer daño.
Sin embargo, todavía queda la fe. Según la mitología griega, Zeus, el dios supremo, obsequió a Pandora una caja, con una orden: no abrirla por ningún motivo. La ambición y la curiosidad pudieron más. Pandora la abrió y de ella salieron todos los males del mundo. Cuando atinó a cerrarla, sólo quedó dentro la esperanza. Por eso se dice, en habla coloquial, que la esperanza es lo último que se pierde.
Lo que debemos hacer los chilenos es conservar la esperanza: en un país con menos desigualdades, con mayor justicia social. Pero también rechazar la violencia de saqueadores, ladrones, asesinos, incendiarios. Si esto último ocurriera, no tendríamos derecho a Navidad ni a fiesta alguna. El caos aplastaría a la tradición. El odio sepultaría eternamente al amor. La destrucción arrasaría con los más nobles principios y valores humanos. Ojalá que Nochebuena sea efectivamente noche de paz y amor, la primera en mucho tiempo y el anticipo de muchas más, que nos permitan vivir en un país solidario y mejor. Sobre todo, por el bien de todos: niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. Las luces del árbol de Navidad deben iluminar nuestro camino.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.