Hace 81 años, los caprichos de la naturaleza destruyeron, una vez más, la ciudad de Chillán y gran parte de Ñuble. Fue un terremoto terrible, con miles y miles de personas atrapadas bajo toneladas de escombros. ¿30 mil, 40 mil…?. No se ha podido establecer la cantidad exacta de víctimas de aquella tragedia. Sólo podemos afirmar que más de la mitad de la población de entonces fue engullida en aquella jornada jamás olvidada y que ha significado un punto de partida para la rebeldía de los ñublensinos.
Tras secarse las lágrimas con la rabia del dolor, los supervivientes se lanzaron a escarbar, incluso con sus propias manos, para buscar a sus seres queridos. La procesión fue larga, lenta, terrible, hacia el Cementerio Municipal. Fosa común, nada de identificación, sólo las paletadas que convirtieron en homenaje a quienes desaparecieron en los breves minutos del terremoto. Muchos quedaron para siempre bajo los escombros.
Aguirre Cerda llorando en las calles del espantoso paisaje, se contagió con el espíritu tan nuestro y ordenó la gran resurrección de Chillán, de Ñuble, de Chile. Hasta hoy, muchas medidas adoptadas entonces, siguen marcando nuestro desarrollo.
Y nuestra gente se levantó, resignada ante lo ocurrido, y reanudó la marcha hacia el futuro. Y eso ha marcado a fuego nuestra propia idiosincrasia. Es el punto de inflexión de nuestra identidad, es la fortaleza que guía nuestros pasos, es el impulso del desarrollo constante que mantenemos en acción.
"Los hombres se miden por las veces que son capaces de levantarse", dijo un pensador de antaño. Y nosotros hemos sido capaces de levantarnos cada vez que la tragedia nos sacude. Y hemos aprendido a ser fuertes, unidos, solidarios.
Ahora, a 81 años de la gran tragedia de 1939, miramos la Historia y descubrimos que hemos crecido en todo sentido. Ahora tenemos ciudad grande, capital de Región, con centros universitarios de gran nivel, con infraestructura cultural que crece y crece, con una población que atrae y que también crece. Con gente que no olvida su pasado, que lo hace carne propia y que también sabe luchar por los nuevos futuros de progreso e igualdad.
Esa forma de ser, es el mejor homenaje a aquellos que quedaron bajo los escombros: no detener la marcha, pero sabiendo que debemos hacerlo con inteligencia, con ideas claras y transversales, con liderazgos transparentes, con respeto, pero con firmeza y decisión. Y todo eso, por el bien de todos, sin excepciones.
