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Pandemia y las responsabilidades

Mantener controladas las tasas de contagio requiere, necesariamente, de la colaboración de todos y cada uno. Actitudes como el desplazamiento a segundas viviendas o el no respetar la cuarentena obligatoria y toque de queda, son ejemplos de que hay personas que no están entendiendo nada.
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Si hay un tema que ha sido motivo de especial atención y debate durante la crisis derivada de la pandemia causada por el coronavirus covid-19, este es la relevancia de las responsabilidades individuales en una tarea que, a la vez, posee un fuerte carácter colectivo y alcances globales: mantener a raya las tasas de contagio para evitar el colapso de los servicios de urgencia y reducir así las tasas de mortalidad de la enfermedad.

Son varios los niveles donde se expresan las responsabilidades individuales.

El primero, naturalmente, tiene que ver con aquellos que hoy en día ostentan un mayor poder de decisión, especialmente porque las determinaciones que están tomando -por ejemplo, en el ámbito sanitario- impactan directamente en el bienestar de toda la comunidad. Por consiguiente, es importante recalcar la obligación que tienen las autoridades de actuar de forma responsable, templada y oportuna, para implementar las mejores medidas desde una perspectiva racional, con las evidencias por delante, y no dejándose llevar por las emociones.

Pero junto con la responsabilidad de quienes cumplen labores públicas, hay también una muy relevante dimensión que ha mostrado por estos días su peor cara. Se trata de la conducta individual, expresada en los actos que cada persona realiza, tanto en el respeto de las directrices establecidas, como en el hecho de realizar aportes voluntarios para ayudar a superar este complejo momento.

Actitudes como el desplazamiento masivo a las segundas viviendas o el no respetar la cuarentena obligatoria y toque de queda, son ejemplos de que hay personas que, sencillamente, no están entendiendo nada.

El objetivo de mantener controladas las tasas de contagio requiere, necesariamente, de la colaboración de todos y cada uno de los individuos. Y lo decimos no como un cliché, sino como una expresión absolutamente concreta de la forma en que podemos evitar la propagación masiva del coronavirus.

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¿El mundo se paralizó?

Hoy nuestros hogares pueden ser nuestros templos donde de manera audaz vivamos nuevamente la fe.
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Hace unos días conversaba y reflexionaba con Núria, mi hija, acerca de una frase que leí a propósito del coronavirus: "el mundo se paralizó". Muchas personas sienten que de alguna manera esta enfermedad detuvo la vida. Había tantas cosas planificadas, eventos, viajes, celebraciones, juntas de amigos, negocios, etc., y de pronto nada de esto es posible de realizar. El llamado ahora es a quedarse en casa y mantener el distanciamiento social.

Para muchas personas la vida social se había transformado en una verdadera válvula de escape, estar fuera de la casa ayudaba a no pensar en las relaciones afectivas, a no mirar la relación conyugal, a no tener tiempo para los hijos; y de esta forma al estar siempre tan ocupados podíamos "patear" nuestras dificultades para más adelante, para cuando tuviéramos tiempo. Que paradójico, pues ese tiempo nos llegó de golpe y ahora es cuando podemos comenzar a trabajar y poner orden en lo que de verdad es importante. Cuantas caras alegres fuera del hogar, pero con historias difíciles y agobiantes dentro del espacio íntimo. Este mundo nuestro lejos de paralizarse parece que se aceleró en la vida personal, pues de golpe nos estamos viendo obligados a enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros temores, problemas e incluso a verdaderos abismos para algunos.

Que gran pandemia estamos viviendo y a la vez que gran oportunidad podemos estamos experimentando. Ordenar la vida, los sentimientos, y en definitiva priorizar lo importante solo surge desde lo más íntimo de la persona. Hoy es posible ver dónde estamos y hacia dónde queremos ir, eso sí, entendiendo que la vida tiene momentos de dolor pero que estos son a la vez aprendizajes. Hoy podemos escuchar a nuestros hijos, saber qué piensan, a qué le temen, donde están sus esperanzas y por qué no decirlo también sus debilidades y complejos. Es momento de mirar a nuestros cónyuges, compañeros o como lo quieran llamar y volver a decidirnos por construir o reconstruir una historia nueva, sabiendo y aprendiendo de nuestros errores pero nunca dejando de pensar que sí existe un mañana.

Hoy nuestros hogares pueden ser nuestros templos donde de manera audaz vivamos nuevamente la fe, nos despojemos de nuestros prejuicios y podamos rezar por nosotros y los otros. Este mundo está lejos de estar paralizado, nadie nos robó abril (parafraseando a Sabina), sigue rotando día a día. No te paralices que la vida hay que vivirla así como viene, y en este año 2020 nos toca con Coronavirus.

Paulina Benavente Vargas

psicóloga

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Igualdad de trato ante la emergencia

Hoy las ONG´s al igual que las Pymes, están sufriendo enormemente ante la crisis .
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El surgimiento y proliferación de fundaciones en Chile surge como una necesidad de la sociedad civil por ser parte y colaborar en el desarrollo de un país mejor, pero también por la incapacidad del Estado de asegurar el bienestar y satisfacer las necesidades básicas de toda la ciudadanía y, por ende, hacerse cargo del "daño colateral" de un sistema donde pareciera que el único imperativo es el crecimiento económico. Las fundaciones, entonces, cumplen un rol imprescindible apoyando la labor del Estado y encauzando de forma eficiente y eficaz, los aportes de las empresas en los territorios donde estas operan, los que por lo general son vulnerables. No es de extrañar entonces que hoy existan 234.500 organizaciones de la sociedad civil, que según el estudio elaborado en 2016 por Sociedad en Acción del Centro de Políticas Públicas de la PUC, el 31,6% trabaja en el ámbito de la Cultura, el 13,3% en Educación, 32,1% en Desarrollo Social y Vivienda, entre otros.

Las Fundaciones según la legislación chilena deben ser de beneficencia, son personas jurídicas sin fines de lucro y en la práctica se ven forzadas a "utilizar" el total de los ingresos obtenidos en un año calendario a fin de no perder recursos en un destino distinto al de su misión social, cuestión que para quienes participamos de ellas, nos parece correcto. Sin embargo, desde el punto de vista tributario y laboral son empresas, por lo tanto están categorizadas como pequeñas, medianas o grandes, dependiendo de su nivel de facturación, de acuerdo con la clasificación asignada por el S.I.I.

Desde el punto de vista tributario, estas entidades son clasificadas como contribuyentes de primera categoría y no acogidas a ningún régimen tributario del Art. 14, pero si afecto al pago de P.P.M (pagos provisionales mensuales), por la ventas y al impuesto a la renta por los ingresos que no son donaciones, gravados con una tasa del 25%.

Al igual que la pymes, las fundaciones sufren los mismos avatares que estas experimentan, el mes a mes es también su realidad, tiene las mismas obligaciones con sus empleados sobre el cumplimiento de la normativa vigente y con el estado respecto de los impuestos. Así, la única gran diferencia que existe entre una empresa y una fundación, es que la primera busca, legítimamente, generar utilidades para repartir entre sus dueños, en cambio la segunda no, lo que no implica un mejor desempeño, ni mayor carga de trabajo, ni responsabilidad en la sostenibilidad institucional; pero si dos grande problemas. Por un lado, serias restricciones de acceso a crédito en la banca tradicional, limitando su crecimiento y posibilidad de capital de trabajo en tiempos difíciles; y por el otro, la obligación de pagar impuesto a la renta si es que el resultado es positivo al final del ejercicio, restándoles recursos importantes para su funcionamiento.

Álvaro Castro Aránguiz director de sostenibilidad de Fundación Huella Local

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