Cada día, y puntualmente, la noticia es el recuento de los nuevos enfermos y el número de los muertos. De esto, hace ya meses y se hace largo. El invierno parece una amenaza y recuerda las palabras del Papa a una plaza vacía y el mundo de testigo: "Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos."
Los días que pasan han hecho que veamos algo evidente pero disimulado, los enfermos y los muertos no son estadísticas, no son un número, se trata del vecino, un familiar, el colega, nuestro o de un amigo, la pandemia se ha hecho cercana y el mayor golpe lo da a nuestra esperanza. Da la impresión que nadie nos sacará del problema, no hay persona en el mundo a quien recurrir como sí, no le importáramos a nadie.
Nadie estaba preparado para esto y todos nos hemos equivocado en algo. Juzgar el actuar de otros nunca ha sido una salida ni solución, menos ahora. Es el momento de entender que no salimos solos y, para ello, es imprescindible que seamos capaces de lograr que nadie se sienta solo. Los enfermos, sus familias, el personal médico, las autoridades y nuestros vecinos, los mayores que están asustados y los inconscientes en los que vemos solo irresponsabilidad. Si logramos hacer sentir esto, la esperanza tiene futuro.
Una característica de nuestro tiempo es el individualismo. Muchos no conocen a sus vecinos, otros, en el mundo laboral no saben quiénes son sus colegas y en el mundo virtual hasta se puede jugar y entretenerse con desconocidos. Tenemos que tomar la iniciativa y lograr que otros sepan que son importantes para nosotros. Saberse importante para alguien cambia la manera de relacionarse y también cambiará nuestro mundo. No podemos esperar que otros nos salven, nos solucionen los problemas y traigan la anhelada vacuna para seguir como antes. La vacuna llegará, no ahora, y cuando lo haga, no estaremos todos ni seremos los mismos. Lo importante será haber aprendido. Cuando parece que nada se puede hacer, cada uno tiene mucho que hacer.
Es el tiempo de mirar nuestras vidas y separar lo esencial de aquello que es superfluo. Aferrarse a los miedos, a lo que vemos perderse o a prácticas que fueron rutinarias y ahora vetadas, no ayuda. Tenemos que sacar lo mejor de cada uno y dar a nuestras vidas la dirección correcta, tenemos que optar por lo bueno, aún cuando lo que nos rodea sea la maldad. Una sociedad buena no se construye sin ciudadanos buenos, no da lo mismo cómo te comportes y la sociedad necesita de ti.
Luis Flores Quintana Sacerdote diocesano