Día del fonoaudiólogo
El 22 de noviembre se celebra el "Día del Fonoaudiólogo(a)" en Chile, conmemorando la firma del decreto que autoriza la reapertura definitiva de la carrera en 1974. En estas décadas hemos sido testigos del desarrollo de la disciplina en el contexto Educativo y de Salud. El Fonoaudiólogo(a) generalmente se ha reconocido por el rol en el área pediátrica, respaldado por la inclusión de este profesional en equipos interdisciplinarios que se insertaron en educación preescolar y escolar principalmente para apoyar a niños y niñas con trastornos del desarrollo del lenguaje y comunicación.
El fonoaudiólogo es un profesional capacitado para prestar servicios a personas durante cualquier momento del curso de su vida desde neonatos a personas mayores, con la finalidad de resolver una necesidad en ámbitos del habla, lenguaje, comunicación, cognición, voz, deglución, audición y sistema vestibular de causa primaria o asociada a patologías que conllevan desórdenes en esta áreas, como también contribuir en quienes quieran potenciar sus habilidades comunicativas, vocales y/o cognitivas sin estar en presencia de una alteración. Este campo de acción descrito es muy amplio lo que ha llevado al perfeccionamiento continuo de este profesional para fortalecer sus competencias específicas y se ha insertado en diversos servicios de salud y educación conformando equipos donde se destaca por labores de promoción, prevención e intervención del bienestar comunicativo y deglutorio en pro de la calidad de vida de los usuarios.
En este día la escuela de Fonoaudiología de la Universidad Santo Tomás reconoce el rol de sus Fonoaudiólogos (as) en el país y felicita a quienes a través de sus terapias ayudan a escuchar nuevamente a personas implementando prótesis auditivas, a aquellos colegas que logran conectar con sus entornos a niños, niñas y adolescentes que requieren intervenciones ecológicas y sistemáticas, a quienes con su arte logran generar aprendizajes en las nuevas generaciones que abrirán nuevos espacios de desarrollo, a los que con pasión hacen que las palabras florezcan, a quienes con sus técnicas mejoran la funcionalidad de adultos y personas mayores para que disfruten y se conecten con sus familias el mayor tiempo posible. A aquellos que activan una red muscular y neurológica que permite saborear nuevamente comidas favoritas de forma segura, a quienes colaboran para encontrar la voz perdida, a esos profesionales que luchan para acoplar al bebé al pecho materno y tantas otras intervenciones que esperamos se vean formalizadas en la salud pública para dar estas oportunidades de acceso a todos los chilenos y chilenas que requieren de nosotros.
Alvaro Plaza Calderón. Académico Carrera de Fonoaudiología UST.
Desconexión necesaria
Considerando que los aparatos tecnológicos ya forman parte del mundo del niño y del adolescente, los padres utilizan estos recursos como herramientas de presión para lograr que les obedezcan. Los mismos hijos suelen decir al psicólogo, que ya saben que los padres les quitarán los celulares o la consola para castigarlos y eso es lo que más les duele. No está demás agregar que el uso de estos medios tecnológicos suele hacerse extensivo incluso hasta altas horas de la noche. Los mismos padres hacen sus narrativas comentando cómo sus hijos se hacen los dormidos; al volver a sus dormitorios, se trasluce la luz del celular bajo las sábanas, porque siguen chateando o jugando y esto se puede extender hasta la madrugada. Los hijos tampoco lo desmienten, buscando argumentos para sostener esta conducta. En estas dinámicas familiares, en cuyo centro se encuentra la tecnología, los adultos también se ven involucrados, generándose discusiones entre ellos, debido al uso excesivo del celular como un intruso que llegó para quedarse y que, además, recibe la mejor de las bienvenidas como protagonista, desplazando a la pareja. La tecnología como anfitriona central, a través de la oportunidad de acceder a las redes sociales, trabajar, conversar, jugar o entretenerse, encuentra su potenciación con la llegada del coronavirus y la exigencia de cuarentena. Si antes era un punto de consistente conflicto, ahora genera la paradoja de aplaudir al anfitrión por medio del teletrabajo para los adultos, la escolarización con metodología virtual y la resolución de problemas, tales como comprar, ingresar al Banco, pagar cuentas, enviar correos, informarse, etc. Horas de pantalla en sus distintas versiones, desde la televisión hasta los celulares, y los hijos sin poder salir aprovechan como nunca estas tecnologías planteadas para la vida cotidiana. Entonces ¿Cómo restar el tiempo de pantalla a los hijos si pareciera necesitarse más que nunca? En medio de esta paradoja, las familias parecieran necesitar más equipos para evitar conflictos y, de esta manera, estar todos conectados. Inclusive, si antes de la situación planteada por la pandemia del coronavirus, muchos padres preferían que sus hijos tuvieran tiempos prolongados de pantalla para ellos hacer otras actividades, la situación de encierro actual no cambia mucho las cosas, en tanto la llamada "adicción" a las pantallas venía sucediendo desde hace mucho tiempo atrás. ¿De qué se trata, entonces, la regulación de los tiempos virtuales? Tiempos de estudio, tiempos de entretención, pero también tiempos para compartir con la familia, tiempos para descansar. ¿Cómo lo podrían entender los hijos sin que para ellos sea una amenaza o un castigo departir en familia y sin pantallas? Al parecer, los padres deberían dar ejemplo de ello, no solo dosificando sus propios tiempos de trabajo y entretención virtuales, sino también brindando un sentido favorable a los tiempos de "humanización" junto a la mesa, ya sea por medio de un juego con el que todos compartan o por la elección de momentos en que se procure una buena conversación. ¿Será esto un problema de los hijos o, más bien, se trata de un problema de los adultos, quienes aun no han encontrado las maneras de vincularse entre ellos y con sus hijos, prescindiendo de objetos para poder relacionarse? x
Miriam Pardo Fariña Académica Escuela Psicología Universidad Andrés Bello