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Amor sano
Desde nuestra infancia y en la medida que vamos creciendo definimos nuestra expectativa de amor de pareja. Las realidades que observamos, los patrones culturales y valóricos, y las experiencias que en el transcurso de los años acumulamos, nos hacen construir una idea preconcebida y algunas veces idealizada, de cómo debería funcionar ésta relación.
A su vez, cuando creemos encontrar a la persona adecuada y pensamos que también lo somos para esa persona, pasamos por diversas etapas que van desde diversos efectos a nivel cerebral y una verdadera revolución hormonal, que nos llevan a experimentar una sensación de bienestar y emociones que involucran el afecto y la ternura, que con el paso del tiempo va decantando en diversas realidades: decepciones, crisis, superación de ésta, adaptación, etc., pero que son distintas en tiempo y duración según la dinámica, contexto, valores; en definitiva propias de cada pareja pero con algunas etapas comunes. Pero ¿qué hace que pasemos de vivir una vida de pareja con sus vaivenes propios a situaciones de violencia?
La violencia corresponde a un comportamiento intencional de fuerza, o abuso de poder que provoca o puede provocar daño, tanto a nivel físico como psicológico. En un contexto de familia, puede ocurrir a cualquier persona, no distingue raza, edad, sexo, religión ni nivel socioeconómico e históricamente han existido y existen condiciones que favorecen su aparición y que están relacionadas con la vulnerabilidad de sus protagonistas: mujeres, personas mayores, discapacitados, relaciones de pareja con desequilibrio, jóvenes que viven en contextos de estructuras altamente rígidas, etc. La violencia es un fenómeno complejo que impacta de manera profunda a quien la padece y que en su tipificación general física, psicológica y sexual produce graves daños y hasta la muerte.
El confinamiento, producto de la pandemia del COVID-19, ha producido cambios y propiciado con presión procesos de adaptación de familias, contextos laborales y sociales y se han observado contextos de violencia donde antes no existía o se han exacerbado en familias donde antes ya existía una forma violenta de relación. Han aumentado considerablemente los casos de violencia hacia la mujer, y en concordancia han aumentado también los femicidios, y ha habido un aumento de la violencia juvenil entre pares y también en el pololeo.
Verónica Villarroel Navarrete, UST
La tragedia de la educación
La educación, abordada desde distintas miradas, es la pieza esencial de la construcción de una sociedad más justa y equitativa. El análisis de los mundialmente acordados Objetivos del Desarrollo Sustentable (ODS) nos lleva a determinar que cumplir el objetivo 4, educación de calidad, favorece el cumplimiento de muchos otros ODS como el fin de la pobreza, hambre cero, salud y bienestar, equidad de género, trabajo decente y crecimiento económico, reducción de las desigualdades, producción y consumo responsables, acción por el clima y los ecosistemas, paz, justicia e instituciones sólidas. Poderoso detonante es entonces la educación.
Recientemente, un gran estudio llevado a cabo por las dos principales universidades chilenas, llamado Tenemos que hablar de Chile, realizó miles de encuestas y diálogos ciudadanos (más que cualquier encuesta) para entender lo que piensa la ciudadanía sobre el futuro, entregando interesantes hallazgos preliminares, entre ellos el siguiente "Para las y los participantes la educación surge como prioridad, como problema, como anhelo y como solución. Es el tema más frecuente en las conversaciones". Tenemos entonces, que ya sea desde la mirada internacional, o desde el sentir ciudadano, se ratifica una vez más la crucial importancia de la educación, la educación de calidad, en la construcción de ese futuro justo y digno que se sueña.
Cabe preguntarse entonces, ¿por qué no tenemos una educación de calidad? Esa buena educación para todos igual, que brinde las mismas oportunidades a cada joven que ingrese al sistema a estudiar, es un sueño lejano. Una educación de calidad que forme tomadores de decisiones que impulsen en cada una de acciones el bienestar común, con un pensamiento crítico sólido y valores humanistas, es parte de la utopía de quienes trabajamos por educación para la sustentabilidad en las instituciones de educación superior. La respuesta al porqué no la tenemos es tan clara como triste, no tenemos educación de calidad, ni se vislumbra, porque al malsano sistema político chileno no le interesa. Prefiere tener una ciudadanía que no razone y a la cual pueda engatusar con consumismo y falsas promesas, a una ciudadanía que cuestione, que tenga las competencias para pensar críticamente y cuestionar sus acciones. Para el sistema político y sus mandantes económicos, es mejor tener población sin educación que ciudadanos empoderados de su rol.
Oscar Mercado, UTEM