El dilema
Joaquín García-Huidobro
Estás inquieto. Esta pandemia no termina nunca, cada vez surgen variantes más poderosas del virus, y te parece incomprensible la actitud del Ministro de Educación que insiste en que los alumnos vuelvan a clases a pesar de los reparos que pone el Colegio de Profesores. Has decidido poner en marcha una acusación constitucional, destinada a destituir a esta autoridad que, según tu parecer, incumple gravemente sus deberes.
A pesar de su seriedad, el problema te parece sencillo: si mantenemos las escuelas cerradas no correremos el peligro de que nuestro niños se contagien y corra algún riesgo su vida. Para ti, la situación se parece a la de alguien que conduce un auto y se le cortan los frenos. Adelante hay gente en la carretera (pensemos, por ejemplo, en una peregrinación a Lo Vázquez). El conductor no puede detenerse, pero sí cabe que tome un camino alternativo y se desvíe, antes de llegar a la gente. Esa alternativa es mantener las escuelas cerradas.
Lamentablemente las cosas son bastante más complejas. Es verdad que aquí al vehículo se le han cortado los frenos y no puede detenerse; pero sucede que no sólo en una, sino que en ambas vías disponibles hay gente en el camino. Estamos ante una tragedia: ninguna alternativa nos deja libres de riesgos. Cualquiera sea el curso de acción que elija la autoridad se producirán daños gravísimos.
Ciertamente tú tienes una ventaja. Si el ministro siguiera lo que dice el Colegio de Profesores los daños no serán apreciables de manera tan clara como si algunos niños se contagian en la escuela. Pero sería muy irresponsable una autoridad que sólo se moviera por las apariencias.
No es casual que la UNESCO y otras fuentes autorizadas recomienden vivamente la vuelta a clases. Hoy corremos el grave riesgo de que toda una generación de nuestros niños quede irremediablemente dañada, y que los más afectados entre ellos sean precisamente los más vulnerables.
Con la mano en el corazón, ¿piensas que se puede enseñar las operaciones aritméticas básicas; a leer o a escribir, a través de una pantalla? Te sugiero que hagas la prueba y verás que, salvo casos muy excepcionales, eso resulta casi imposible.
Hay cosas que se pueden aprender en distintas etapas de la vida, pero existen algunas que deben adquirirse cuando uno tiene 6, 7 u 8 años; de lo contrario, no se aprenderán nunca, al menos de la misma manera.
Se ha dicho muchas veces: la brecha entre los niños más favorecidos y los más vulnerables se está acrecentando de manera dramática. Esas diferencias serán imposibles de revertir. Las aulas cerradas son una escuela de desigualdad.
Además de lo anterior, están otros problemas que son todavía más graves. Hay daños psicológicos que no será fácil remediar. Los niños necesitan adquirir hábitos de vida en común, que no se consiguen si están encerrados en una vivienda minúscula. En las escuelas reciben buena alimentación. Por si lo anterior fuera poco, sabemos que los encierros favorecen el maltrato psicológico y abusos todavía peores. Eso no es una eventualidad teórica: son peligros muy reales, que afectan a una multitud de nuestros conciudadanos más pequeños. La escuela abierta es un refugio contra ellos. La situación de los padres con niños en la casa es dramática: ¿no te importan las mujeres que crían solas a sus hijos?
Dime, por favor, que estamos ante una tragedia, dime que lo que vemos es terrible, pero por favor no me digas que el ministro Figueroa debe ser depuesto porque hace lo posible porque se retomen las clases. Eso es un punto de partida, es lo mínimo que podemos pedirle a un ministro de Educación.
Y si eso te parece mal, no lo depongas: pide que cerremos ese Ministerio y que pasemos esos dineros a salud: para combatir la desnutrición; para asegurar tratamientos psicológicos y tratar de reparar un poco los infinitos daños que se producen mientras nuestras escuelas están cerradas. Piénsalo bien.