El mes de marzo significó el regreso de muchas actividades y, tuvimos un espejismo de normalidad. La presencia masiva en colegios, una gran disminución del teletrabajo, el deseo de encontrarse con vecinos, compañeros o colegas, escondió la pandemia que se resiste a abandonarnos y, de pronto, tuvimos la sensación de estar en medio de una muchedumbre, que solo eran los pequeños grupos habituales de lo que llamamos, normalidad, los colegas de trabajo, los grupos curso, las reuniones y el tráfico vial.
Comenzamos a comprender que, la pandemia tiene una grave secuela en la vida social, en algunos, se ha ido atrofiando la capacidad de convivir, en otros, simplemente, se ha eliminado. Lo más grave de todo es, que el retorno a la ansiada normalidad nos obligó a silenciar expresiones y, de golpe, volvimos sin habilidades y con competencias debilitadas para estar en grupo; en la calle, en el trabajo o en el colegio. Se nos olvidó convivir y comunicarnos cara a cara. Las mascarillas nos esconden. Lo único que se expresa de manera generalizada, espontánea, pero sin ningún control, es molestia y rabia. Parece que todos andan enojados, a la defensiva y dispuestos a agredir. Las noticias se llenaron de incidentes escolares y ciudadanos, padres comprometidos en una misma tarea, se enfrentan con armas de fuego, compañeros de aula o colegio se insultan y agreden, vecinos despertados por mensajes de redes social terminan como asesinos. En el trasfondo, aparentemente lejano, la guerra. En todo, subyace un solo componente; los demás son potenciales rivales o enemigos.
Cuando le preguntaron a Jesús la manera de lograr la vida plena, de acceder a una vida en que todo esté en equilibrio y para siempre, Jesús habló del prójimo. Rechazó la pregunta e invitó a un dinamismo; hay que tomar la iniciativa, hacerse cercano, ir al otro (no esperar qué me hace para reaccionar) ponerse en su lugar y ayudar. En el ejemplo citado, se trata de una víctima de violencia, ignorada por quienes pasan a su lado y, ayudado por quien, culturalmente, se podía considerar su enemigo.
La normalidad es que las personas se encuentren como tales, que los adultos se comporten como adultos. Que no nos tratemos como enemigos, que seamos como aquel, de la emblemática parábola, samaritanos. La posibilidad de estar presente con los demás, nos invita a no olvidar los pequeños gestos de convivencia.