Uno de los acontecimientos dignos de mención de los últimos días -por lo que enseña acerca de la vida cívica- fue la revelación que hizo Guillermo Teillier de su conversación con el presidente Boric a propósito del nombramiento fallido de un militante comunista -Cataldo- como subsecretario del interior. En esa conversación -según relató Teillier- el presidente le dio explicaciones. Le dijo que, a su juicio, los tuits de Cataldo "no eran para tanto, que no daba para que no fuera subsecretario". La razón por la que debió retirar el nombramiento eran, le dijo el presidente, "las presiones de la derecha". Sin embargo lo más digno de mención vino después. Gabriel Boric habría preguntado a Teillier de qué forma él -el presidente de la república- "podría compensar" al Partido Comunista. El presidente adoptó -relató Teillier- "una posición humilde y comprensible".
Humilde y comprensible.
Hasta ahí las revelaciones de Teillier.
Las revelaciones causaron revuelo. La ministra del interior se quejó de la actitud de Teillier. Se trataba, dijo, de conversaciones privadas que no debían revelarse.
El asunto merece dos comentarios. Uno relativo al contenido de la conversación (contenido que nadie, ni Teillier ni autoridad alguna, ha desmentido); el otro a su divulgación.
La conversación no deja muy bien -no vale la pena ocultarlo- al presidente porque revela una cierta sumisión institucional, una cierta docilidad hacia el PC. La pregunta de cómo podía compensarlo y la actitud humilde que Teillier detectó en el presidente, aparece como revelación de una culpa, como quien sabe que ha causado un daño o traicionado una confianza, un daño que no debía causar o una confianza que no debía quebrantar. Y no es muy digno de un presidente eso de la actitud humilde o la pregunta de cómo compensar la falta. Pero, para ser justo, es probable que la intimidad de la política (los meandros y los pasillos del estado) esté llena de este tipo de incidentes. Y es probable que, en su hora, todos quienes antecedieron al presidente Boric hayan debido vivir momentos parecidos y hayan debido preguntar a sus aliados, para calmarlos, qué compensación los satisfaría. Una de las paradojas del poder presidencial, es que depende de sus aliados para gobernar y mantener cierta compostura pública y es natural, entonces, que haya cierta sumisión a los aliados. Otra cosa, claro está, son los modales con que esa docilidad inevitable se presente. Quizá la diferencia entre los presidentes no derive tanto de la necesidad de someterse a los aliados, como de los modales y el cinismo (que en política es todo un arte) con que ese sometimiento se ejercita.
Pero lo más relevante del incidente no fueron esas palabras del presidente, o la revelación que hizo Teillier, sino los argumentos que se esgrimieron para sostener que este último había sido indiscreto y había revelado una "conversación privada".
Y eso sí es increíble.
Porque una cosa es solicitar a los aliados que sean discretos, y otra distinta es sostener que las negociaciones políticas relativas al Estado sean una conversación privada. Hablar de los propios sentimientos, revelar algún asunto íntimo, contar o quejarse de las tribulaciones de la vida cotidiana, referirse a la propia vida sentimental o familiar, son, sin duda, asuntos privados. Pero ¿desde cuándo hablar del Estado o referirse al modo en que se configura el poder político es privado o íntimo o personal? Desde Ulpiano -según recoge el Digesto, la gran compilación de Justiniano (siglo VI)- se sabe que lo relativo a la civitas (o a la ciudad, o al Estado) es el asunto público por antonomasia. Así que Teillier pudo ser indiscreto; pero no porque la conversación haya sido privada.
Es verdad que hubo razones para que Teillier callara lo que el presidente le dijo; pero no porque lo que le dijo y la actitud que le mostró fuera privada.
Es solo porque resulta algo bochornosa.