¿No te produce admiración esa gente que ha surgido a punta de esfuerzo personal? Sus vidas parecían destinadas al fracaso y, sin embargo, han salido adelante contra viento y marea. Eso sí que es mérito.
Nuestra educación pública siempre tuvo en cuenta esta realidad y la estimuló. Había liceos que recibían a los mejores alumnos y los preparaban para servir al país sin atender a sus condiciones económicas o al ambiente del que venían. En el Instituto Nacional están los retratos de dieciocho ex presidentes de Chile y uno del Perú que estudiaron en sus aulas. Hoy todo eso pertenece al pasado, entre otras razones porque hace unos años, en nombre de la igualdad, el mérito fue desplazado por el azar. Naturalmente, no es la única causa de su decadencia, pero sería difícil negar que señales como esa han influido en el deterioro actual de los liceos emblemáticos.
El mérito importa. Si no se valora, se hará más difícil que las personas se esfuercen y progresen. Sin embargo, el discurso del mérito, si se exagera, puede ser peligroso. Lleva a la gente a creer que todo lo han obtenido por su propio esfuerzo. ¿Nunca has oído a ciertas personas decir: "Yo no le debo nada a nadie, todo me lo he ganado a pulso"? Esto es absolutamente falso.
De partida, ni siquiera podrían hablar, escribir, caminar o sentarse si alguien no se los hubiera enseñado. Tienen una casa, una empresa, una consulta médica o una oficina de abogados, pero gracias a que hay leyes, policías, jueces y un orden institucional que les garantiza la seguridad de sus posesiones. Y nada de eso es fruto de su propio esfuerzo. ¿Habría sido igual su existencia si vivieran en Venezuela, Corea del Norte o algún otro país gobernado por un régimen totalitario?
El discurso del mérito, además, conlleva el riesgo de producir personas insolidarias, particularmente en las élites. Como piensan que todo lo que han obtenido se debe a su esfuerzo y capacidad, imaginan que carecen de obligaciones para con el resto, salvo las que impone la ley.
No se trata de borrar de nuestras mentes toda idea meritocrática: el mérito existe y es bueno, sino de conseguir un sano término medio. Hay que valorar el mérito, pero no al costo de que la gente carezca de conciencia de lo mucho que ha recibido de los otros.
Se me viene a la mente un suceso de hace veinte siglos. En la antigua Grecia había una ciudad, Corinto, que era un importante centro comercial. Allí abundaban los comerciantes y personas que, con esfuerzo, habían alcanzado una buena posición. Un buen número de ellos conocieron el cristianismo y se fascinaron con esta fe, que les entregaba un auténtico sentido a sus vidas. Sin embargo, como todos nosotros, corrían el peligro de la arrogancia. Para prevenirlos, san Pablo les escribió una carta donde le hablaba personalmente a cada uno: "¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?". Son palabras muy actuales.
La clave para conseguir ese justo equilibrio, que hace a las personas esforzarse y, al mismo tiempo, estar atentas a las demás, es la idea de gratitud. Una verdadera cultura del mérito sabe reconocer los merecimientos de quienes nos ayudaron y por eso es, también, una cultura de la gratitud. Mirando hacia atrás, nos exige ser agradecidos con los que nos ayudaron; y, mirando hacia adelante, su ejemplo nos mueve a hacer: ayudar al que aún no lo merece, es decir, preocuparnos por las generaciones futuras. En cambio, lo propio del arrogante es ser ingrato, no ver esa enorme deuda que tiene con su familia, sus profesores, sus amigos y, en definitiva, con todo el país. Como no ve los dones que ha recibido, ignora que pesa sobre él una deuda que, en realidad, nunca podrá pagar y que, por eso, al menos debe agradecer constantemente.
Se trata, en suma, de esforzarse mucho, pero, al mismo tiempo, darse cuenta de que eso no basta, de que es mucho más lo que hemos recibido que aquello que se debe al propio empeño. Quien entiende eso, comprenderá algo muy importante: no se trata de estar orgullosos por lo que tenemos tiene, sino de pensar en qué más podríamos dar a los demás.