La Política y sus límites
José Ignacio Martínez Estay
La Política es una actividad humana, y por eso no es ajena a las virtudes y defectos de los ciudadanos, en especial de quienes "hacen política", de los políticos. En tal sentido, no cabe duda de que la confianza o desconfianza en ella se vincula especialmente con los defectos y virtudes de estos últimos, pero esto no nos puede hacer perder de vista que la Política no consiste en aquellos defectos y virtudes. Por el contrario, ella tiene una entidad propia, que entre otras cosas se traduce en un objetivo que la define, que no es otro que el interés general o interés público, es decir, aquella parte del bien común que sólo podemos procurar alcanzar a través de ella.
De aquello se desprende una consecuencia esencial, a saber, que no todo es Política, porque ésta se relaciona con lo público, y no con lo privado y lo íntimo. En los totalitarismos no existe esta distinción básica, y por eso son regímenes esencialmente antipolíticos, porque si todo es Política, en verdad nada lo es. Algo parecido ocurriría con una hipotética utopía ultraliberal, que pretendiese negar la existencia de lo público. Asimismo, la Política no es economía, ni derecho, ni moral, ni religión, aunque sin duda se relaciona con estos saberes y actividades humanas, sin las cuales resulta imposible concebir nuestra existencia.
Estas distinciones resultan trascendentales, porque permiten asumir que la Política no está en todo, que no es ni bueno ni sano que esté en todo, y que no hace milagros. Por ende, la Política no puede transformar el mal en bien, ni viceversa, como tampoco puede contrariar el principio económico que nos enseña que los recursos son limitados, aunque sí puede ayudarnos a decidir cómo podemos administrarlos mejor. En fin, la conciencia de que la Política tiene límites nos ayuda a su vez a entender que tiene un ámbito competencial que le es inherente, y que resulta imprescindible, porque se vincula con lo común, con lo que nos afecta a todos en cuanto a miembros de la comunidad.
En tal sentido, lo propio de ella es buscar la solución de aquellos problemas comunes que son inherentes a su competencia, como por ejemplo la seguridad y la mantención del orden público, la regulación de la provisión de bienes y servicios esenciales, o la impartición de justicia conforme a las reglas de un debido proceso.
La Política es una actividad noble e indispensable, y la claridad sobre su sentido y fines es trascendental, porque nos ayuda a comprender lo que podemos esperar de ella, y por lo mismo, a desconfiar de quienes nos ofrecen paraísos en la tierra.
"No todo es Política, porque ésta se relaciona con lo público, y no con lo privado y lo íntimo. En los totalitarismos no existe esta distinción básica, y por eso son regímenes esencialmente antipolíticos, porque si todo es Política, en verdad nada lo es. Algo parecido ocurriría con una hipotética utopía ultraliberal, que pretendiese negar la existencia de lo público. La Política no es economía, ni derecho, ni moral, ni religión, aunque sin duda se relaciona con estos saberes y actividades humanas".
Profesor de Derecho Constitucional y Administrativo. Investigador de POLIS, Observatorio Constitucional de la Universidad de los Andes