El auto frenó bruscamente, a pesar de que tenía luz verde en el semáforo. Una chica de no más de 14 años, vestida con uniforme de colegio, con mochila pequeña a su espalda y audífonos coquetos en sus oídos, cruzaba por el paso de cebra de la esquina, aunque el semáforo para peatones le indicaba en rojo prohibición de hacerlo.
El conductor del vehículo la quedó mirando y bajó la ventanilla. Quiso recriminarle su actitud indolente y temeraria, pero desistió de hacerlo ante el paso lento y descuidado de la muchacha que se había aislado del mundo que la rodea, en actitud de irresponsable individualismo.
El taxista tocó la bocina repetidas veces, pero el grupo de mujeres siguió cruzando la calle, desde la Plaza de Armas hacia la Gobernación. Cuando pasó a su lado, el taxista les gritó algo y las mujeres le respondieron con epítetos de grueso calibre.
Giraba el moderno deportivo en una esquina cuando los dos jóvenes cruzaban con luz verde por el paso de peatones. Aunque no tenía la preferencia, el conductor del deportivo les gritó algo y aceleró. Los chicos, con agilidad inusitada, saltaron y lograron esquivarle.
Podría seguir describiendo escenas cotidianas similares durante largo rato. Pero creo que ya la idea se ha presentado con claridad hacia donde apuntan estas líneas.
No puede ser que sigamos manteniendo actitudes prepotentes en la calle, pensando que las normas de convivencia nos dan la razón. De acuerdo al paso del tiempo y del surgir de las modernidades, nuevas normas de conducta ciudadana van acotando y ordenando nuestra convivencia.
Son normas que el uso diario nos da, para establecer derechos cívicos y desarrollar formas de vida más regulada, más ordenada, más tranquila. Es educación cívica, la que se estudiaba antiguamente en las escuelas primarias y que se profundizaba en la secundaria. Es aquella que nos permite reconocer los derechos ajenos, que comienzan cuando se terminan los propios. Y los respetábamos todos.
Hoy impera la llamada "ley de la selva", donde el más fuerte se impone a mordiscos y golpes. Donde el individualismo se manifiesta pasando por encima de los débiles o de los respetuosos. Es, en consecuencia, retroceso social.
Si anhelamos el desarrollo, no lo miremos solamente como algo material. Debemos comprender el progreso como una consecuencia de nuestra convivencia social, solidaria, respetuosa. Y para llegar a ello, muchas veces usamos el retrovisor de la historia para rememorar aquellos años de educación cívica en las escuelas, buscando razones para una convivencia mejor.
Miguel Ángel San Martín Periodista.