El chileno no es precisamente un aficionado leer. La Encuesta de Comportamiento Lector de 2014 -último estudio conocido- confirmó que el 44% de la población lee apenas un libro al año. En los países nórdicos, como Finlandia, la cifra llega a 40 libros anuales. En Europa en general, a 10. Es bueno recordar esta realidad pocos días después del Día Internacional del Libro. La fecha no es producto del azar. Fue instituida en tributo a las muertes de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, hace 400 años. Entre 1926 y 1929, se festejó el 7 de octubre. A partir de 1930, el 23 de abril.
La mejor manera de evocar su contribución a la cultura mundial sería lograr una transformación profunda de nuestros hábitos de lectura, carcomidos por la pereza natural, el estilo de vida acelerado, el estrés y muchas otras dificultades de la existencia moderna.
La falta de hábitos de lectura no parte, como muchos afirman, por los precios de los libros. Se inicia en la infancia. Los padres de familia hace años que dejaron de inculcar la importancia de leer a los pequeños. ¿Quién comparte un cuento con ellos? ¿Quién les enseña lo importante que es abrir las páginas de un libro? Muy pocos. Es más cómodo dejar que ingresen a la TV, al computador o al smartphone y jueguen a los que quieran.
La segunda responsabilidad radica en la escuela, donde tampoco se insiste en la importancia de leer. Nadie informa que un libro enseña más que muchas clases de gramática. Las pocas veces que se requiere de un texto se emplea, erradamente, el concepto de "lectura obligatoria". ¡Si la lectura no es una condena! Debe ser un compromiso de cada uno.
Ninguna persona que no lea habitualmente tiene derecho a quejarse de problemas de redacción y expresión. Las enseñanzas están en los libros. Es interesante el Plan Nacional de Lectura, que este mes cumplió un año de su lanzamiento y busca alcanzar índices a nivel de Europa, donde el 10% de la población lee libros impresos. La tarea es a cinco años plazo. Pero el plan es insuficiente, sin la activa participación de profesores, padres y apoderados y de iniciativas concretas que estimulen la lectura. Éste no es un tema de eslóganes. La cultura va mucho más allá.
Hay que dejar de repetir el lugar común de que los libros son caros. Si bien es cierto, para eso está el número creciente de bibliotecas públicas, cuya oferta es cada vez más variada e interesante. El libro es la oportunidad más extraordinaria de aprender. No sólo entrega conocimientos, sino que enseña a pensar, a reflexionar, a entender el mundo. Es un diálogo íntimo con el lector, que enseña a este último la difícil tarea de comprender el entorno en que vivimos. Nos lleva a explorar, viajar y soñar. Contribuye una vida mejor.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.