Hace un par de días, participé en una reunión-almuerzo con los que van quedando del Club Deportivo Juan Madrid, de Chillán. Un Club que nació el 26 de junio de 1950, bajo la iniciativa de un par de profesores que le dieron forma organizada a las inquietudes de una pandilla de niños que se pasaban las horas libres jugando al fútbol, con pelota de trapo, en la llamada "calle del medio".
Les hablo de la población que hoy ostenta el nombre del destacado educador Juan Madrid Azolas, entre la Avenida Brasil, Purén, Cocharcas y Rosas.
Bandada de rapaces que hervían las tardes en la calle pavimentada, en una cancha con arcos improvisados aprovechando los postes de la luz, en partidos interminables. Hijos de profesores, contadores, profesionales y empleados, incluso descendientes de alguna profesional del sexo que vivía en un burdel de las cercanías. Todos iguales, sin distingos de ninguna especie, imperando la fraternidad entre ellos, con valores engrandecedores, como la solidaridad, el compañerismo y la amistad.
Los organizadores del Club actuaron con la inteligencia de los docentes, con el fin de sacar de la calle a los chicos, llevarlos a un campo deportivo y encausarles la idea del orden, la disciplina y la labor en equipo. Y así comenzó a funcionar este club que fue creciendo y dejando huella en el barrio original y en los otros a los que fue a competir. Semillero ejemplar que formó no sólo deportistas, sino también hombres integrales.
Al pasar los años, muchos de ellos continuaron estudios, mientras otros comenzaban a trabajar para colaborar con la economía de sus modestos hogares. Y el Club Deportivo Juan Madrid se fue transformando en una bonita página de la historia y nada más.
Sin embargo, se mantuvo la férrea amistad, estableciendo la tradición de encontrarse alrededor de una buena mesa, con apetitosos platos de la gastronomía local y la risa a flor de labios. Y a la última reunión, realizada hace sólo un par de días, llegaron siete de los 22 originales.
Casi 68 años después, el espíritu noble y solidario del modesto club deportivo, se mantiene incólume. Predominó la risa fácil, la anécdota repetida cientos de veces y aquel sentimiento de hermandad inculcada desde los orígenes. Se recordó a los ya fallecidos y se "pasó lista", utilizando solamente sus sobrenombres. Y en la despedida, la sombra de la realidad se les transformó en pregunta: ¿Cuántos llegaremos a la próxima cita?
Miguel Ángel San Martín Periodista.