Parece que no tenemos remedio y estamos condenados a cadena perpetua en cuanto al empleo de la grosería en el lenguaje cotidiano. Y ahora, no sólo en el habla cotidiana, sino también en su uso institucional y, supuestamente, en el ámbito de la cultura.
Valga la introducción para el "saludo" de Año Nuevo que envió por redes sociales el supuestamente honorable diputado de la República Raúl "Florcita" Alarcón, en el cual vertió un tarro de basura verbal sobre los hombres y mujeres del país. Y no fue "inspiración" de un momento, ya que minutos más tarde lo repitió y amplió, convencido tal vez de su ingenio e inteligencia. Total, gana una "dieta base" de $ 13 millones mensuales, más viáticos, asignaciones y otras yerbas y tiene todo el tiempo del mundo para desatar su creatividad lingüística. Lo mismo ocurre con los títulos de obras de teatro. Hoy se está presentando una llamada "Viejos de…" y se prepara otra que la emula, que llevarás el nombre "Viejas de…" Y como parece que el tema está de moda, dos veteranas "rostros" de televisión, anuncian otra que se denominará "Viejas…(autocensurado).
En las teleseries el empleo de los lugares comunes y de la procacidad se convirtió en algo común, lo que es fácil de comprobar cada día en la pantalla. Lo mismo ocurre en otros programas. En ascensores, oficinas, calles, hogares, se emplea hoy, sin tapujos, toda clase de garabatos, sin respeto alguno por los niños y por la mayor o menor cultura o edad de los presentes. ¿De qué sirven las familias y las clases de "Lenguaje y Comunicación? Toldo indica que de nada. Cuando el padre y la madre emplean un vocabulario soez, no puede esperarse de sus hijos que no sigan su ejemplo. En el caso de los establecimientos educacionales, penoso es decirlo, pero hay hasta algunas universidades donde los académicos utilizan este recurso para inducir "cercanía" con sus alumnos.
En las comidas y fiestas ocurre lo mismo. Abundan los que confunden grosería con ingenio. Para qué hablar de quienes recurren al celular y vomitan a través de él las más increíbles expresiones. Ni mencionar a los "ejecutivos" que piensan que, tratando de esa forma a su personal, lograrán mejor productividad y sumisión.
Los medios de comunicación gráficos no se libran. Algunos, bajo el pretexto de citar con precisión al hablante, reproducen las "joyas" de su lenguaje. Los chilenos utilizamos el peor español de Latinoamérica. No sólo por su pobreza y mala vocalización, sino por el manido recurso de la grosería.
Emplear la coprolalia se convirtió, por desgracia, en parte del ser nacional. Y no puede justificarse empleando un lugar común: "Es que los chilenos somos así". No. Definitivamente también, quedan muchos que rechazan la suciedad.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.