El costo emocional de vivir en un país que se encuentra convulsionado es incuantificable. La jornada laboral se ve altamente afectada en sus horarios y productividad, lo cual puede ser medible en horas y cifras económicas, pero la afectación para alguien que no ve que sus ingresos son los necesarios, ya sea por comisión o porque no debe cerrar su negocio más temprano es algo que afecta el estado anímico que se traduce fácilmente en estrés

Se suma lo que sucede con los estudiantes universitarios que ven como las semanas pasan y las clases no vuelven a la normalidad, lo que va de la mano con el menor tiempo para asimilar los conceptos para la formación de profesionales. En este mismo ítem es imposible no nombrar a los estudiantes de los colegios que también han perdido clases y que en el caso de los más pequeños muchos ni entienden porque no asisten a las aulas.Sin escapar del ámbito de los niños más pequeños, hay que nombrar que muchos de ellos también están expuestos a lo que ven por televisión y que cabe reconocer que lo malo no son las manifestaciones o las expresiones de reivindicación social, sino que los enfrentamientos entre violentistas y Carabineros, a lo que se suman destrozos en su propia ciudad.

También hay un desgaste familiar, ya que los padres están preocupados del bienestar de los hijos y de cómo enfrentar su rutina familiar a lo que se suma el no poder hacer algo tan sencillo como salir al centro a caminar o a disfrutar de un helado ya que en cualquier momento las manifestaciones pueden dar paso a la violencia.

Para muchos lo anterior es un costo en miras de un beneficio mayor, y pueden tener razón, sin embargo, todas las miradas son respetables y por lo menos en Chile existe un consenso de que hay expresarse para lograr mayor igualdad.

Las rutinas se han alterado enormemente y de cierta manera hace recordar lo vivido en el terremoto del 2010 por parte de las nuevas generaciones e incluso las vivencias de 1973 para los más experimentados, cuya carga emocional es mucho mayor.

La explosión social que conmovió al país confirma que no hay nada nuevo bajo el sol, que también sigue siendo el mismo y continúa brillando, pese a los esfuerzos de algunos propiciadores de la oscuridad. El estallido de los últimos días no fue igual a las de hace casi medio siglo. Pero sin duda hay causas comunes que las inspiran: sectores aumentos en las tarifas del transporte y deteriorada situación económica.

El transporte de personas y carga ha sido el gran detonador de estallidos de este tipo en los últimos 70 años.

Entre el 16 y 17 de octubre de 1949 se desarrolló la llamada "revolución de la chaucha". ¿Su origen? Un alza de veinte centavos que pretendió aplicar el gobierno de Gabriel González Videla al transporte público, entonces a cargo de tranvías y góndolas. Primero fueron los estudiantes y después la ciudadanía en general. Salieron en masa a protestar y protagonizaron todo tipo de violencia callejera. La represión fue dura: entre 30 y 40 muertos.

El segundo episodio que recuerda la memoria correspondió al 2-3 de abril de 1957, durante la administración de Carlos Ibáñez del Campo, también por un alza en las tarifas de la locomoción colectiva. Al episodio se le denominó "la Batalla de Santiago". Los estudiantes, nuevamente los primeros en protestar en las calles fueron rápidamente desplazados por turbas que destruyeron todo a su paso. Atacaron numerosos establecimientos comerciales y apedrearon el antiguo Congreso y La Moneda, improvisaron barricadas y cortaron el suministro eléctrico. Los graves desórdenes, cuya inspiración también fue la mala situación económica general, dejaron 20 fallecidos y centenares de heridos. Lo nuevo fue que se extendieron a Valparaíso y Concepción. La situación llegó a tal extremo que el gobierno recurrió a las fuerzas armadas para restablecer el orden. Entonces, igual que ahora, aplaudidas y rechazadas por muchos. El 11 de septiembre de 1973 fue precipitado por dos paros nacionales de la Confederación Nacional del Transporte Terrestre, que inmovilizaron al país.

Lo nuevo es que ahora los motivos se multiplicaron. El modelo socioeconómico y una infraestructura construidas con esfuerzo y sacrificio no sólo fueron cuestionados, sino que se demandó cambios o reemplazos. La gente salió a las calles transversalmente para exigirlo. Lo nuevo, también fue que la protesta no se localizó en ciudades, sino que se extendió al país.

Lo sucedido ahora no sólo confirma la necesidad de mayor sensibilidad social y voluntad de diálogo, sino también de recordar. Una sentencia muy conocida es que los pueblos que olvidan o desconocen su historia, están condenados a repetirla. Es bueno tenerlo presente después de estos días de incertidumbre. El progreso y el desarrollo económico deben ir acompañados del progreso y desarrollo social. Y no es sólo tema de cambio de Gabinete, como el ocurrido esta semana. Como decía el eslogan de campaña de antiguo candidato presidencial: "Todo tiene que cambiar". Pero de verdad. No como se plantea en el "Gatopardo": "Todo tiene que cambiar para que todo siga igual".

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