Están apareciendo urgentes llamados a constituir partidos políticos instrumentales para que los que no crean en los partidos tradicionales se apunten y puedan tener voz efectiva en los próximos procesos constituyentes.

Es una forma de enfrentar la actual realidad que sacude a nuestro país. Es un recurso que esgrimen quienes comprenden que hacen falta voces nuevas, con mensajes renovados que recojan las inquietudes de las grandes mayorías populares. Y ello se debe a que tales mayorías han puesto en cuestión al mundo político, incluyendo al gobierno obviamente, en forma generalizada.

Pero también la convulsión apunta con el dedo acusador a actuaciones judiciales. Y cuestiona la idoneidad de Carabineros tras su actuación violenta en la represión de las manifestaciones y por los casos de corrupción que la han azotado. En definitiva, el prolongado reclamo popular en las calles apunta al sistema neoliberal, que ha perdurado por mucho tiempo, como el causante final de las inequidades, las aberraciones, las corruptelas y la degeneración de la convivencia social.

Por eso, la principal demanda popular se dirige a la elaboración de una nueva Constitución, como el marco jurídico necesario para la regeneración de una democracia estable, más justa y participativa. Para ello, nada mejor que una consulta masiva, amplia, con presencia de la ciudadanía en pleno para aprobar ese proceso constituyente.

Pero, en el camino ya surgen las piedras que entorpecen la marcha. Campaña pura y dura del terror se desarrolla a través de las redes sociales incontroladas, en los medios tradicionales de comunicación que enfrentan una crisis que me suena a ficticia y, también, en las vocerías ultras de quienes no quieren cambiar nada.

Por lo mismo, creo que las iniciativas de crear partidos instrumentales es una buena fórmula para encauzar el descontento tan mayoritario. Hemos dicho reiteradamente que se necesitan liderazgos que representen las razones del descontento. Voceros de los que se rebelan contra el sistema. Dirigentes que sean capaces de ganarse el respeto y la credibilidad de la gente. Y como no aparecen, es buena la fórmula de crear organizaciones instrumentales que se abran a la participación y que luchen sin ideologismos por una democracia más estable y justa. De su seno emergerán los líderes.

Estoy de acuerdo en que Chile, conforme a Alonso de Ercilla, es una nación "en la región antártica famosa". Lamentablemente, hoy es famosa porque se convirtió en el imperio del terror y del miedo.

Como ahora todo se interpreta torcidamente, esta columna no apunta contra las legítimas demandas sociales, sino contra la violencia desatada en todas las ciudades del país. Apunta contra la irracionalidad, la brutalidad y el vandalismo.

Han transcurrido tres meses desde que los canallas encapuchados se apoderaron del control de la calle, y nada ni nadie parece capaz de controlarlos. Atacan, hieren y matan personas, saquean e incendian propiedad pública y privada, destruyen por el solo afán de destruir. Su siniestro accionar no respeta ni siquiera las iglesias de todas las denominaciones. Tampoco intendencias, gobernaciones y alcaldías. Incluso estadios y centros de estudio. Bloquean la PSU. No toman vacaciones. Ahora se dedican incluso a interrumpir festivales de la canción. Cada día es peor. Es más, anuncian un marzo "terrible". Hasta fijan fecha de inicio de sus actividades de "redención": el 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer.

Lo peor: estos hechos ocurrían antes sólo en Santiago. Ahora se extendieron a regiones, donde la ciudadanía tradicionalmente ha sido más tranquila y menos agresiva.

Sectores que se dicen partidarios de la democracia se dan el lujo de acogerlos en el Congreso y presentarlos como "héroes". ¿Héroes de qué? Los verdaderos héroes de Chile jamás destruyeron. Nunca actuaron encapuchados.

Y si tienen tanto heroísmo, ¿por qué encubren sus rostros?

"La calle es nuestra" es una de sus proclamas. Parece ser cierta. Actúan como controladores del tránsito, sin tener autoridad alguna para ello. Descaradamente, piden "un aporte para el pueblo". Al automovilista que no da dinero, le lanzan piedras, lo agreden y le roban. Incendian o destruyen su vehículo.

No faltan los que, tontamente, siguen afirmando que "Chile despertó". Lo cierto es que el país comenzó a sufrir una pesadilla que parece no tener fin.

'¿Las autoridades? Bien, gracias. Preocupadas de las encuestas, se muestran más que pasivas. En el país de hoy, la violencia se legitimó, sin importar sus consecuencias. Para terminar con ella, se requieren más que palabras. No es suficiente con que el Ejecutivo afirme que el orden público será una de sus prioridades 2020. ¿El Congreso? Se fue de vacaciones. Es de extrema urgencia concretar este anuncio. El mañana no espera.

Los vándalos y violentistas en general están destruyendo no sólo bienes, sino también el alma de Chile. ¡Cuidado con ellos! Los que gobiernan y legislan no pueden refugiarse en la tranquilidad de sus escritorios y de sus vigiladas residencias para permanecer pasivos. ¡Acción, ahora! Demandas sociales, SÍ. Bárbaros, NO.

Raúl Rojas Periodista y Académico .

El gobierno, por medio del ministro de Salud, Jaime Mañalich presentó la campaña "Exige el Amarillo", que tiene por objetivo informar y promover el uso de los remedios genéricos bioequivalentes por parte de la población.

La acción es parte de la Política Nacional de Medicamentos que impulsa el Gobierno, para dar mayor acceso a remedios de calidad al menor costo posible. El secretario expresó que si una persona despacha una receta con remedio de marca podría llegar a pagar hasta 20 veces más respecto de un bioequivalente. Por eso instruyó a las seremis de Salud y al Instituto de Salud Pública (ISP) para redoblar la fiscalización con el fin de que las farmacias cumplan con la ley de tenerlos en existencia.

Como se sabe, los altos precios de los fármacos afectan a los usuarios, pero especialmente a los enfermos crónicos y a la tercera edad, por ello es una de las demandas más sentidas por la sociedad nacional.

El mercado de los remedios es muy complejo y está controlado en un 90% por las tres cadenas de farmacias del país. Parece propia de la globalización una tendencia concentradora, donde pocos actores gozan de amplios márgenes de control. Las cadenas pueden alcanzar más eficiencia, lo que se traduce en ahorro de costos, pero también se corre el riesgo de que tanto las farmacias como los laboratorios caigan en conductas abusivas, contrarias a la libre competencia.

En Chile existen 2.397 medicamentos bioequivalentes registrados en el ISP, dentro de los cuales se encuentran los fármacos de mayor uso por parte de la población. Éstos se reconocen porque en el rótulo del envase contiene una franja amarilla. La bioequivalencia es la certificación que garantiza que los medicamentos genéricos tienen la misma calidad, eficacia y seguridad que el remedio original o de marca, obteniendo el mismo efecto terapéutico.

La Fiscalía Nacional Económica presentó el año pasado una propuesta de catorce recomendaciones para avanzar a un mercado más competitivo, entre ellas, introducir más medicamentos bioequivalentes, lo que va en el sentido correcto: la idea es avanzar hacia el beneficio de la población nacional.