Un viejo adagio que circula desde hace decenios por los círculos políticos, judiciales y los más variados estamentos de las sociedad chilena, lo dice claramente: hecha la ley, hecha la trampa.
El fenómeno es transversal. Por un lado, refleja la creencia nacional de que todo se arregla con leyes. Por otro, la tendencia, también muy nuestra, de interpretar la ley de tal forma que se puedan burlar sus contenidos y reglamentos.
Ha ocurrido con los bancos, las industrias, las multitiendas, el comercio y los servicios en general. También con los consumidores y la ciudadanía en general.
La demostración más reciente se ha estado dando con motivo del estado de excepción, en que decenas de miles de personas han sido detenidas por circular sin permiso, sin portar salvoconductos. Incluso, por estar contagiadas de covid-19. Al momento de su arresto, han dado las más increíbles explicaciones: no sabían de las disposiciones, se encontraban tomando aire en la calle, pensaron que no cometían ninguna infracción, falta o delito, iban a alimentar a un adulto mayor, tenían que realizar una diligencia urgente, etcétera.
El colmo se produjo con motivo de la reciente disposición de salvoconductos empresariales: numerosas industrias y negocios intentaron burlarla mediante la solicitud de permisos falsos, en los cuales declaraban realizar actividades esenciales para el país. No demoraron mucho en sorprenderlos. Fue suficiente con revisar sus declaraciones tributarias sobre inicio de actividades.
El chileno, aunque sea duro reconocerlo, es pillín. Se cree astuto y piensa que todo lo que le conviene es bueno. Cree que las restricciones deben regir para los demás, y no para él. Eso explica los múltiples intentos de engaño de las últimas semanas, entre los cuales han figurado supuestas horas médicas o compras de supermercado como pretexto para ir a visitar amigos y hasta para tomar un trago o comer "un asaíto". Lo más grave es que no se da cuenta de la dimensión del daño que provoca a los demás.
Si continuamos a este ritmo, el estado de excepción será indefnido. Los contagiados y fallecidos seguirán aumentando en forma impresionante, tal como ocurre en estos días. ¡Y todo por culpa de los astutos, mentirosos y descarados! Necesario es decirlo, sin afán de halagar: el chileno de regiones muestra mucho mayor responsabilidad y sinceridad que el de Santiago. Tal vez, por conocer y respetar más a sus conterráneos. Quizás por una mejor formación cívica. Lo vivimos en Chillán y otros puntos de Ñuble, con motivo de las restricciones.
Se requiere un gran esfuerzo nacional para dejar de lado la tendencia a la pillería y la trampa. La clave está en comprender y aceptar que lo que está en juego es el presente y futuro del país, la salud y la vida de toda la población, incluida la de nuestros familiares. Así las cosas, el llamado es a poner punto final al abuso y al engaño y dar la bienvenida al respeto.
Raúl Rojas Periodista y académico