"Me he entrenado para ser una anciana apasionada"
Isabel Allende, la best seller chilena, alza el puño del feminismo en esta nueva obra recién publicada, "Mujeres del alma mía", en la que se incluye a sí misma en una citroneta con flores, a su abuela, a una empleada que ahoga los gatos y a Las Tesis. Por Isabel Allende Adelanto del libro "Mujeres del alma mía"
Isabel Allende repasa sus propias historias y las que le han contado las mujeres que se cruzaron en su vida.
La escritora chilena Isabel Allende acaba de publicar un volumen de artículos en los que une su biografía al femenismo. Son reflexiones y recuerdos sobre la humanidad y el rol de la mujer. "Mujeres del alma mía" (Plaza & Janés) se lee como una carta abierta a hijas, madres y abuelas. Son textos para tiempos urgentes mandados desde el ático de su casa en San Francisco.
Las casi 200 páginas tienen el ritmo ameno de la prosa de Allende: un flujo inventivo, memorioso, con toques de humor y claridad para describir lo doloroso de la muerte y el exilio, por ejemplo. El libro abre narrando su infancia y ese abuelo materno que le dio las armas para que nunca tuviera que depender de nadie. Un hombre recio y machista al que la nieta preferida le hizo leer a regañadientes -en la vejez- "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir.
Isabel, la adolescente, también desfila en estas hojas. Aparece ella en el Chile de los años sesenta, en medio de las sucesivas olas del feminismo mundial, esas que aún no rompían con fuerza.
"Nadie en mi ambiente hablaba de la situación de la mujer, ni en mi casa ni el colegio ni en la prensa, así es que no sé dónde adquirí esa consciencia en aquella época", confiesa la escritora y agrega que "me definí como mujer a mi manera, en mis propios términos, dando palos de ciega".
Desfila también por estas páginas la Isabel Allende de diecisiete años. Esa que consiguió su primer trabajo como secretaria copiando estadísticas forestales. Ganó un sueldo que le permitió ahorrar para casarse y comprarle a su madre unos aritos de perla.
Pronto acaece su primer matrimonio, con el ingeniero Miguel Frías, padre de sus dos hijos, lo que fue una especie de tabla de salvación a la que se aferró con fuerza. Sin embargo, la tabla pronto mostró signos de naufragio. "Me estaba muriendo de tedio, el cerebro se me estaba convirtiendo en sopa de fideos", alega Isabel, que en esos días aprendió que la rabia sin un propósito es inútil y dañiña.
Su paso por la revista Paula es otro hito en su camino. En la revista chilena en la que trabajó, nació una amistad estrecha con otras periodistas. "Mis tres compañeras y yo escribíamos con un cuchillo entre los dientes; éramos una pandilla temible", admite.
Esa Isabel Allende escribía -como nadie lo había hecho hasta entonces- sobre el insufrible macho chilensis, el troglodita al que había que civilizar. Otra de sus columnas, "Los impertinentes", también era el sitio desde donde disparaba esta periodista que circulaba por Santiago en una citroneta con mariposas dibujadas: "Los hombres temen que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres temen que los hombres las maten". Asi dice Margaret Atwood y lo reafirma Isabel Allende.
Actualidad
Estos recuerdos que surgen en "Mujeres del alma mía" también abren paso a digresiones. Isabel Allende escribe sobre la desigualdad que el 18 de octubre dio comienzo al estallido social en Chile. También examina el concepto de juventud, belleza y éxito. Dice la escritora que somos -las personas- criaturas sensuales, conmovidas por la belleza y que la vanidad es "un placer inocuo si no se toma en serio". También cuenta detalles de su actual grupo de amigas, las Hermanas del Perpetuo Desorden que se juntan por ahora vía Zoom: "De rezos, nada".
"Fatalmente heterosexual", como se define, Isabel Allende también plantea su idea de la sensualidad y el erotismo. Casi al borde de cumplir 80 años, se despliega como una "romántica incurable". Confiesa haber cometido "tonterías épicas por pasión sexual" y caer fulminada en las garras del amor. Hoy está casada con Roger, un abogado y viudo neoyorkino que la mima tanto como ella a él. Es su "mayordomo polaco", como lo bautizó riéndose.
"Me he entrenado para ser una anciana apasionada, no
En "Mujeres del alma mía", Isabel Allende cuenta también historias de su infancia.
quiero que la cautela propia de los años destruya mi pasión por la vida", arguye la escritora, que sin embargo asegura que la vejez le ha suavizado el carácter y ya se enoja menos. "Esta es la etapa de la amabilidad", dice, pero también cita a Mae West, la diva del cine antiguo, quien dijo que "nunca se es demasiado vieja para volverse joven".
"Abuelas envalentonadas", así es como llama a las mujeres mayores, "brujas buenas con propósito, compasión y buen humor". "Ahora es cuestión de ponernos de acuerdo para darle un remezón formidable al mundo", alienta.
La escritora, además de escribir un libro al año, sostiene la Fundación Isabel Allende, creada en 1996 con las ganancias que obtuvo de su libro "Paula", dedicado a su hija fallecida a los 29 años. Desde esa ONG socorre a niñas y mujeres vulneradas, especialmente migrantes y refugiadas. Esas historias también las pone en el libro: mutilación genital femenina, violación como arma de guerra, aborto, dominación del cuerpo femenino, Las Tesis y Eve Ensler.
"No hay nada tan entretenido como la charla entre mujeres, que casi siempre es íntima y personal. También el chismorreo es divertido, para qué negarlo. Nuestra pesadilla es ser excluidas y aisladas, porque solas somos vulnerables, mientras que juntas florecemos", observa.
"Ante una amenaza, la reacción masculina es huir o luchar: adrenalina y testosterona. Bajo amenaza, la reacción femenina es formar un círculo y poner a las crías en el centro: oxitocina y estrógeno", escribe Isabel Allende convencida del poder de la mujer.
"Hay que darle una oportunidad a este inmenso recurso natural y renovable que es la energía femenina", sentencia casi al final del libro.
Rueda de prensa
Es jueves y son decenas los periodistas conectados para conversar en línea con Allende. Luminosa y de pelo blanco, bromea con que está esperando el resultados de la elección presidencial en Estados Unidos, ayudada un poco con whisky, marihuana y ravotril. Así, bromeando, concede un par de preguntas:
-¿Qué piensa de los nuevos deslindes de la sexualidad, lo no binario, el poliamor, la comunidad LGTB?
-Yo tengo una nieta que está en eso, y cuando ella empezó hace ya algunos años yo creí que estaba loca, ¿qué le pasa a esta niñita (risas)? Y ahora, no solamente la entiendo, comparto totalmente con ella sus posturas. Me lo ha explicado muy claramente. Lo he visto y me parece que censurarlo es parte del sistema de opresión contra cualquiera que es diferente. Al aceptar, al incluir a todo el mundo ampliamos el movimiento, le damos vida y aire a las nuevas ideas. Son ideas que nos parecen revolucionarias, sublevan todo. Y a mí me parece eso fascinante, porque así se avanza, así vamos hacia la evolución y no retrocedemos a la Edad Media.
-Cuénteme de su grupo de amigas, las Hermanas del Perpetuo Desorden, ¿cuántas son y cómo han hecho para juntarse en tiempos del covid-19?
-Somos seis, ellas llevan 35 años juntas, yo me sumé más tarde, llevo 27 años con ellas. Antes de la pandemia nos juntábamos miércoles por medio, ahora lo hacemos por Zoom. Compartimos nuestras vidas, somos un círculo de mujeres, más o menos de la misma edad, con vidas y orígenes absolutamente diferentes: católicas, budistas, judías, una chilena, una de Boston, la otra viene de Japón, somos muy diversas. Tenemos la idea de que si ponemos la cabeza y el corazón, juntas, con un fin positivo, mandamos energía positiva. Lo llamamos el grupo de oración aunque ninguna reza, pensamos en alguien para ayudarlo, por ejemplo alguien que está recibiendo un tratamiento súper brutal contra el cáncer. ¿Sirve? No sabemos. Pero qué importa, lo que importa es que tenemos comunicación y nos sentimos acompañadas. Esto empezó para mí cuando estaba Paulita enferma, acá en California. No tenía ningún signo de nada, no se sabía siquiera si podía oír. Me fui desesperada a una librería donde había una señora, una psiquiatra muy conocida que ha escrito varios libros. Ella me vio llorando con una taza de café en la mano y se me acercó. Ella me invitó al grupo, me acompañaron desde ese momento.
"Fui feminista desde el kindergarten"
No exagero al decir que fui feminista desde el kindergarten, antes de que el concepto se conociera en mi familia. Nací en 1942, así es que estamos hablando de la remota antigüedad. Creo que mi rebeldía contra la autoridad masculina se originó en la situación de Panchita, mi madre, a quien su marido abandonó en el Perú con dos niños en pañales y un recién nacido en los brazos. Eso obligó a Panchita a pedir refugio en casa de sus padres en Chile, donde pasé los primeros años de mi infancia.
La casa de mis abuelos, en el barrio Providencia de Santiago, que entonces era residencial y hoy es un laberinto de comercios y oficinas, era grande y fea, una monstruosidad de cemento, habitaciones de techos altos, corrientes de aire, hollín de estufas de queroseno en las paredes, pesados cortinajes de felpa roja, muebles españoles hechos para durar un siglo, retratos horrendos de parientes muertos y pilas de libros polvorientos. El frente de la casa era señorial. A la sala, la biblioteca y el comedor alguien había procurado darles un sello de elegancia, pero se usaban muy poco. El resto de la casa era el reino desordenado de mi abuela, los niños (mis dos hermanos y yo), las empleadas domésticas, dos o tres perros sin raza discernible y gatos medio salvajes que se reproducían incontrolablemente detrás de la nevera; la cocinera ahogaba a las crías en un balde en el patio.
La alegría y la luz de esa casa se esfumaron con la muerte prematura de mi abuela. Recuerdo mi infancia como una época de temor y oscuridad.
¿Qué temía? Que mi madre se muriera y fuéramos a dar a un orfelinato, que me robaran los gitanos, que se apareciera el Diablo en los espejos, bueno, para qué sigo. Agradezco esa infancia infeliz porque me dio material para la escritura. No sé cómo se las arreglan los novelistas que tuvieron una infancia amable en un hogar normal.
A muy temprana edad me di cuenta de que mi madre estaba en desventaja con respecto a los hombres de la familia. Se había casado contra la voluntad de sus padres, había fracasado, tal como le habían advertido, y había anulado su matrimonio, única salida disponible en ese país donde no se legalizó el divorcio hasta el año 2004. No estaba preparada para trabajar, no tenía dinero ni libertad y era el blanco de malas lenguas, porque además de estar separada del marido, era joven, bonita y coqueta.
Mi enojo contra el machismo comenzó en esos años de la infancia al ver a mi madre y a las empleadas de la casa como víctimas, subordinadas, sin recursos y sin voz, la primera por haber desafiado las convenciones y las otras por ser pobres. Por supuesto que nada de eso lo entendía entonces, esta explicación la formulé a los cincuenta años en terapia, pero aunque no pudiera razonar, los sentimientos de frustración eran tan poderosos que me marcaron para siempre con una obsesión por la justicia y un rechazo visceral al machismo.
"Mujeres del alma mía"
Isabel Allende
Editorial Sudamericana
181 páginas
$14.000
Por Amelia Carvallo
"Son ideas que nos parecen revolucionarias, sublevan todo. Y a mí eso parece eso fascinante, porque así se avanza, así vamos hacia la evolución y no retrocedemos a la Edad Media".
Lori Barra
"Me fui desesperada a una librería donde había una señora, una psiquiatra muy conocida que ha escrito varios libros. Ella me vio llorando con una taza de café en la mano y se me acercó".
cedida