El Titanic, fue un símbolo de lo indestructible, del lujo y también de un desenlace fatal, producto de la naturaleza.
Esta analogía sí puede servir para la situación actual, un sistema de salud arrasado por este iceberg despiadado. ¿Cuántos naufragios y muertes debemos seguir lamentando? Pareciera que existe una especie de ceguera general que no permite ver lo obvio, ver como se hunden los hospitales, la desesperanza de los médicos a la cabeza y todo un equipo clínico personificados por la banda del trasatlántico, tocando hasta el final. Triste es ver (desde adentro) el esfuerzo sobrehumano. Ventiladores, mascarillas y el cansancio traducido a la mas humana expresión de ansiedad, sostenida por psicotrópicos y barbitúricos para poder resistir la locura, la impotencia de las estadísticas que cada día hacen decapitar la esperanza en un futuro más aliviado, sin tanta muerte rondando por los pasillos de ese barco llamado Herminda Martín, Guillermo Grand Benavente entre otros, que ya no dan abasto y siguen transformándose, para aumentar la capacidad que ya no hay y que añoran.
De seguro, en las periferias, que corresponderían a la primera clase y a la tercera y cuarta y porque no decirlo hasta la quinta, este iceberg infeccioso sigue siendo una noticia de matinal en la televisión, a veces, con matices de trifulca y otras, con la morbosa curiosidad de las cifras de muertos diaria. Su dosis de realidad para la población que sigue abrazando y desplazándose a todas partes, pensando y diciendo: ¿Qué me va a pasar? Si ya estoy vacunada o vacunado, si esta cuestión del bicho es una artimaña de los políticos, es una conspiración mundial, según dice internet, porque ahí está la verdad.
Los hospitales son barcos que se hunden cada día, con sus muertos que no son cifras, con los vivos que quedan, con los niños que, infectados, permanecen solos, con todos los enfermos más solos que nunca, con los equipos a media marcha, porque aun los robots no cuidan de la salud de los humanos como lo vemos en las películas de ciencia ficción. Seguimos siendo vida dentro de la misma, seguimos siendo vida en esta desolación con todas sus restricciones inútiles, con su caos insoportable y desquiciado, aún seguimos siendo vida.
Es probable que ya la jodienda de: lávate las manos, usa mascarilla, mantenga la distancia, resuene con cierta hostilidad y siendo práctico, son estas los únicos instrumentos que nos llevaran al bote de la libertad. Es cierto que ya no confiamos ni en las autoridades ni en los medios de comunicación, y no por eso dejaremos de nadar en este mar abierto, nuestras vidas penden de esos pequeños salvavidas con nombres de mascarilla y distanciamiento.
No permitamos que este Titanic provinciano se hunda, al fin y al cabo, es lo único que tenemos. Los músicos médicos, enfermeras, tens, auxiliares, directivos, guardias y administrativos seguirán tocando hasta el final. Ellos no son cifras, son personas que también necesitan volver a la orilla.
Laura Daza Valenzuela Gestora cultural independiente