La subversión de las palabras bajo la mirada de Carlos Peña
El rector de la Universidad Diego Portales y columnista publica "Ideas periódicas. Introducción a la sociedad de hoy", un texto que persigue comprender, desde la filosofía, la sociología, la historia y la ficción, los cambios que enfrenta el país.
Carlos Peña es rector de la U. Diego Portales, profesor de la U. de Chile y columnista.
A una semana de iniciada la Convención Constitucional y a 20 meses del 18 de octubre de 2019, Chile ha enfrentado un cambio en la forma de mirar el futuro, que la historia del mañana deberá evaluar. En preparación a esto, y como una forma de aportar al debate público, el abogado y doctor en Filosofía Carlos Peña presenta 25 ensayos escritos durante el primer semestre, que abordan temas como lo público, la religión, la moral, la libertad, el pluralismo y la literatura, en el volumen titulado "Ideas periódicas. Introducción a la sociedad de hoy", de Ediciones El Mercurio.
"Las palabras, no hay que olvidarlo, son la verdadera constitución del mundo. El lenguaje, observa Octavio Paz ('El laberinto de la soledad'), está a medio camino de la naturaleza y la cultura. No pertenece a la primera y a la vez es condición para que exista la segunda. Por eso los lugares donde ese pacto verbal se ejercita -los libros y los diarios- son tan importantes y de ahí también la importancia de defender la libertad de expresión en ellos", afirma el rector de la Universidad Diego Portales (UDP) al comienzo del libro.
-Algunos de quienes impulsaron el proceso constituyente son personas que ahora están entrando a la universidad o terminándola, y que si fueron a la educación pública tuvieron menos horas, o ninguna hora, de filosofía, junto a continuos recortes en historia y lenguaje. Sin embargo, eso no ha impedido que se piensen a sí mismas como individuos. ¿O es solo una repetición de discursos ?
-La constitución del sujeto como individuo, como agente de su propia existencia, no es solo fruto de la educación, sino que tiene que ver también con procesos sociales que, cuando se deterioran -lo que los sociólogos llaman grupos de pertenencia, o primarios, como la familia, el barrio-, el sujeto queda sin orientación normativa, entonces no le queda otra que escogerse a sí mismo. Si a eso usted le suma el discurso propio de modernización que ha tenido Chile, me refiero al consumo, y mira la televisión, la publicidad, ¿a qué invita? A ser una persona que toma la vida en sus manos, la configura como quiere, ojalá tenga una vida nómade en que se mueva para allá y para acá, sin grandes lealtades; donde el amor es puramente espontáneo, no tiene nada que ver con el compromiso, sino que se trata de un encuentro más o menos fortuito entre dos personas, un
flechazo, pero no un proyecto de vida común como se decía cuando yo era joven (ríe)… Todas esas cosas son cuestiones culturales que están relacionadas con la educación, pero solo en parte: vivimos en un medio cultural donde la globalización, las redes, van configurando esta manera de ver el mundo y de relacionarnos recíprocamente.
-¿"Romeo y Julieta", de William Shakespeare, cancelado? (Término que ocupan los nacidos desde los años 90 en adelante para decir que algo ya no va).
-Totalmente. Hoy se concibe la relación de pareja como fruto de la mera espontaneidad, una cosa que uno no controla, algo que a uno le pasa, así se relata en el imaginario cultural. El gran problema de la sociedad moderna es que vincula esa visión del encuentro entre dos personas a una institución, que es el matrimonio, entonces el matrimonio se erige sobre algo tan frágil como la espontaneidad de la emoción. Eso implica que el matrimonio hoy sea muy importante para la pareja, una experiencia relevante, pero extremadamente frágil porque descansa sobre un atributo que uno no controla. Por eso, en la tradición occidental y en la literatura, 'Madame Bovary' (Gustave Flaubert) es un buen ejemplo: el matrimonio no tiene nada que ver con el amor, el amor es lo que rompe el matrimonio.
-No sabemos si alguna vez Emma sintió amor por Charles.
-Claro, porque el matrimonio se erigía sobre otras claves, como la mantención de la propiedad, la reproducción de la vida, criar muchos hijos como una protección para la vejez. Esto es lo que ocurre en las sociedades más tradicionales, donde no hay seguridad social ni nada de esas cosas. Entonces el amor es un acontecimiento disruptivo, una pasión, en cambio hoy se llega al 'absurdo' de que ambas cosas se unifican y esperamos que las instituciones descansen sobre la espontaneidad del yo: ninguna institución puede funcionar así, porque son creaciones para reprimir el yo, para dominarlo, no pueden estar al servicio del yo. Este es el gran problema, la gran contradicción cultural de la sociedad contemporánea.
-Esta fragilidad también hoy está truncada por la corrección política, por el afán de la identidad que, si confluyen y cada uno defiende la suya, nos quedamos en un diálogo de sordos. ¿Cómo cree que afecta la corrección política a la literatura?
-La hace imposible. Usted comprende que si (Charles) Baudelaire hubiera cedido a lo que eran los lugares comunes de su época (siglo XIX), no habría podido escribir 'Las flores del mal'. Fue procesado judicialmente pero logró hacerlo, resistió a eso. Y así, suma y sigue: (William) Faulkner no habría podido escribir sus novelas ('Mientras agonizo', 'Santuario') porque aparecen actos sexuales aberrantes, donde se subordina a las mujeres, se maltrata a los negros… La literatura, la creación literaria, la ficción, pienso que no puede ser disciplinada, no debe ser disciplinada, disciplinarla es matarla, suprimirla, hacerla desaparecer, básicamente porque la ficción es el esfuerzo que hacemos los seres humanos por hablar de aquello que la sociedad en la que vivimos y las instituciones ocultan. La literatura es el esfuerzo por imaginar un mundo que no está al alcance nuestro, por tejer una vida posible, no es la mera repetición, la imitación de lo que tenemos, es más bien una subversión con la imaginación y con la palabra, de un lado que se nos escapa, se nos oculta, nos es negado. Por eso no se puede ceder a los esfuerzos, hoy tan frecuentes, por disciplinar la imaginación y el discurso: esto es fatal para la literatura, porque buena parte de las obras literarias que valen la pena habría que censurarlas, supongo, y crear una nueva inquisición, imitando la que tenía la Iglesia.
-"Lolita", de Vladimir Nabokov, pasó por la censura de su época y ahora enfrenta una neo censura. Además le han escrito varios libros a modo de respuesta.
-Imagine lo que puede significar eso. O revisar la vida de los autores, de los filósofos, para cancelar su recomendación… Esa es otra confusión, me parece un error intelectual muy grave en el que se está incurriendo y que algunos profesores promueven: confundir el sujeto biográfico, que vivió tal o cual vida, con el autor, cuando son cosas distintas. Porque la biografía es una cosa, la obra es otra. Esa distinción tan elemental hoy no la hacemos, llegamos al absurdo de esgrimir la biografía de las personas en contra de las ideas que formularon, como si la verdad, la belleza de las ideas que a uno se le ocurren dependiera de la belleza de lo que vive ¡es total y absolutamente al revés!
Carlos Peña ve en la literatura una buena arma de rebeldía.
Por Valeria Barahona
El Mercurio.
"La literatura, la creación literaria, la ficción, pienso que no puede ser disciplinada, no debe ser disciplinada, disciplinarla es matarla".
"Si Baudelaire hubiera cedido a lo que eran los lugares comunes de su época (siglo XIX), no habría podido escribir Las flores del mal".
shutterstock