¡Viva Chile, mi… hermano extranjero!
Recién estrenado el mes de la patria, el domingo pasado en todo el país recordábamos a nuestros hermanos migrantes, ellos son la "nueva realidad" de nuestro Chile querido, una situación que se está estrenando con toda su fuerza y crudeza. Hace cinco años cuando llegué a esta bella tierra, que hoy siento como mi propia casa, éramos pocos los que llegábamos desde otros lugares lejanos. Valga el detalle como ejemplo y denuncia, que en Chillán la oficina de extranjería era atendida por dos señoras solamente. Uno llegaba y tras unos momentos de espera, más o menos largos en función del trámite que realizara la persona que llegó antes, lo atendían con amabilidad y te daban toda clase de indicaciones y facilidades para realizar lo que cada uno necesitara. Después de estos años de estancia, las circunstancias de estos trámites son muy diversas. Hemos pasado por periodos de desbordamiento de los funcionarios que se habían multiplicado en número, con colas inmensas y un trato que no tenía tanto que ver con aquella cercanía y amabilidad. Entiendo que un día tras otro se agotan, trabajar bajo presión y sin muchas veces los medios que necesitan para poder llevar a cabo su labor con dignidad, para ellos y para los que son atendidos. Por otra parte, no siempre los que llegan a sus mesas los respetan… así que hay un poco de todo por ambas partes, pero con un mejor sistema, muy diferente serían las cosas.
Recuerdo la sensación que se produce en el cuerpo cuando uno deja su tierra y llega a lo desconocido sin nadie que lo acompañe, dispuesto a comenzar una etapa nueva de la vida, es como estar frente a un abismo… Para mí fue mucho más fácil de superar pues llegaba a un lugar donde me recibía una comunidad, y mi fe en Dios me daba la serenidad y fortaleza que sólo da Quien nos precede en los caminos de la vida. Tantas veces he visto aquí y antes lo que dice el salmo; "Mirad, llega el Señor y su recompensa lo precede".
Pero la verdad de muchos de los que llegan es bien diferente a la mía, aunque gracias a ella puedo ser más sensible a lo que viven, sienten y experimentan. Solos, sin nadie que los reciba con caluroso y alegre abrazo para quien retorna al hogar, sin ningún tipo de seguridad médica, ni económica, ni nada… algunos incluso en medio de situaciones de aprovechamiento por parte de terceros o problemas mayores, y sólo contando en su haber con los deseos de una vida mejor, y quizás algunos, con la mirada del corazón en lo Alto, que les recuerda que la promesa de Dios para cada una de sus creaturas es una vida bienaventurada y feliz a todos los niveles, el problema es que topamos los unos con los otros y no siempre lo permitimos.
Esta es parte de la realidad de quienes llegan, entonces ¿qué hacemos? La respuesta fácil sería echar balones fuera y poner la culpa y responsabilidad en los hombros de quienes gobiernan y organizan, lo cual no es del todo incierto, pero no es tampoco la verdad absoluta. Sería sólo culpar a la serpiente del Génesis. Sin embargo, si usted le pregunta a un extranjero qué lo hizo sentirse en casa, no será las facilidades de los trámites y papeles, que son ciertamente importantes, sino el calor de sus gentes, la mano que se tiende para ofrecer un hogar sin aprovecharse ni enriquecerse, quien le fue descubriendo los secretos de la cultura, del carácter chileno y de sus habitantes, quien le descubrió la magia que baña los corazones con la hermandad… y todo esto, está al alcance de todos.
Ojalá que, en la celebración de estas fiestas patrias, hagamos patria con el hermano extranjero que llega, que no lo hace con las manos vacías, sino con los deseos de compartir, aportar y ayudar a que sigamos creciendo. Son el samaritano extranjero al que Jesús acogió, y nosotros ¿qué hacemos?
Hna. Marta García Religiosa dominica