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Agustín Squella Narducci, convencional constituyente de la Lista del Apruebo:

"Todo poder tiene límites que no debe traspasar"

Premio Nacional de Humanidades plantea que la Convención debe abocarse al futuro constitucional del país y proponer una Carta Magna que represente a la sociedad chilena "abierta y diversa".
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"Chile es una sociedad abierta y diversa", por lo que "no podemos proponer una Constitución partisana que represente a solo una parte del país", sostiene el convencional constituyente de la Lista del Apruebo, Agustín Squella Narducci. El Premio Nacional de Humanidades y exrector de la Universidad de Valparaíso también estima que la Convención "cuenta con un amplio respaldo ciudadano, aunque menor que el que tuvo en un comienzo", disminución que atribuye tanto a errores propios como a partidarios del Rechazo interesados en desacreditar su trabajo, desmesuras de algunos de sus integrantes o situaciones graves como la de Rodrigo Rojas al mantener el engaño de que tenía cáncer.

En otro aspecto, y a pesar del impasse por el quorum de 2/3 que derivó en la suspensión de la sesión de jueves, el abogado y escritor piensa que es mayoritaria su posición de que el único que puede cambiar las reglas de la Convención es el Congreso. Y se declara partidario de que, una vez que la Convención apruebe su reglamento y se aproxime el inicio de su trabajo de fondo, pueda tener una jornada de reflexión y autocrítica, un ejercicio que considera prácticamente inexistente en Chile y que colinda peligrosamente con el doble estándar, "el deporte nacional por excelencia".

- Desde que fue elegido reiteró su confianza en que la mayoría de los constituyentes creen en el diálogo. ¿El tiempo le da la razón? ¿El clima que se observa a través de declaraciones, acusaciones y polémicas es distinto al que impera puertas adentro?

- Sigo pensando lo mismo, porque sin diálogo no hay acuerdos, y sin acuerdos no habrá nueva Constitución. Entonces, si los constituyentes queremos cumplir con nuestro cometido, estamos obligados a hacer conversación y buscar acuerdos. Se trata de un deber, no de una opción. Pero costará lo suyo, porque hay quienes conversan solo para tomar ellos la palabra y no para escuchar cuando la piden los demás. Hay una cierta compulsión por expresarse y por momentos una escasa receptividad a lo que otros tengan que decir. Todos hemos pecado en alguna medida de eso y tendremos que rectificarlo en el futuro.

- Usted dice que de repente "aparece el feo rostro de la mala política, pero de una manera esporádica". ¿Cuál es ese rostro?

- El rostro que tiene que ver con la búsqueda de poder y nada más que de poder. Está claro: la política es una actividad que tiene que ver con el poder, con buscarlo, con ganarlo, con ejercerlo, con incrementarlo, con conservarlo, y con recuperarlo cuando se lo hubiere perdido. Para eso se hace política en el mundo, y eso desde hace milenios, pero tratándose de una Convención Constitucional esa lógica del poder debería ceder ante la exigencia de una deliberación más reflexiva y tan interesada en exponer planteamientos propios como en escuchar y asimilar los ajenos. No podemos proponer una Constitución partisana que represente a solo una parte del país: todo este debe reconocerse en el futuro texto constitucional. Chile es una sociedad abierta y, por tanto, diversa, felizmente diversa, tan diversa como lo es la propia Convención, y lo que tenemos son desacuerdos de creencias, de ideas, de maneras de pensar, de modos de sentir, de interpretaciones acerca del pasado, de apreciaciones sobre el presente, de planteamientos sobre el futuro, de intereses, y la nueva Constitución, junto con reconocer aquello más fundamental en lo que coincidimos, pondrá el marco necesario para procesar esos desacuerdos de una manera justa, pacífica y eficiente. Porque tenemos y seguiremos teniendo desacuerdos tenemos que ponernos de acuerdo en una nueva Constitución.

- ¿Mantiene sus dichos de que "la Convención no puede hacer declaraciones sobre tareas que están en manos de otros poderes" a propósito de los detenidos por comisión de delitos desde el estallido social?

- Claro que los mantengo. El país confió a la Convención nada menos que el futuro, el futuro constitucional del país, con todo lo que eso implica, y no tiene sentido que ella se haga cargo también del presente y menos aún del pasado. La gestión del presente y de la contingencia está a cargo de otros poderes, y así como los constituyentes queremos que estos no se metan en los asuntos propios de la Convención, tales poderes tienen derecho a ejercer sus competencias sin interferencias de parte de la Convención. Por cierto que cada convencional, lo mismo que los grupos o partidos de que pueda formar parte, tiene perfecto derecho a pronunciarse sobre la contingencia todas las veces que quiera, pero la Convención, como tal, tiene en esto que ser más comedida y no perder de vista el objetivo para el cual fue constituida.

- Aun cuando se trata de una propuesta que no ha llegado al pleno, ¿qué le parece la definición de negacionismo aprobada por la comisión de Ética, y las sanciones contra los infractores, entre ellas la "reeducación"?

- Mala me parece la definición e inapropiadas también sanciones como la reeducación o la suspensión del derecho a voz a algún constituyente. Mire, la ética es una dama de rostro muy serio, y lo malo es cuando pasa a tener un semblante demasiado severo y ni qué decir intimidante. Espero que el pleno de la Convención corrija los excesos del proyecto de reglamento de ética que se nos ha presentado. Todos criticamos la constante inflación en materia de delitos y de penas, o sea, el populismo penal, ¿y vamos a incurrir en lo mismo en el campo de la ética? ¿Vamos a sumar el populismo ético al populismo penal que arrastramos ya por años? Para peor, la propuesta de reglamento de ética que tenemos sobre la mesa habla incluso de "buen vivir". Y uno se pregunta, ¿qué es eso del "buen vivir"? ¿Acaso 155 personas que van a trabajar juntas durante solo 9 meses o un año pueden imponerse reglas acerca de cómo vivir? No vivimos solo en la Convención y para la Convención. Todos traemos una vida antes y fuera de ella, una vida que no hemos perdido y que seguiremos teniendo en el futuro. Entonces, ¿a qué viene eso de "buen vivir?" Cuando menos se trata de una expresión muy poco afortunada.

- Desde el episodio de los 34 convencionales, principalmente de la Lista del Pueblo, que llamaron a "no subordinarse" al Acuerdo por la Paz, usted ha señalado que el único que puede cambiar las reglas de la Convención es el Congreso. ¿Diría que su postura es hoy mayoritaria o minoritaria en ese órgano?

- Creo que es ampliamente mayoritaria. Incluso algunos que durante sus campañas coquetearon y hasta se enamoraron de la idea de que la Convención podría cambiar las reglas constitucionales que le dieron origen han modificado esa opinión. Las reglas, nos gusten o no, y a mí hay algunas que nunca me han gustado, solo pueden ser cambiadas por el mismo órgano que las dictó. Todo poder tiene límites que no debe traspasar, y eso vale también para nuestra Convención. Si esta va a organizar el poder en Chile, y también a dividirlo, limitarlo y controlarlo, ¿cómo podría ella extralimitarse en el ejercicio de su poder? Sería cuando menos un muy mal ejemplo.

- ¿La Convención alcanzará a elaborar dentro de plazo una propuesta de Constitución tal que la ciudadanía la apruebe en el plebiscito de salida?

- Tiene que hacerlo. Es casi seguro que no bastará con 9 meses, pero sí tiene que bastar el plazo adicional que permitió la ley hasta enterar un año. Pero ni un día más. Me parece mal que algunos de nosotros, sin haber enterado tres meses de trabajo, estemos diciendo que se necesitará más de un año para cumplir nuestro cometido. Eso también puede dañar el prestigio de la Convención. Si aceptamos un trabajo por el tiempo máximo de un año, manos a la obra entonces y a cumplir con ese plazo sin anticiparse a declarar que necesitaremos más. 2

Si los constituyentes queremos cumplir con nuestro cometido, estamos obligados a hacer conversación y buscar acuerdos. Se trata de un deber, no de una opción. Pero costará lo suyo, porque hay quienes conversan solo para tomar ellos la palabra y no para escuchar cuando la piden los demás.

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