La inútil rebeldía
¿Hay alguna relación entre la salida del subsecretario Araos y la intervención del presidente Boric en el aniversario de su partido, Convergencia Social?
Sí.
En el evento de su Partido realizado el fin de semana, el presidente Boric, inflamado de entusiasmo, y haciendo de adolescente, arengó a los militantes expresando que la rebeldía puede ser parte del gobierno, y que ser rebelde es constitutivo de la militancia de izquierda.
Se ha reparado poco en esas palabras viendo en ellas, quizá, un mero desliz retórico; pero en ellas radica uno de los rasgos problemáticos del gobierno.
Con esa frase -que pronunció sin duda convencido- el presidente develó sin querer, de manera involuntaria, el problema central que lo aqueja. No la existencia de dos almas, como se ha dicho, sino la existencia de dos modos incompatibles de concebir la tarea pública.
El manejo del estado y de sus deberes, en que consiste esencialmente la tarea pública, no tiene nada que ver con la rebeldía que el presidente pide a sus partidarios, presentándola como una virtud digna de encomio. Los deberes públicos exigen sujeción a las normas, conocimiento de la institucionalidad, apego a los protocolos y racionalidad técnica. La rebeldía en cambio desatiende las normas, desconoce la institucionalidad, desprecia los protocolos y en vez de la racionalidad técnica (conocer los medios para alcanzar los fines de la manera más eficiente) prefiere y reclama la racionalidad sustantiva (el apego a los fines sin consideración a la eficacia de los medios). Mientras la rebeldía está atenta a la subjetividad de quien la siente, los deberes públicos suponen la disposición a apartarse de ella.
Lo anterior se comprende fácilmente cuando se atiende a la etimología de rebelde. Viene del latín rebellis, el que por su parte viene de su raíz bellum que significa guerra y el prefijo re. La palabra deber por su parte, viene del latín debere y esta de habere (tener) y de "de" (privación), de ahí que tener un deber es lo mismo que adeudar algo que nos ha sido prestado. Como se ve, no hay dos cosas más opuestas que tener sentido del deber o estar en deuda hacia algo (en este caso las instituciones), por una parte, y ser rebelde, oponerse a ellas, estar en una actitud de guerra (bellum), por la otra.
¿Qué es lo que se debe esperar de la autoridad del estado? ¿Una actitud rebelde o más bien una disposición a cumplir con esmero el deber que surge de las instituciones?
En el caso de incidente que ha significado la salida del Subsecretario Araos lo que faltó, con las consecuencias desgraciadas que todos conocen, no fue rebeldía sino eficiencia; no convicciones encendidas, sino la sobriedad del trabajo bien hecho; no poemas (en el discurso del presidente le correspondió esta vez una cita de Cecilia Vicuña) sino instrucciones y rutinas protocolarias.
Quizá el problema del gobierno esté allí. No en la existencia de dos almas, sino en la idea que se puede estar a la altura de los deberes que han sido confiados a quien maneja el estado, y a la vez, estar fuera de él resistiéndolo y tomando distancia frente a las servidumbres que demanda.
Lo que los ciudadanos esperan de quienes manejan el estado y tienen en sus manos los servicios públicos, especialmente en tiempos de crisis, no son desplantes de rebeldía, sino eficiencia; no discursos plagados de esfuerzos poéticos, sino acciones eficaces.
Cuando eso no se comprende, se llega al drama y al bochorno de estos días. El drama de una niña prematuramente muerta y el bochorno de un subsecretario que después de explicaciones cantinflescas y de mentiras, acaba renunciando.