En los últimos años ha tomado fuerza el estudio de la inteligencia emocional difundido por Daniel Goleman, sin embargo, con anterioridad diversos investigadores ya habían dado cuenta de este concepto que se refiere a cómo solucionamos los problemas a través de nuestras emociones para transformarlas en herramientas útiles más allá de la razón en la que tradicionalmente residen las respuestas de las dificultades humanas en sus procesos adaptativos.
Percibir las emociones y ser capaces de ampliar nuestra consciencia de ellas, especialmente en nuestros contextos de convivencia y crecimiento colectivo es indudablemente una oportunidad para el desarrollo de nuestra sociedad. La creación de vínculos sanos se relaciona directamente con las emociones.
Es una responsabilidad conocer las dinámicas emocionales que impactan en la primera infancia y en la superación de las tareas psicosociales que expresara Erik Erikson, es decir, desde la confianza básica del entorno hasta la sabia integración en las personas mayores. Como en todas las actividades socioculturales que realizamos, nuestras emociones derivan hacia la creatividad y la armonía social, pero muchas veces también aparecen el miedo, la tristeza y la ira.
El aprendizaje emocional es relevante en cada etapa del ser humano. En esta línea, Laura Carstensen, investigadora de la Universidad de Stanford afirma que las personas mayores presentan mayores niveles de bienestar emocional y mejores habilidades de regulación emocional que los jóvenes, una realidad expresada en respuestas que facilitan la adaptación al medio en que viven y conviven.
Las personas mayores privilegian las experiencias favorables a través de los vínculos íntimos y de la elección relacional en las cuales se involucran para el logro satisfactorio de sí mismo y de los demás. Un aporte más de la experiencia que la gente mayor trae a las nuevas generaciones.
Pero, ¿acaso la humanidad no utiliza la inteligencia emocional para resolver sus conflictos? Aparentemente es una contradicción que presenciemos guerras y tragedias provocadas por el mismo ser humano, puesto que si bien posee dominio sobre las cosas y sobre sí mismo, arrastrado por ideologías y fanatismos utiliza esa misma inteligencia para destruirse y sepultar las virtudes como tolerancia, la solidaridad y la fraternidad.
Si sólo ampliáramos la inteligencia emocional en distintas esferas de la acción humana en forma sistémica se podrían cultivar visiones religiosas, ideológicas, políticas, además de la integración y la aceptación de los demás como un mecanismo permanente en la resolución de conflictos para llegar a un consenso.
Un consenso con un amplio respeto por las leyes -y con consecuente valor para la seguridad- y también un gran respeto mutuo donde sean fundamentales los derechos universales del ser humano para vivir en paz y armonía.
Ricardo Bocaz Sepúlveda,
vicerrector Universidad del Alba, Chillán.