Lo dice la frase popular: "Para mentir y comer pescado, hay que tener mucho cuidado". Y tiene toda la razón. ¿Sabía usted que toda persona normal dice 4 mentiras por día y 1.460 por año? Esto significa que, al llegar a 60 años, habrá mentido 87.600 veces. La más común de las mentiras: "Estoy bien".
La situación se torna más delicada (y más cara) en lo referente al pescado. El chileno común afirma que no hay que comer carne, en Semana Santa. Entonces, en la víspera, se lanza a un frenesí de adquisición de pescados y mariscos, lo cual causa obvia alegría entre los pescadores y comerciantes. Los precios se van a las nubes. Todo el mundo reclama. Los medios de comunicación denuncian. Las autoridades desempolvan unos delantales blancos que usan para aparecer en TV y salen a las calles a realizar "fiscalizaciones". Luego, informan que encontraron uno o dos pescados en mal estado y que fueron requisados. Eso sería todo. Y hasta el próximo año.
El primer misterio es de dónde salió eso de que hay que consumir productos del mar en Semana Santa. La respuesta parece simple: está prohibido comer carne. Falso. Esa prohibición no figura en ninguna parte de la Biblia. Es sólo una tradición. Aplicarla podría ser más sencillo (y más barato) de lo que parece. Existen numerosas comidas que no incluyen carne de vacuno, ovina ni de ningún otro tipo. Ahí están, por ejemplo, los porotos, el cochachuyo, las ensaladas y muchos platos más que no significan un desangre del bolsillo y que perfectamente pueden consumirse sin sufrimiento.
Lo que realmente ocurre es que, como ha sucedido con numerosas otras festividades, religiosas o patrióticas, Semana Santa hace mucho rato se convirtió en un "fin de semana largo", en que la gente trabaja poco, rinde menos todavía y huye hacia las playas, el campo y hacia donde sea, en busca de un falso descanso. No todos. Algunos miles de creyentes aún recuerdan que hay que honrar la vida, muerte y resurrección del Creador. Pero cada vez son menos.
El llamado no es a rezar a cada minuto ni a mantener una actitud sobrecogedora de reconocimiento, como antes, cuando ni siquiera se podía hablar fuerte en Viernes Santo, en que el sábado era de gloria, víspera de resurrección, y en que el domingo era de fiesta. Esta nota apunta sólo a recordar cómo hemos cambiado los chilenos. Preferimos la carretera, la arena y el campo y dejamos de lado la fe. No importa en quién. Claro, nos recordamos de ella cuando estamos afligidos y entonces invocamos la ayuda del Altísimo para conseguir nuestros fines. Para usar términos de moda hoy, somos feligreses con ventaja. Son muchos creyentes por conveniencia. Éstas son las consideraciones que hay que tener presentes antes de ir a la pescadería o salir de viaje la próxima semana.
Raúl Rojas, Periodista y Académico.