Todavía se escuchan ecos de las multitudinarias marchas con motivo del Día de la Mujer. Lo más importante: además de las reivindicaciones propias de su género, las mujeres chilenas dieron un ejemplo: se puede realizar manifestaciones gigantes, con presentaciones artísticas incluidas, sin necesidad de destruir la propiedad pública y privada, sin agresiones físicas ni verbales, sin saqueos ni barricadas, en fin, sin ninguna de las características de las que hemos soportado la mayoría de los chilenos desde el 18 de octubre del año pasado. Los encapuchados, pese a algunos intentos mínimos de desórdenes rápidamente controlados, quedaron al margen. Esta vez no pudieron vociferar, pintar y rayar fachadas, lanzar piedras y objetos punzantes ni bomba molotov. Quedó en claro que son minoría. Ocurrió en Santiago y regiones y se acercó más a lo que somos o lo que éramos los chilenos antes de la ola de violencia que ha azotado al país en los últimos meses.
Sin duda, nuestras mujeres dieron el ejemplo de cómo se pueden y se deben hacer las cosas: con respeto a las personas, a las instituciones, a las autoridades y al orden establecido.
El país lleva ya dieciséis semanas de violencia que, por momentos, parece incontenible. Se ha hecho rutinaria. Forma parte del día a día. La ciudadanía llegó al extremo de convertir en habituales rutas alternativas de emergencia para concurrir normalmente a sus trabajos. A esto se suma que ya conocen las rutinas de los violentistas. Estos, como no tienen obligación laboral alguna, se levantan tarde. Las mañanas, en todas partes son tranquilas. Están durmiendo, agotados por el trajín de la jornada anterior. Parecen enemigos del sol. Aparecen y se despliegan en las tardes, cuando empieza a oscurecer. No faltan aquellos que los han comparado con vampiros: se alimentan de la sangre y del miedo de sus compatriotas. Parecen imposibles de eliminar.
Alguien llegó a decir por ahí que los encapuchados y el lumpen en general forman hoy parte de la cultura del país. Me parece una estupidez. Cultura es todo aquello que enriquece espiritual o intelectualmente y hay un abismo entre ella y la violencia. Los violentistas no sólo no enriquecen nada, sino que, al contrario, se encargan de destruir lo que construyen otros. Cultura es lo mejor, y no lo peor del ser humano, así que mal puede aplicarse el término a la acción de los hampones que se adueñaron de las calles del país.
Gracias, mujeres chilenas, por recordarnos que Chile conserva principios y valores y entiende con claridad el camino a seguir, que no pasa arrasarlo todo, sino por trabajar y esforzarse al máximo, por las vías legales, para construir un país mejor para todos, y no sólo para un sector socioeconómico.