La pandemia del Covid-19 en algún momento pasará, aunque depende de todos y cada uno de nosotros cuánto dure y con qué magnitud nos afecte. En Chile y en todo el mundo, además de la lamentable e irreparable pérdida de vidas humanas, se sucederán crisis económicas que golpearán fuertemente los empleos.

Los insumos estadísticos recientes -que midieron marzo no en su totalidad- hablan del escenario actual; se han perdido fuentes laborales, no se están creando nuevos puestos y el mercado interno, fundamentalmente el comercio de bienes no esenciales y los servicios, se ha visto inexorablemente azotado por la crisis sanitaria.

Ya a los pocos días de confirmados los primeros casos en el país, el Gobierno anunció un plan de inyección económica dirigido a trabajadores dependientes, pymes y grupos vulnerables. El primer paquete, con el pasar de las semanas, ha decantado en un plan protector, impulsado por el Estado, que ha sumado a laborantes informales e independientes.

La Ley de Protección del Empleo, por ejemplo, se estableció como una iniciativa que, desde un precepto lógico de evitar la destrucción masiva de empleos, se hacía urgente de aprobar. Su rápida puesta en marcha, por cierto, no es sinónimo de que pueda ser burlada. La norma busca dar certeza jurídica a los trabajadores y no así convertirse en una oportunidad para empresas con espalda, por lo que las sanciones estipuladas son proporcionales en el ámbito, incluso, de la justicia civil, y además se han ingresado indicaciones al Congreso para cavilar aún más su interpretación.

Sino aunamos voluntades y ánimos constructivos, la batalla contra la pandemia puede tener implicancias cada vez más difíciles de revertir. Por ello, el apoyo económico y el despliegue gubernamental, a través de los ministerios y las mesas que se han conformado, deben tener un correlato en los grupos de la sociedad que están en condiciones de ayudar más allá de lo presupuestado, hoy más que nunca. Empresarios, directivos de compañías, funcionarios públicos, entre otros, son y serán parte fundamental en la contención de los efectos colaterales del virus.

El Estado debe ser capaz de fortalecer la red de protección para los ciudadanos que han visto disminuidas sus posibilidades o, directamente, han quedado sin sustento para sus hogares. Sin embargo, no basta sólo con aquello; se hace imperioso el aporte de diversos actores e instituciones. Las proyecciones de un desempleo de dos dígitos, de un mercado laboral a la baja y una economía en recesión ya son razones suficientes para afrontar los meses venideros con una mirada común, lo que en ningún caso implica desaparecer la crítica bien intencionada.

Todos debemos poner de nuestra parte y entender que estamos ante una nueva realidad. El país nos necesita y nadie puede restarse o sacar alguna pequeña ventaja de este difícil momento.

Yeniffer Ferrada Canto, Seremi del Trabajo y Previsión Social de Ñuble

Que la política es relevante, ha quedado más que claro en estos meses de crisis social y pandemia. Ciertamente la labor de quienes la ejecutan -buscar el bien común- es fundamental, sobre todo en momentos tan complicados como los que vivimos.

A saber, la conversación política enfrenta visiones ideológicas diversas con el fin de llegar a consensos básicos para el desarrollo futuro de la sociedad, evitando la violencia y el derramamiento de sangre en la búsqueda de ese objetivo.

Así hemos concluido que la democracia como sistema es una buena manera de resolver aquello, un espacio donde colisionen opciones diversas para que se imponga la mejor fundada. El diálogo entre gobierno y oposición es lo que termina mejorando las leyes que nos gobiernan y en consecuencia, los efectos positivos sobre la sociedad.

Sin embargo, Chile parece sobre excitado respecto de la construcción ideológica, al punto que parece convertirse en una nación intoxicada de lo mismo: de ideologías que pugnan en todos los frentes, los más insólitos, olvidándose del bien común, para solo buscar el poder.

Así no es extraño o raro (y ciertamente nefasto, habría que añadir) que incluso un fenómeno tan delicado como el COVID-19 se convierta en un campo de batalla entre unos y otros, donde no existe la colaboración, sino solo el enfrentamiento permanente.

Y aquello no es exclusivo de autoridades y parlamentarios, sino que parece estar enquistado en la sociedad nacional, cuestión aún más preocupante.

A Chile le ha hecho daño este exceso, el país parece cada vez más dividido entre buenos y malos y así difícilmente pueden conseguirse resultados.

Lo ideológico no puede hacerse primar, incluso sobre la vida, como algunos lo pretenden. La vida y sus misterios nos muestran una y otra vez que esta es mucho más grande y amplia que hipótesis y teorías.

La política es muy relevante, pero esta debe observarse y practicarse para avanzar, no para andar solo clavando banderas. El ser humano es el centro, no nuestras ideas y convicciones, por relevantes que nos parezcan.