Nos hemos estremecido con la partida del maestro de maestros. Que honor haber sido uno de sus tantos amigos. Seguramente habrá homenajes hermosos, el mío, solo estas sencillas palabras.
En estos tiempos en que la autofagia social, expresada en despedazar en las redes a cualquiera que no esté de acuerdo con lo que se piensa, y la violencia verbal descalificatoria sobresale, él tenía ese escasísimo y singular don de encontrar, siempre, una cualidad positiva, un talante destacado en el otro.
Cuantos fuimos beneficiados y enaltecidos, en los medios de comunicación o en un prólogo, por sus palabras elogiosas que siempre sabían encontrar algo meritorio en el trabajo artístico o literario de los demás. Cuantos recibimos un consejo, una palabra de aliento, una felicitación.
Tolerancia es la palabra que enseñó con su vida, el respeto hacia las ideas, preferencias, formas de pensamiento o comportamientos de los demás, tolerancia hacia quienes profesan de manera pública creencias o religiones distintas.
Ese valor transversal es el que se nos desgarra hoy con la partida de don Carlos, ese valor básico y fundamental que hemos perdido como país, sin darnos cuenta, y que es primordial para convivir armónica y pacíficamente.
Los grandes hombres son humildes y simples.
Una vez lo homenajeé en una ceremonia con la "Oda al hombre sencillo" de Pablo Neruda, siempre me pareció que fue escrita para él. Algunas frases de esa hermosa Oda dicen: "..conocer una vida no es bastante, así también encuentro la unidad de los hombres, y en el pan busco más allá de la forma. Por eso más allá del pan, (Carlos Ibacache), ves la tierra, la unidad de la tierra, el agua, el hombre. Que qué simple eres, eres la vida, eres tan transparente, como el agua".
Una vez, hace unos años, llegué a su casa para una reunión y estaba en su biblioteca con otro amigo riéndose a carcajadas. Estaban entretenidos haciendo una lista de las instituciones y personas que hablarían en sus funerales. Llevaban una lista tan larga que ni en dos días podrían terminar los discursos. Eso le causaba esa risa pícara que era tan suya. Era como ver un niño riéndose de una maldad.
Pero su sencillez y humildad pudieron más. Eligió este tiempo de aislamiento, de no despedidas multitudinarias para irse como siempre llegó a todas partes. Echo en un bolso todos los reconocimientos que recibió en vida y se fue sin aspavientos, sencillo y en calma.
Alguien inventó el concepto de tesoro humano. No sé cuántos tesoros humanos han sido designados. De lo que estoy cierto que él sí era un tesoro humano por excelencia.
A este árbol majestuoso, tan espléndido de sombra y frutos, lo ha vencido el viento de los años. Sin embargo, las semillas que de él cayeron, han germinado al pie de su tronco y no olvidarán su origen.
Juan Pablo Garrido Urrejola
Director Escuela de Cultura y Difusión Artística