El domingo pasado celebrábamos la Pascua de Resurrección, después de una Semana Santa atípica, otra más, marcada por las restricciones sanitarias, y sin las expresiones religiosas a las que estamos acostumbrados. Se echa de menos a la comunidad reunida, pero no sólo en estas fechas, sino en muchos momentos del año.

Pero visto con fe, de toda situación somos capaces de sacar un bien para el ser humano, incluso de una pandemia. Ya que uno de los riesgos, es que nos quedemos en la cruz, sin ver al Crucificado, y mucho menos llegar al Resucitado. La ausencia de ritos, nos tiene que hacer reflexionar, que la oración comunitaria, los sacramentos, las celebraciones, los momentos de reflexión, cursos, clases… se quedan en algo vacío si no implican la vida, si pasan a ser un acto espiritual o formativo individual que no me transciende y sólo me alimenta a mí. El no poder tener las celebraciones propias, ojalá que nos haya servido para mirar a los crucificados de nuestro mundo, a los que siguen necesitando de la entrega de nuestras vidas para poder levantarse, resucitar y vivir con dignidad. No me sirve de nada mirar dos palos de madera, si no descubro el rostro de quien está en ellos clavado.

No tiene sentido alguno que nos asombremos de cómo crece la cesantía, o cómo se multiplican las ollas comunes, hay que ver los rostros de muchos hermanos que son los que se están quedando sin trabajo y los que no están pudiendo llevar el pan a sus hogares. No alarmarnos por los que sienten, aman o piensan de forma diferente. Tenemos que eliminar las cruces de todos estos crucificados por nuestra sociedad. Y eliminarlas, no es sólo acabar con esas situaciones de pobreza, de falta de recursos, o de marginación; es implicarse en la vida de esas personas, no hay que actuar sólo contra el problema si no que hay que tocar el cuerpo de Jesús herido en ellas. Acompañar, acercarse, estar con hermanos concretos y reales, dejarse interpelar y cuestionar. Mientras que nuestras vidas no se afecten de verdad ante los crucificados, corremos el riesgo de que incluso la solidaridad sea un rito más que nos deje tranquilos. Mientas que, nuestra vida está llamada a ser, vida para todos. De la cruz colgó un hombre, Jesús de Nazaret, que pasó por la vida haciendo de ésta una existencia por y para el que tenía a su lado. No sólo para el que estaba ahí, también saliendo a buscar a otros que estaban más lejos. Si a la cruz de Jesús la quitamos todo el recorrido vital que trazó antes, entonces la hacemos perder su sentido y significado, quedando en uno de los múltiples crímenes de la humanidad a lo largo de la historia, la muerte de un inocente más.

Aunque no haya eucaristía sacramental, habrá banquete y cuerpo de Cristo si mis manos alimentan al que lo necesita. Si parto mi pan, y si me parto y reparto a mí mismo para paliar soledades, enfermedades y recuperar al que quedó tirado al borde del camino, al marginado o abandonado. Entonces en mi vida se hará presente el Resucitado porque habrá vida y ésta en abundancia.

Marta García Obispado de Chillán

Firma con mi nombre corresponde a la más pura novela criolla de del siglo XX con sus paisajes interiores de un campo chileno fértil y asolado por el abuso, normalizado desde la colonia. El éxodo campo ciudad para poder salir del estancamiento, estancamiento que hoy se mira desde la bucólica mirada de un territorio donde nacen las tradiciones que proporciona esa mentada identidad que cuesta aceptar y de la cual pocos se sienten orgullosos.

Héctor Caro vuelve al origen, a la raíz de todos los problemas que afrontamos hoy, rescatando en la memoria hechos sin fecha que conservamos en el imaginario colectivo, los cuales han sido instalados en la más profunda memoria. Debe ser que por algún artilugio del destino, cargamos con la pesada tierra que abandonamos en pos de un futuro mejor. Esa misma tierra que nos persigue, como a Sergio Hernández lo perseguía Chillán, y a Nicanor, que como clave secreta para entrar en sus dominios, la palabra clave era precisamente el nombre de su tierra.

En Chile, cuesta aun instalar una memoria colectiva, pero se hace el esfuerzo a través de lecturas de libros como este, Firma con mi nombre, corresponde a ese fragmento que de pronto avergüenza: el analfabetismo, ese pasado poco triunfador, con olor a humo y a pies descalzos, aludiendo muchas veces a un pasado hidálguico, sin mapuches en la línea sanguínea, muy seguros de sus apellidos. Héctor, nos proporciona un temblor en su escritura, instala la sospecha, la inquietud por el territorio que habitamos. Nacidos en casa ajena, como diría el poeta May, somos dignos hijos de un pasado que se enlaza a la belleza de los apellidos prestados y al horror del abuso, padeciendo una realidad escrita ya por Baudelaire.

La conspiración, es otro componente esencial de la novela chilena, las grandes decisiones y cambios políticos se han desarrollado en esta cobarde y siniestra forma por querer controlar todo. "Todo está arreglado" es la típica frase ya conocida para referirse a los poderes fácticos en una nación, llevado a menor a escala a las comunas y territorios lejanos del poderío de las ciudades, en las que todas se parecen, incluso en la arquitectura, todas aspirando a la copia de capital, desde sus altos edificios hasta la sordidez de su poder centralizado. La política, naturalmente se ve encarnada en los honorables saqueadores del pueblo, en la opulencia de su discurso y el vil acarreamiento de campesinos a las urnas, y después … el mismo escenario de siempre.

Pareciera que no ha pasado mucho de ese mundo representado en la novela de Héctor Caro, pareciera que nada cambiase en el comportamiento actual y el devenir de un país, pareciera que no ha cambiado nada, o tal vez sí.

Laura Daza Valenzuela Gestora cultural independiente.

Un alarmante reporte registró esta semana el Ministerio de Salud, confirmando 9.171 casos nuevos de covid-19, una cifra récord durante la pandemia. Al analizar los datos por regiones, las estadísticas muestran que la mayoría de los infectados se concentra en la zona centro-sur del país: la Región Metropolitana, la de Valparaíso y la del Biobío.

Los investigadores coinciden en que marzo recién pasado fue el mes más crítico desde que se declaró la emergencia sanitaria, y que en un año el virus ha atacado a más de un millón de chilenos. Debido al aumento considerable de contagios que se observan desde hace unas semanas, el Gobierno resolvió, la semana pasada, endurecer las medidas de control, como ajustar un nuevo horario de toque de queda y limitar los permisos de desplazamiento individual a dos por semana, para comunas en Fase 1 y 2, pero solo uno de ellos se podrá utilizar los fines de semana y festivos. También se restringieron los viajes al extranjero, tanto para chilenos como extranjeros residentes. Solo en caso de motivos calificados de carácter humanitario, tratamientos de salud o gestiones imprescindibles para la marcha adecuada del país, se permitirá una autorización extraordinaria para el viaje de personas que podrá ser solicitada a través de Comisaría Virtual. Se prohibió por 30 días, el ingreso de extranjeros no residentes en Chile, con excepción de aquellos autorizados por la autoridad consular chilena en el país de origen, bajo criterios sanitarios fundados emitidos por la autoridad sanitaria.

Si bien han sido insistentes los llamados al autocuidado que han hecho las autoridades, hoy son más importantes que nunca, pues nos encontramos en la etapa más crítica de la pandemia. El ministro de Salud ha pedido a los habitantes hacer esfuerzos extraordinarios para evitar que sigamos aumentando los casos, aunque los pacientes siempre van a contar con la colaboración de la autoridad y de los funcionarios de salud, a quienes ha reconocido el esfuerzo que realizan en todos los establecimientos, en el despliegue en testeos, trazabilidad y aislamiento, y la intensificación de su capacidad que ha facilitado la vacunación masiva, con la colocación de más de 7 millones de dosis y que más de 4,2 millones de personas ya tengan las dos dosis.