En medio de la pandemia del covid-19, una de las instituciones que ha jugado un rol clave ha sido la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (Junaeb), que transformó sus servicios de alimentación y organizó la entrega de cajas con productos para cocinar en los hogares y así garantizar la llegada de beneficios a los niños. Esos aportes -repartidos gracias al trabajo de los equipos docentes de escuelas y liceos- resultaron fundamentales para muchas familias del país y la región en los momentos de mayor dureza de la crisis sanitaria.

Ahora, con el regreso presencial a clases, Junaeb retoma sus lineamientos habituales, entre ellos la preocupación por los índices de obesidad que muestran los escolares chilenos; algo que en la zona sur del país tiene cifras altas, especialmente en menores de prebásica y básica. Ante esta realidad, la primera medida es entregar dietas más balanceadas a través del Programa de Alimentación (PAE). Al respecto, este mes hubo anuncios importantes: las raciones estudiantiles contendrán ahora un mejor índice proteico y menos productos procesados; habrá menos pan, pero más leche líquida, pescados y mariscos; frutas y platos con huevos entre sus ingredientes. También consideran un rescate de recetas tradicionales latinoamericanas, además de la mantención de otra medida ya internalizada hace varios años, la disminución del uso de sal.

Es bueno recordar, además, que desde 2019 se ha privilegiado que en cada región se entreguen alimentos generados localmente, lo cual es favorable para la salud de los beneficiarios, genera menos contaminantes por traslado y también dinamiza en especial a la agricultura familiar campesina.

Sin duda que todas estas iniciativas son positivas, pero ellas deben ir de la mano con refuerzo en la formación de hábitos. No basta con comer sano en la escuela si fuera de ella se accede a "comida chatarra" o si en los mismos hogares no hay recursos -materiales o de información adecuada- para una alimentación más saludable.

La alimentación sana desde temprana edad es una de las claves para garantizar una población saludable en los años posteriores.

La economía chilena se contrajo 5,8% durante el año pasado, con un PIB no minero que cayó 6,5%, lo que constituye la peor recesión desde la crisis de los años 80. Esta sustancial contracción se generó por las restricciones al movimiento que en enero de 2020 se iniciaron en China debido al surgimiento de una nueva pandemia.

Dos meses después, Chile entró en una cuarentena sustancial, sin tener todavía la dimensión concreta del daño que se iba a producir, ni vacuna o tratamiento disponible. Si bien se mantuvieron operativos los sectores esenciales como la minería, servicios básicos y venta de alimentos, todo el resto de la economía entró en cuarentena, activándose crecientes transferencias fiscales con un horizonte que asumía que en junio o julio del año pasado ya la situación estaría controlada.

Estas cuarentenas llevaron a que en el segundo trimestre de 2020 el PIB no minero cayera en 16%, mientras que en el tercer cuarto del año lo hacía en 10%, lo cual da cuenta de la severidad de la recesión que impactó a todos los indicadores económicos, desplomándose las ventas y la producción de bienes y servicios, con el consiguiente efecto sobre el empleo.

En el año 2019, del total de 9 millones de ocupados, cerca de 6,6 millones correspondían a trabajadores dependientes (cerca del 73% del total), mientras que el resto eran los ocupados por cuenta propia, constituyendo el grupo más relevante. La pandemia y la consiguiente recesión destruyeron millones de trabajos, en donde la Ley de Protección del Empleo logró amortiguar una parte sustancial de la contracción y es una política pública que está siendo vista con atención por el resto del mundo, dada la eficacia con la que operó.

La paulatina reapertura ha permitido comenzar a recuperar el empleo perdido y tanto los datos de las encuestas, como los datos administrativos nos indican una recuperación casi total en el empleo dependiente. Sin embargo, estos cierres de brecha nos están devolviendo sólo al nivel prepandemia. De hecho, si construimos un escenario sin pandemia ni violencia, hoy deberíamos tener 9,4 millones de personas trabajando.

Hemos perdido dos años de crecimiento y empleo, y el 2022 no se ve muy halagüeño, por lo cual el desafío del empleo seguirá pendiente.

Frank Sauerbaum

diputado por Ñuble

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