Hace algunas semanas se dio a conocer el Informe sobre el proceso sinodal que nuestra Diócesis san Bartolomé de Chillán ha vivido, dentro del camino de discernimiento que está haciendo la Iglesia a nivel mundial, en vistas a la reforma impulsada por el Papa Francisco.
El documento recoge los desafíos de nuestra Iglesia a la luz del Espíritu y que están relacionadas con la renovación de las estructuras eclesiales, con la misión y con el cuidado y acompañamiento de los agentes de pastoral.
No es la primera vez que nuestra Iglesia vive una crisis. La historia nos muestra que el contexto que enfrentaron las primeras comunidades cristianas fue muy similar al actual. Y en ese contexto, la Iglesia llevó adelante un proceso de transformación basado en el amor, encarnando los valores del Reino anunciado por Jesucristo y sustentado en un concepto eclesiológico dinámico. No se ataron a estructuras rígidas o basadas en cargos y posiciones, sino por el contrario fueron flexibles y predominaron los dones y ministerios a la hora de funcionar como parte de un solo cuerpo.
Hoy la nueva reforma que estamos protagonizando nos habla de una nueva oportunidad. Un regalo del Espíritu, que con una creatividad infinita, está empezando a desatar complejos e impenetrables nudos que arrastramos por siglos.
La sinodalidad (que significa: caminar juntos) es la forma de una Iglesia en salida hacia las periferias geográficas y existenciales, un modelo de Iglesia no autorreferencial, sino servidora de la vida, de la causa de Jesús. Es el intento, según lo dice el mismo Papa, "de encontrar una Iglesia capaz de revisarse internamente para cambiar de ritmo, para cambiar su modo de caminar, y que reconozca a los sujetos diversos que la interpelan hoy para poder caminar mucho más en sintonía con las mujeres y hombres de hoy, que son los sujetos de la redención. Una Iglesia que se organiza buscando un modo de gobierno más Sinodal, es decir, más participativo, colegial, de mayor comunión, y que establece criterios y estructuras nuevas para caminar más al ritmo de los gritos y esperanzas de la realidad, y capaz de incorporar la novedad que viene de la riqueza de la diversidad."
Los procesos de transformación, lo sabemos, son lentos requieren de mucha paciencia y sobre todo de mucha esperanza para ver que en lo pequeño se está gestando algo grande. Ojalá que todo el trabajo recientemente difundido, que recoge el pensar y el sentir de tantos y tantas y que ha involucrado a todos los sectores de la Diócesis, pueda ser un impulso para renovarnos.
Necesitamos devolverle al Evangelio la frescura. Y en esto como pueblo de Dios, todos los bautizados estamos invitados a aportar con nuestros dones y talentos para vivir una nueva manera de ser Iglesia.
Susana Dumrauf Díaz