Chilean Electric
Nona Fernández, actriz, guionista y escritora chilena, su obra literaria se funda desde la memoria de una generación activamente presente en el proceso de transición de un Chile que aún se resiste a los vestigios de la dictadura.
Chilean Electric es un relato luminoso, no exento de las sombras que acompañan la proyección lumínica, es una novela pequeña y poderosa publicada en 2015, que comienza con el recuerdo de la abuela de Nona Fernández asistiendo a la ceremonia de la luz en la Plaza de Armas de Santiago en 1883, aunque la abuela nació en 1908. Este relato narrado a luz apagada en la tierna cama de la abuela, de dedos artríticos, deformes, resultado de una vida entera de escribir a máquina diversos documentos, donde sin el ánimo de olvidar, surge también el recuerdo de uno de los discursos de Clodomiro Almeyda, que se incluye en un fragmento significativo, precisamente, para no olvidar.
Otro relato que se enlaza en esta novela es la de un niño herido en la Plaza de Armas de Santiago, producto de una manifestación en contra de la dictadura de Pinochet en 1984. La escena me parece una epifanía y en otras un déjà vu, un ciclo en espiral que va evolucionando a través de la vida y la historia. La autora narra un hecho en particular que la conmueve y horroriza; un niño de aproximadamente trece o catorce años tirado en el suelo de la Plaza de Armas, envuelto en un charco de sangre, con el ojo izquierdo fuera de su órbita, un ojo ahorcado, como los ahorcados en tiempos de la Conquista. La mutilación era producto de un culatazo en la cara recibido por parte de Carabineros. Dejando una reflexión que bien podría servir para estos días de ojos reventados: "Una especie de ojo que nos mira hacia dentro. Uno que nos ve desde otro ángulo" dice la autora.
Como toda la novela va endilgada a recuerdos y memoria, aparece también la historia de Ana González de Recabarren, una historia nacional, herida abierta, dolor que a veces se olvida en la vorágine de los días presurosos, contaminados de luz artificial, que en algún momento del año, esa imagen, la imagen de Ana, nos vuelve a sobrecoger, preguntándonos ¿Dónde están? ¿Cómo pudo vivir todos los años antes de su muerte con ese dolor e incertidumbre? Indirectamente la historia de Ana y la de muchos chilenos también son parte nuestra en este territorio que habitamos y que cargamos en nuestra memoria como un tumor incomodo, porque el dolor ajeno incomoda a veces.
La ceremonia de la luz, es solo el comienzo de una historia de consumo, pensada no para el país como un derecho, sino más bien como un lujo para la elite, no como una necesidad para alumbrar los tristes caseríos de la capital y la provincia, porque la "Luz" no era precisamente para la gente. La iniciativa había surgido desde el hotel Santiago para ofrecer un mejor servicio para los clientes, naturalmente para el ciudadano común este beneficio, esta comodidad saldría cara, casi impagable (como en estos días) pero que en el transcurso del tiempo se ha vuelto indispensable. Nona va asociando sus recuerdos de infancia y adolescencia a este hecho, en la observación periódica de su entorno, comprendiendo el hallazgo de la iluminación como un reflejo de una sociedad sumida en el consumo sin objetar el exceso del pago. "La ciudad de Santiago se maquilla para estar siempre brillante y encendida, la luz es la metáfora de su desarrollo, su bien más preciado" dice Nona Fernández, mientras mira el cielo de la ciudad buscando alguna estrella, no se ven, las estrellas ya no pueden tocarnos, por último, cavila: Lo único que puedo hacer es observar. Observar y registrar, iluminando con la letra la temible oscuridad" .