Con el Adviento la Iglesia hace dos domingos ha iniciado un nuevo año litúrgico. Este es un tiempo de preparación a la venida del Señor, el mismo que fuera anunciado desde tiempos remotos al pueblo judío y que lo sigue esperando, pues éste nunca ha considerado que Jesucristo es el Mesías esperado. Él es la antítesis de un rey como el sentido común de todos los tiempos considera a un rey: poderoso, con riqueza y gran ejército, capaz de imponerse por la razón o la fuerza como reza el lema patrio de nuestro escudo nacional. Jesucristo es todo lo contrario, pero sin embargo con una influencia que ha impregnado el mundo a través de la historia y lo ha hecho, paradojalmente a través y con los mismos hombres que cargando con sus miserias y limitaciones de cada día, han descubierto en Él la respuesta a su existencia.
Este tiempo de Adviento se marca con distintos signos que a veces pasan desapercibidos, pues se les ha ido vaciando de contenido. Así, la Corona de Adviento con sus cuatro velas que semana a semana se van prendiendo, para ir poco a poco, agregando luz al gran día de Navidad que es toda luz, insertadas en una corona conformada de ramas verdes que significan vida.
El Árbol de Navidad, que remeda el árbol de la vida del que habla la escritura y que antaño en nuestro medio se hacía con un pino, cuya fragancia inundaba el hogar por días y que hoy, por motivos ecológicos, es de material sintético, es adornado generosamente para evocar la abundancia de los frutos de la vida y la alegría que trae el redentor.
Los Regalos nos recuerdan al mismo Dios que nos regaló a Cristo que trae la paz y que es fuente de felicidad perdurable y que son distribuidos por el Viejo Pascuero, el moderno san Nicolás Bari, obispo del siglo III que reunía regalos para donar a los pobres.
Y ante todo está el Pesebre que representa figurativamente lo que la Escritura y la imaginación de San Francisco de Asís (año 1223) imaginó fue la escena del nacimiento de Jesús nacido pobre entre los pobres cobijado por los brazos amorosos de su madre María.
Siempre es momento para renovar nuestra esperanza y recuperar el sentido de esta celebración que ha marcado a la humanidad y que generaciones han celebrado año a año motivados por el deseo de ser mejores.
Si hay una nota característica en nuestra sociedad de hoy es el individualismo que mueve todas nuestras actividades y que nos ha contagiado el corazón. El espíritu de la Navidad es un llamado a convertirnos para ser más compasivos, perdonadores y dispuestos a ayudarnos unos a otros. Preparémonos para ese acontecimiento.
Guillermo Stevens M. Diácono, Obispado de Chillán.