En definitiva, el coronavirus da para todo. Comienzan a cansar las falsas terapias y trampas surgidas al amparo de la pandemia que hoy paraliza a la humanidad. Pasan sólo horas entre el "descubrimiento" de supuestos tratamientos. Hace pocos días, con funestas consecuencias, se recomendó ingerir cloro. No faltan los que aseguran que uno se mejorará automáticamente si se baña en el mar de determinado balneario. Asimismo, los que recomiendan limones, zumo de naranja, quínoa, zapallo y hasta cochachuyo para recuperarse. La industria farmacéutica no lo ha hecho mal y ha impulsado con entusiasmo la venta de determinados productos. Para protegerse de las leyes, no promete curación, sino "influencia sobre factores favorables de recuperación".
En las calles venden toda clase de pomadas y hierbas que, según los comerciantes ambulantes, mejorarán en forma casi automática de la enfermedad
Pero el centro de esta columna está en las trampas a costa del miedo. De pronto, las calles y ferias del país se llenaron de comerciantes ambulantes que ofrecen alcohol gel, con supuestas propiedades terapéuticas. Asimismo, cloro, amonio cuaternario y productos similares. Todos prometen resultados milagrosos de recuperación. Un sencillo análisis de laboratorio descubrió la falsedad: contienen mayoritariamente agua, muy poco lo que ofrecen y exhiben certificaciones falsas en sus envases.
Lo mismo ocurrió con las mascarillas. Hoy, todo ambulante que se respete ofrece mascarillas "de triple faz". Casi con descaro, y sin que el consumidor descuidado se percate, las mascarillas las tiene entre sus dedos, lo cual no es precisamente garantía de higiene. Si llega a vender, con la misma mano cobra $ 1.000. ¿Por qué todas cuestan lo mismo?
No estoy patrocinando venta exclusiva en farmacias, que también abusan, pero sí exigiendo un mínimo de higiene y respeto por las personas.
El chileno es pillín por naturaleza. Ocurre un siniestro -incendio, terremoto, tsunami, derrumbe, etcétera- y siempre encuentra la forma de engañar.
A la lista mencionada se suman los que están ofreciendo "generosamente" promociones de diverso tipo vía redes sociales. Señalan que es suficiente comunicarse con la dirección electrónica para recibirlas. Los ingenuos que caen en la tentación reciben como sorpresa el anuncio de envío del producto "a la mayor brevedad", a precios más que abusivos ¡Entonces descubren que se trataba de un negocio!
Ya estaría bueno que pusieran fin al abuso. Pero, como bien han dicho las autoridades, no se puede instalar un carabinero en cada esquina. Y menos asignarle el control de la higiene y de las ventas ilegales. La tarea ahora es de los consumidores. Los tiempos que vivimos exigen la verdad y solamente la verdad.
Raúl Rojas Periodista y académico