Hace un tiempo salía la noticia de que en Japón han creado el "ministerio de la soledad", y que desde el inicio de la pandemia, el número de suicidios ha subido exponencialmente. Los jóvenes de todas las latitudes del mundo, y los no tan jóvenes también, nos hemos visto a través del confinamiento, casi obligados a meternos en la tecnología. Y lo que tiene su lado positivo, como es permitir la comunicación, incluso a pesar de las largas distancias y pandemias, tiene también su lado peligroso.
Las diferentes redes sociales, y hasta el botón me gusta, fueron creados desde el deseo de interconectarnos de una forma global, de llenar de positivismo el mundo, pero ¿qué ha pasado?
El negocio se metió por medio, y ya sabemos que, cuando "el dinero entra por la puerta el amor salta por la ventana". Los creadores tuvieron que hacer de todos estos instrumentos un medio que fuera económicamente rentable, además de un gran invento. Así que fuimos vendidos, sí, nosotros, porque el producto no es la plataforma por la que se interesan los anunciantes, ni si quiera lo anunciado, es nuestra atención, nuestra información y nuestros intereses lo que se vende. Desde el primer click, ya saben nuestros gustos, preocupaciones, intereses, metas… no es por casualidad que de repente surja a nuestra mano la publicidad de algo que nos estaba interesando. Y cuantos más minutos les dediquemos, más atractiva será determinada plataforma para los anunciantes, y más pagarán por colocar sus anuncios, porque tienen garantizada nuestra atención.
Notificaciones, avisos, me gusta o aprobaciones de nuestras publicaciones, producen en nuestro organismo una subida de la hormona dopamina, relacionada con el placer, y altamente adictiva, y ahí está el enlace para que muchos no puedan desprenderse de sus pantallas, y la venta de nuestra atención a quien se sirve de este negocio esté garantizada. Qué paz recuperamos cuando suprimimos las notificaciones, las seleccionamos o nos desconectamos… anulamos el estrés, permitiendo que nuestro cerebro se asiente y desarrolle óptima y saludablemente. De lo contrario, irán surgiendo nuevas enfermedades… cuidemos, especialmente, de nuestros niños y su salud. (Si desean más información desde un punto de vista médico, profesional, les recomiendo que escuchen algunas de las conferencias de la psiquiatra española Marian Rojas Estapé, es excelente). La influencia llega a manipular nuestras opiniones, así recibimos noticias y propaganda política o de otra índole, según los algoritmos informáticos que se crean para conducirnos. Muchos de los extremismos en las ideologías en los sistemas políticos, en los que triunfó el populismo que luego se deshizo del pueblo, han aprovechado estos medios. Incluso la afiliación a grupos terroristas. Al senado de los Estados Unidos, y de otras muchas naciones, han llegado peticiones de regular todo esto. No podemos seguir dejando al ser humano en manos de un sistema económico que lo vende como producto.
Los que nos declaramos seguidores de Jesús ¿qué hacemos en medio de esto? Este domingo pasado acabamos de escuchar el relato de cómo Jesús echa del Templo a los vendedores, cambistas, que habían hecho de un lugar de paz y oración, un negocio en el que la persona contaba poco. Nuestro cuerpo, es templo del Espíritu, Dios habita en cada ser humano.
Un día es un día, Margaret Atwood
Un día es un día, es la selección de doce relatos que componen este libro, y que a su vez se divide en tres bloques: "Infancia", "Madurez" y "Vejez". Todas las historias están representadas por mujeres y no precisamente heroínas, ni magas. Sino desde el perfil doméstico, desde lo cotidiano, sin estimar grandes progresos sociales más que sus propias vidas construidas con los clásicos elementos en que nos sostenemos los humanos.
Si bien podría ser convocado para una bibliografía feminista, Un día es un día, tiene poco de esos triunfos y del probable despliegue de cercas por oportunidades o igualdad. Destacando la infancia como el comienzo de la creación primigenia del temperamento, que siendo heredado, puede sufrir modificaciones ambientales como efecto de la geografía y de las personas que acompañan en esta construcción. Esa etapa siempre marcadora y muchas veces decisiva a lo hora de emprender hacia la gran batalla que se libra en busca de las libertades.
Desde la "madurez" hay un texto particularmente conmovedor, no solo por el derramamiento de sangre simbólico. Una poeta asustada de leer en público, comienza a sangrar por la nariz, cae y logra arrastrarse hasta el teléfono para llamar a su compañero. Desde el otro lado de la línea contesta la amante. Su reacción es lo sorprendente: enfrenta el miedo motivada por la rabia, llega a leer a la facultad y recién ahí logra sangrar de verdad, por dentro y por fuera.
La vejez, sin embargo suele ser en este libro una mirada hacia atrás de todo lo inconcluso, puede ser que eso sea suficiente para sentirse viejo. Mantener una disociación cuerpo y espíritu y vivir arrepentido. Margaret Atwood, plantea esos cuestionamientos, la desdicha que tiene todo que ver con las decisiones aplicadas en la madurez, como también la secreta nostalgia que regresa entrado los años, por aquella infancia que no siempre fue bella, pero que fue suficiente para asentar las bases del viejo que duerme sobre la mesa.
Un día es un día, es un viaje también íntimo de la autora, ya que sin esperarlo, nos encontramos con su propia historia enlazada a las otras. "Y todos tenemos guardadas distintas versiones de nuestras vidas, aunque nos las contemos solo a nosotros mismos, en silencio".
Hermana Marta García Obispado de Chillán
Laura Daza Valenzuela Gestora cultural